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Las cuentas pendientes de la contabilidad emocional

Mikel Jaso

Todos llevamos cuenta minuciosa de las acciones que nos relacionan con los demás. ¿Quién ha cedido más veces? ¿Quién ha llamado al otro más por teléfono? De ese balance depende nuestro vínculo con la otra parte.

LAS EMPRESAS tienen su contabilidad A. Dicen que no, pero algunas de ellas tienen también contabilidad B. Y los individuos tenemos la contabilidad E. “E” de emocional. Esta es la que llevamos más al día.

La contabilidad E es aquella con la que, de forma inconsciente, vamos tomando nota, sin lápiz ni papel, de todas y cada una de las acciones en lo que se refiere a nuestra relación con el otro. Si en mi relación de pareja yo he cedido más veces que ella o él, si en mi relación con fulanito constato que yo lo he llamado por teléfono más veces que él a mí, si en la relación con mi hermano descubro que yo le he regalado más cosas que él a mí, si en la relación con mi compañero de trabajo yo le he echado más veces un cable que él a mí…, detectaré que ha habido más salidas que entradas, es decir, que he dado más de lo que he recibido. Entonces descubriré que estoy en números rojos o, lo que es lo mismo, que estoy al descubierto. Es decir, que mi relación con el otro es deficitaria.

Esta constatación no quedará en nada, sino que modificará ostensiblemente mi relación con el otro, ya que se activará un sistema de alerta para detectar si el déficit sigue incrementándose o se revierte. Y tanto en un caso como en el otro decidiré que tengo que tomar medidas, por lo que mi comportamiento a partir de ahora ya no será el mismo.

Ahora analicemos las similitudes que hay entre entes aparentemente tan disjuntos como un perro, una pelota y un teléfono inteligente.

Los que tenemos perro sabemos qué es lo que te da en el día a día. Ante todo, incondicionalidad: siempre está ahí, no pregunta, no recrimina, no se queja, está dispuesto a acompañarte a todas partes a cualquier hora del día o de la noche y además con aquella mirada de perro, que es un compendio de todas las miradas posibles, pero ninguna de ellas negativa.

Nuestro perro, nuestra pelota y nuestro smartphone nos dan más de lo que nos piden. Por eso los queremos tanto

Todos alguna vez en nuestra vida hemos tenido una pelota. La pelota es esa fiel compañera de horas y horas, a veces bajo un ardiente sol y a veces en el agua, pero siempre ahí, incondicional: no pregunta, no recrimina, no se queja, está dispuesta a acompañarte a todas partes a cualquier hora del día y de la noche, y si alguna vez se rebota, será contra la pared, nunca contra ti.

Casi todos —y tal vez sin el casi— hemos tenido, tenemos o tendremos un smartphone. ¡Qué sensación de desamparo sentimos cuando, lejos de casa, nos damos cuenta de que nos lo hemos dejado olvidado! El teléfono inteligente es ese fiel compañero incondicional que siempre está ahí: no pregunta, no recrimina, no se queja, está dispuesto a acompañarte a todas partes, está a tu disposición a cualquier hora del día y de la noche.

Mikel Jaso

Al perro, si le damos de comer, no nos va a pedir nada más.

A la pelota, si de vez en cuando la hinchamos, estará en plena forma.

El smartphone, con ponerle saldo y cargar su batería, nos acercará a los que tenemos lejos y a veces nos alejará de los que tenemos cerca.

¡Cuánto nos dan y qué poco nos piden! Por eso los queremos tanto. Nos dan más de lo que nos piden, al contrario que algunas de esas personas que todos conocemos, las que nos piden más de lo que nos dan.

Y eso nuestra contabilidad emocional lo agradece enormemente. La diferencia es que la relación con mi perro, con mi pelota y con mi teléfono seguirá siendo exactamente la misma. No será necesario que ponga mi contabilidad emocional en guardia, sé seguro que me darán más de lo que me pedirán.

No estaría de más que, de vez en cuando, fuéramos un poco más perros, más pelotas o más smart­phones.

Inma Puig es psicóloga clínica.

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