Aquí paz y después gloria
AHÍ ESTAMOS USTED Y YO un poco disgustados por una cuestión de orden doméstico que no va a ninguna parte. Tal vez yo me he dejado la tapa del retrete subida esta mañana. Tal vez usted ha apretado el tubo de la pasta de dientes por el centro, en vez de por el extremo. Tonterías, sí, pero tonterías que envenenan la vida cotidiana. Aisladamente consideradas, carecen de importancia, pero se van sumando y al final constituyen un depósito de reproches mutuos que arrastramos (o que nos arrastran) allá donde nos desplacemos.
Ahora nos encontramos en las aguas termales de Jigokudani, en Japón. Un lujo. Significa que, pese a la expresión de disgusto de nuestros rostros, nuestros cuerpos están recibiendo un masaje tibio de esas aguas con propiedades medicinales. Bueno, bueno, un poco de placer sí se nos nota bajo la apariencia del fastidio. Observen, si no, la paz con la que apoyamos las manos en la roca. A lo mejor en el momento menos pensando yo me voy a volver para decirle a usted:
—Oye, que vale, sí, de acuerdo, que tengo esa manía con la tapadera del retrete, pero la compenso con otras virtudes. ¿Vamos a estropearnos un día como el de hoy por esa nimiedad? No todos los miércoles podemos pagarnos una sesión de spa.
—Tampoco lo de la pasta de dientes era para tanto —me responderá usted—, la verdad es que lo mismo me da apretar el tubo por un lado que por el otro.
Y entonces esos cinco dedazos del primate de la derecha cubrirán amorosamente los cinco dedazos del mono de la izquierda y usted y yo nos abrazaremos con pasión simiesca y aquí paz y después gloria.
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