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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado
Feminismo

El género de las ciudades

Una visión feminista de la vida urbana

A woman buy food in a street shop in downtown Rome, Italy October 23, 2018. REUTERS/Max Rossi
A woman buy food in a street shop in downtown Rome, Italy October 23, 2018. REUTERS/Max RossiMAX ROSSI (REUTERS)
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Tienen razón quiénes han advertido hasta qué punto la aplicación de una perspectiva de género cuestiona, cuando no disuelve, muchas de las certezas a las que, en cualquier disciplina o campo temático, los enfoques convencionales creen haber llegado. Así, por ejemplo, tampoco la mayoría de teóricos de la vida urbana han considerado el papel estratégico que juegan los determinantes de género en el despliegue de la vida urbana en cualquiera de sus facetas. Ha habido que esperar a la perspectiva feminista para que se reconozca en la desigualdad entre los sexos un desmentido de la presunta neutralidad del llamado "espacio público", ni se ha puesto el acento en la desventaja de partida que afecta a las mujeres a la hora de usar la calle.

Esta consideración es siempre pertinente, pero está bien que haya quién la plantee de manera fundamentada y más allá de la evidencia, y lo hago con estudios que lleven a lo concreto el hecho incontrovertible que la ciudad "para todos" no lo es "para todas".

En esa línea de atender que el problema no está en las conductas solo, sino que debe hallarse en las estructuras tenemos un nuevo aporte en la compilación de Maria Gabriela Navas, de quién ya conocíamos su trabajo sobre el Malecón 2000 en Guayaquil, y Muna Makhlouf, autora de una excelente tesis doctoral sobre la Barceloneta, el que fuera barrio marítimo de Barcelona. El título de la obra colectiva es Apropiaciones de la ciudad. Género y producción urbana: el derecho a la ciudad desde una perspectiva feminista y lo ha publicado la barcelonesa Pol·len en su colección de trabajos propiciados por el Observatori d'Antropologia del Conflicte Urbà. En el volumen encontramos, además de artículos de teoría feminista de tema urbano, diversas incursiones a fondo en problemáticas particulares: una cartografía de la violencia de género en Ecuador, la manera de hacer suyo el espacio por parte de las comerciantes minoristas en Quito, las memorias de infancia de mujeres de la Vila de Gràcia de Barcelona o cómo los marcajes de género actúan ya desde la infancia a través de las diferentes maneras de jugar en la calle.

Estudios como los reunidos en este libro llevan tiempo poniendo de relieve cómo el empleo del tiempo libre de las mujeres o los esquemas espaciales de su actividad, han puesto de manifiesto como la calle no puede siempre oponer su vocación igualitaria a las flagrantes asimetrías que las mujeres deben sufrir en el mercado de trabajo, en el hogar, en la distribución de la justicia, en las jerarquizaciones políticas o en el sistema educativo.

Las potencialidades democráticas del espacio público, como supuesto espacio de todos y para todos, no se han realizado, puesto que se resienten de los lastres de un sistema que se funda, por definición, en la desigualdad en el acceso y el usufructo de los recursos sociales. Eso implica que todas las segregaciones espaciales basadas en la desigualdad de clase o de etnia afectarán siempre más a las mujeres del segmento maltratado que a sus hombres. Las injusticias que organizan la sociedad no pueden dejar de encontrar una inscripción topográfica, incluso en aquellos escenarios en los que en principio deberían dominar identidades —ajenas en principio a la división sexual— en que se debería fundar la convivencia democrática, como la abstracta de ciudadano o su concreción física de usuario.

Ese marcaje espacial de las mujeres se traduce igualmente en un escamoteo del derecho a disfrutar de las ventajas del anonimato y la individuación que deberían presidir las relaciones entre desconocidos en espacios públicos. La naturaleza neutral y mixta del espacio público es, no nos engañemos, mucho más una declaración de principios que una realidad palpable, como también lo es la promiscuidad relacional que se supone que en él rige.

Las mujeres –y en especial las mujeres consideradas codiciables por los hombres– son constantemente víctimas de agresiones sexuales, de las que la violación es la manifestación más brutal, pero que conoce sus expresiones elementales en el asalto con la mirada o la interpelación grosera.

Paradójicamente, si se quiere, en la calle esa misma mujer que vemos invisibilizada como sujeto social sufre una hipervisibilización como objeto de la atención ajena. Las mujeres –y en especial las mujeres consideradas codiciables por los hombres– son constantemente víctimas de agresiones sexuales, de las que la violación es la manifestación más brutal, pero que conoce sus expresiones elementales en el asalto con la mirada o la interpelación grosera. En la calle, más que en otros sitios, las mujeres pueden descubrir hasta qué punto es cierto lo que aprecia Pierre Bourdieu en La dominación masculina (Anagrama), de que son seres ante todo percibidos, puesto que existen fundamentalmente por y para la mirada de los demás lo que cabe colocar en la misma base de la inseguridad a que se las condena.

Ahora bien, esa "sexuación" del espacio público no logra devaluar ni desactivar completamente sus virtudes. La calle es sin duda en todos sitios un escenario de peligro para las mujeres, a las que los factores de vulnerabilidad urbana afectan mucho más intensamente que a los hombres. Se ha repetido, y con razón, que el espacio público no haya sido concebido y diseñado de acuerdo con intereses y modelos de uso preferentemente masculinos. Pero, a pesar de todo, es allí donde la mujer ha podido encontrar nuevas formas de resistencia, muchas veces bajo el disfraz de actividades de ocio o de consumo. Los lugares públicos y semipúblicos urbanos han ampliado para las mujeres la posibilidad de construir reductos de seguridad y confianza ajenos a la familia, continuando con una vieja tradición de lugares de encuentro —lavaderos, fuentes, tiendas, parroquias...— en que se cumplía la paradoja que ha hecho encontrar a las mujeres tantas veces fuera, en el exterior, un refugio para su intimidad que no habían logrado encontrar dentro.

No es casual, de que tuvieran que ser mujeres quienes mejor entendieran la esencia en última instancia emancipadora de la vida ahí afuera de las ciudades. La misma noción de "espacio público", tal y como merece ser reivindicada en la actualidad, es fruto del pensamiento de una mujer, Hannah Arendt. Quien hizo el más intenso elogio de la actividad humana en las aceras, fue una mujer, Jane Jacobs. Y fue una mujer, la que convirtió el ajetreo urbano y sus vértigos en alguna de las obras literarias más bellas del siglo XX, Virginia Wolf. Una escena de Las horas refleja esa pasión de la escritora por el torbellino urbano.

Allí, emboscadas en las muchedumbres de la gran ciudad, las mujeres también podían escabullirse de las habladurías y de los rumores, eludir las vigilancias ejercidas en nombre de la comunidad. Ha sido entre la multitud de desconocidos que se agitan por las calles dónde las mujeres han podido encontrar un último refugio para los intercambios más privados, un escenario sobre el que ensayar sus mejores intentos de fuga.

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