Las facturas de la historia
La petición de compensaciones de guerra por los crímenes nazis, el perdón francés sobre Argelia o la exhumación de los restos de Franco tienen algo en común: son cuentas pendientes del siglo XX
Liberado de los grilletes del rescate, el Gobierno griego intenta reavivar decisiones frustradas de raíz por los acreedores en los turbulentos meses en que el país rondó el Grexit, y enmendar otras posteriores. Con la mirada puesta en las urnas, y los sondeos adversos, el Ejecutivo de Tsipras pretende recuperar el salario mínimo previo a 2015; dejar sin efecto el enésimo ajuste a las pensiones, que debería aplicarse en 2019, y relanzar una reivindicación histórica: solicitar a Alemania el pago de reparaciones por la ocupación nazi (1941-1944).
Esta demanda, con toda su carga simbólica —vengar el sometimiento nazi, pero también el menoscabo a manos de una troika capitaneada por Berlín—, se formuló oficialmente en los primeros días del Gobierno de Syriza, pero, forzada por la amenaza de insolvencia y las presiones de los acreedores, Atenas dio marcha atrás. Bastantes frentes abiertos tenía con Alemania —Merkel contra Tsipras, Schäuble contra Varoufakis y viceversa— como para añadir otro.
Pero la reclamación no cayó en el olvido. En 2016 una comisión parlamentaria calculó el monto de las compensaciones en 270.000 millones, casi el total de la deuda griega. Ahora, con la soltura que ha dado al Ejecutivo el fin del rescate, la demanda ha cobrado brío y se ha trasladado incluso al presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, durante una reciente visita de este a Atenas, en la que pidió perdón “por las atrocidades cometidas durante la ocupación”.
También pidió perdón en septiembre Emmanuel Macron al abordar el tabú de la guerra de Argelia y disculparse ante la viuda de un militante comunista asesinado en la antigua colonia. La víctima era un ‘pied noir’, un francés, blanco; quién sabe si el gesto, y la consecuente asunción de la responsabilidad del Estado, habría llegado si el torturado y muerto hubiese sido indígena.
La Vieja Europa se lame las heridas, los zarpazos que le infligen los Le Pen y Orbán de turno, pero también cicatrices que no se difuminan con los años. Como las que dejó Alemania en Polonia, donde el 54% de los ciudadanos y el hombre fuerte del país, Jaroslaw Kaczynski, consideran inexcusable pedir compensaciones por las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, valoradas en 470.000 millones de euros.
Se podrá argüir que a los demandantes les mueve un afán crematístico, o un arranque de nacionalpopulismo de la peor especie, pero hay otros casos que nadie osaría deslegitimar: las indemnizaciones exigidas a comienzos de siglo a empresas de Sudáfrica que se lucraron gracias al ‘apartheid’, o por las consecuencias de la esclavitud en EEUU. Porque por encima de las cifras (¿cómo evaluar la cuantía del dolor?) están el respeto y la dignidad de las víctimas, eso que subyace en la exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídos. Son las cuentas pendientes de la historia, una memoria debida.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.