La conquista de los mares
El invento de Alejandro Magno era lo más parecido a un vaso gigante en posición invertida, donde se podía permanecer el tiempo que permitiera el aire que se juntaba en la parte superior del recipiente por acción de la propia presión del agua
La historia de la ciencia es la historia de una búsqueda, la misma que nos lleva a encontrar las preguntas por las cuales el mundo es respuesta. Lejos de tal apreciación, pero llevado por el deseo de hacer de su heredero un hombre instruido, el padre de Alejandro Magno, el rey Filipo II de Macedonia, encomendó a Aristóteles la educación de su hijo.
Aristóteles puso todo su empeño en el encargo de instruir al sucesor de Filipo II en el trono y, para ello, le dio a conocer el material con el que está construida la respuesta más sustancial del mundo. Sin embargo, la ambición de Alejandro venía condicionada por la raíz militar de su herencia genética y con tales presupuestos, ya se sabe, no hay filosofía que valga.
Todo indica que Alejandro Magno era insaciable en lo que a conquistas militares se refiere, no conformándose sólo con la conquista de territorios. Ya puesto, en su afán por apoderarse del mundo, también ambicionó poseer el fondo de los mares. Para conquistar el sótano de la creación, Alejandro Magno se hizo construir un caldero de vidrio transparente que, colgado de un cable y puesto boca abajo, le permitiría conquistar la parte más oculta del mundo.
Para hacernos una idea, el invento de Alejandro Magno era lo más parecido a un vaso gigante en posición invertida, donde se podía permanecer el tiempo que permitiera el aire que se juntaba en la parte superior del recipiente por acción de la propia presión del agua. Esta idea no fue suya, sino que la tomaría de su mentor Aristóteles que, en su momento, describió cómo la citada lebeta mantenía el aire y no dejaba entrar el agua, convirtiéndose tal invento en el prototipo de la primera campana húmeda. Tras la experiencia, Alejandro Magno escribiría una carta a su mentor Aristóteles en la que apuntaba que “bajo el mar ocurren cosas que mis ojos han visto sin que mi mente pueda comprender. Todo parece regido por la magia y los caprichos demenciales de dioses monstruosos”.
Con todo, Alejandro Magno no fue el primer hombre que utilizó la inventiva para practicar la inmersión. En un relieve que se encuentra en el Museo Británico y que data del siglo IX antes de Cristo, se muestra una escena donde tres hombres escapan de los arqueros que los están apuntando con su arco. Uno de ellos nada mientras que los otros dos sujetan entre sus brazos unos odres de piel. Todo indica que se servían de los citados odres para poder respirar bajo las aguas.
Heródoto cuenta la aventura que vivió Escilias "el mejor buzo que entonces se conocía”. Según el historiador griego, el tal Escilias, “echándose al mar, y partiéndose de Efetas, no paró hasta llegar a Artemisio, pasando bajo del agua, como si nada fuera, 80 estadios de mar” algo así como 15.000 metros. Una vez llegado a su destino, dio el aviso a los griegos de lo que la flota de Jerjes tenía planeado contra los griegos. Heródoto pensaba que todo esto era fábula y que Escilia hizo la travesía en barca aunque tal vez utilizase una especie de tubo respirador, muy parecido al actual esnórquel y al que también hizo alusión Aristóteles en sus escritos.
Durante el Imperio Romano, se formarían las primeras unidades de buceadores de combate, los denominados urinatores. Una de sus acciones más bizarras la cuenta el historiador Dion Casio y tuvo lugar en la denominada Batalla del río Medway, durante la conquista romana de Britania cuando los urinatores atravesaron el río por el flanco derecho y atacaron por sorpresa a las tribus britanas que estaban al mando del rey de la tribu de los catuvellaunos y sus hijos.
Llegados aquí, podemos apuntar que el desarrollo de la inmersión submarina ha venido condicionado por el contexto bélico. Debido a esto y desde tiempos antiguos, la relación del ser humano con la guerra ha ido formulando preguntas que han hecho posible respuestas siempre adecuadas a intereses militares. Tal vez, si el mundo hubiera tomado otro rumbo y hubiese sido tratado como respuesta -y no como pregunta- los avances serían mayores por haber emprendido el camino de la ciencia, sin rodeos bélicos ni planes de conquista militar. Tal vez.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento
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