Llega el reino de la inteligencia artificial. ¿Cómo lo aprovechamos?
Un estudio muestra que el riesgo de automatización del empleo es del 39% en América Latina y el Caribe
Automóviles que se manejan por sí solos. Algoritmos que generan planes de estudios individuales. Programas que intuyen nuestros gustos para sugerirnos libros, series o películas: la inteligencia artificial ya es parte de nuestras vidas. ¿Pero qué nos depara el futuro?
Para delinear esas perspectivas, convocamos a 40 expertos para contribuir al nuevo estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Algoritmolandia: Inteligencia Artificial para una Integración Predictiva e Inclusiva de América Latina. Nuestro mensaje es claro: los Gobiernos de nuestra región deben estar mejor preparados para la enorme ola de cambio que se viene.
La inteligencia artificial (IA) no es una tecnología más. Es un nuevo factor de producción, un híbrido de capital y trabajo, con la capacidad de elevar la tasa de crecimiento del PIB regional en un 25% en la próxima década. Las economías desarrolladas se beneficiarán más aún. Para no quedar rezagados de la competencia global tendremos que realizar inversiones estratégicas.
¿Cómo hacerlo? Navegando con un rumbo preciso. Países de diferente tamaño y grado de desarrollo recientemente han lanzado Planes Nacionales Estratégicos de Inteligencia Artificial. Japón, con aplicaciones para la economía del cuidado. China, en medioambiente y energía. India, en telecomunicaciones 5G. Estos son algunos de los miembros de un club que tiene a Estados Unidos, Canadá y Francia entre sus pioneros, y a Kenia y Emiratos Árabes entre sus socios más recientes.
América Latina debería utilizar la inteligencia artificial para integrarse mejor al resto del mundo, dinamizando las negociaciones comerciales y repensando la tradicional infraestructura como una info-estructura cognitiva, donde el acero tiene tanta importancia como los datos. Esto implica crear corredores logísticos inteligentes a partir de un flujo ágil de información en tiempo real, potenciado por ventanillas únicas de comercio interoperables, con medidas de facilitación del comercio de bienes y servicios.
Casi tres cuartos del impacto de la automatización en el empleo se producirán dentro del mismo puesto de trabajo, reduciendo el tiempo dedicado a tareas repetitivas
Esta estrategia de inserción debe ir de la mano con la creación de una fuerza laboral con inteligencia aumentada, donde la IA eleve los límites de las capacidades tradicionales y trabaje para aumentar las habilidades de las personas, no para sustituirlas. Tal vez aquí resida la mayor urgencia para construir hojas de ruta capaces de despejar temores frente a este cambio tecnológico exponencial. Porque el riesgo de automatización del empleo asciende a 39% en nuestra región, según una nueva métrica presentada en Algoritmolandia. Es un dato que nos invita a afrontar los desafíos con un criterio humanista.
Casi tres cuartos del impacto de la automatización en el empleo se producirán dentro del mismo puesto de trabajo, reduciendo el tiempo dedicado a tareas repetitivas para darle más espacio a la interacción social y a la creatividad. Los nuevos trabajadores digitales necesitarán reentrenarse, absorber nuevos conocimientos durante sus carreras y atender a la creciente importancia de las habilidades blandas como la capacidad para resolver conflictos o para trabajar en equipo.
Una IA para el bienestar puede ser inclusiva socialmente, tener un impacto granular en la vida de los ciudadanos al mejorar el acceso y la calidad de los servicios de salud, educación y seguridad. No es ciencia ficción. Ya está ocurriendo en países que utilizan IA con 96% de precisión en el diagnóstico de enfermedades a partir de reconocimiento de imágenes, en cirugía robótica, en educación personalizada, en una justicia más eficiente, con capacidad de resolver expedientes en apenas 20 segundos. Pueden surgir así mejores gobiernos, estados 4.0 que operen como redes neuronales, midiendo el impacto de sus políticas de modo más preciso y construyendo mayor transparencia y una mejor distribución de los dividendos digitales.
En esta tarea, no deben descuidarse los riesgos éticos, que ya fueron advertidos por más de 12.000 científicos y expertos mundiales en cinco manifiestos que llaman la atención sobre los peligros (privacidad, seguridad nacional, manipulación) y sientan las bases para que la IA no acentúe las desigualdades. Se trata de que los algoritmos puedan resultar escrutables en sus modos de construcción, y no constituirse en crípticas cajas negras que reproducen prejuicios.
De la mano de alianzas público-privadas, de la comunidad científica y de la sociedad civil, América Latina necesita incorporarse a la conversación sobre la gobernanza global de la IA. Necesita un horizonte estratégico. El desafío es posible, por supuesto, a partir de un humanismo tecnológico que ponga a las personas como núcleo de los esfuerzos. Algoritmolandia requiere construir no solo capacidades de predicción, sino de previsibilidad: crear un contrato social digital para la inclusión. Porque una integración inteligente es mucho más que una mera combinación de algoritmos.
Gustavo Béliz dirige el Instituto para la Integración de América Latina y el Caribe (INTAL) del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
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