_
_
_
_

Notorious B.I.G. contra Tupac Shakur: traiciones y grandes éxitos de dos leyendas del rap que murieron asesinadas a tiros

Diego A. Manrique

EN UN MOMENTO inspirado, Chuck D proclamó que el rap era “la CNN de la cultura negra”. La cabeza pensante del grupo Public Enemy no podía imaginar que aquel novedoso canal de información salido del gueto quedaría reducido a poco más que incitaciones al consumo suntuario y crónicas de sucesos.

Se trata de un oficio peligroso. Según la revista XXL, un mínimo de 65 raperos estadounidenses han muerto violentamente durante las últimas tres décadas. Muchos son víctimas del tribalismo: la pertenencia a determinado grupo enemigo basta como excusa para disparar.

El más aberrante de esos conflictos enfrentó a los raperos de la Costa Este con los de la Costa Oeste. Para entendernos, Nueva York contra Los Ángeles. Ocurrió durante los años noventa: como originadores del invento, los neoyorquinos contemplaban displicentes el ascenso de la variedad californiana del género, el gangsta rap. Inevitablemente, eso despertó una beef (disputa), base de numerosos disses (insultos rapeados). Y las hostilidades verbales desembocaron en asesinatos. La primera superestrella abatida fue Tupac Shakur, nacido en Harlem pero afiliado al rap californiano. Seis meses después, moría Notorious B.I.G., recién encumbrada figura del rap neoyorquino.

Personajes fabulosos ambos. Tupac Shakur era el nombre de guerra de Lesane Parish Crooks (1971-1996), hijo de miembros del Black Panther Party. Creció sin padre y, cuando su madre se aficionó al crack, fue cuidado en California por simpatizantes de la causa. Escribía poesía y, según sus compañeros de colegio, parecía un hippy. Estudió ballet y fue como bailarín que se acercó al universo del rap.

Notorious B.I.G. y Tupac Shakur (derecha), en una imagen sin fechar.
Notorious B.I.G. y Tupac Shakur (derecha), en una imagen sin fechar.Fotografía de Kobal Collection (Aurimages)

Y cambió. Aseguraba que vendió drogas en las calles de Oakland, pero todo rapero presume de un pasado como camello, así que pongan un interrogante al respecto. Lo cierto es que llamaba la atención: pequeño, fibroso, carismático. Pronto tuvo un historial respetable como actor en películas sobre el gueto. Además, demostró talento como rimador: pedía constantemente beats (bases instrumentales) a las que añadía letras extensas; alguna noche grababa tres o cuatro temas.

¿Qué contaba Tupac? Vivencias personales y visiones crudas de la realidad negra. Así, en Brenda’s Got a Baby reflexionaba sobre la niña de Brooklyn que, con 12 años, dio a luz y tiró al bebé a la basura. Aunque también facturaba canciones descaradamente comerciales, como California Love, con un costoso videoclip en onda Mad Max.

Parecía gozar de impunidad. En una tangana de 1992, una bala disparada por un Colt registrado a nombre de Tupac mató a un niño de seis años. Nadie quiso hablar y, tras compensar a los apesadumbrados padres, el asunto se cerró. Al año siguiente, hirió a dos policías blancos de Atlanta que estaban de juerga y bastante borrachos.

Tupac fue asumiendo los códigos de los pandilleros. El defensor de las virtudes de la mujer negra permitió que sus amigotes violaran en su hotel a una groupie de 19 años que se había ligado. Fue condenado a un mínimo de año y medio en prisión. Confiaba en salir bajo fianza, mientras recurría, pero sus cuentas estaban vacías. Ni discográfica ni mánager quisieron adelantarle el dinero: Shakur parecía una bomba a punto de estallar.

Y llegó al rescate el demonio; Suge Knight, un antiguo atleta que impresionaba por su envergadura y su crueldad. Dirigía una disquera, Death Row Records, que gozaba de un asombroso margen de actuación: contaba con la protección de policías que trabajaban allí cuando estaban fuera de servicio. Suge pagó la fianza, le puso un avión privado y le acogió en Los Ángeles.

En Death Row, Tupac aumentó su belicosidad, dentro y fuera del estudio. Hasta se inventó un alter ego, Makavelli, para sus canciones más hirientes. Uno de los problemas de Tupac consistía en que su boca disparaba demasiado rápido, sin pensar. Él, que había salido con Madonna, vituperó al productor Quincy Jones por intimar con mujeres blancas. Un patinazo racista: terminó enamoriscado de una de las hijas mestizas de Quincy, Kidada Jones. Cuando se encontró con el padre, debió disculparse: uno de sus mayores éxitos, How Do U Want It, se basaba en una composición de Quincy, que además había sido un temprano defensor del hip-hop.

Tras ver un combate de Tyson en Las Vegas, Tupac subió a un BMW. Iba dando el cante. Se le acercó un Cadillac y le llovieron balas

Precisamente, el 7 de septiembre de 1996 Tupac acudió con Kidada a un combate de Mike Tyson en Las Vegas. Tras la pelea, sugirió A Kidada quedarse en el hotel: Tupac había iniciado una paliza contra un miembro de una pandilla rival y, vaya, podía haber represalias. La verdad es que Tupac quería juerga: subido en un BMW hacía sonar su nueva música e invitaba a las chicas que le reconocían a seguirle hasta el Club 662, una discoteca propiedad de Suge Knight. Iba dando el cante y llamó la atención de sus enemigos: un Cadillac blanco se puso a la altura del BMW y llovieron balas. Cuatro de ellas alcanzaron a Tupac.

Todas las miradas se volvieron hacia Nueva York. Tal era la inquina reinante entre los dos grandes polos del rap que, automáticamente, se responsabilizó al rapero Notorious B.I.G. y al fundador de su discográfica, Sean Combs, que grababa como Puff Daddy.

Christopher Wallace (1972-1997), alias Biggie o Notorious B.I.G., era hijo de jamaicanos y también creció en una familia monoparental. La madre, estricta testigo de Jehová, no toleró que su chico se dedicara a despachar crack. En las calles, tenía una desventaja: con un peso cercano a los 150 kilos, no pasaba inadvertido. Detenido en Carolina del Norte, estuvo nueve meses en un reformatorio.

El rap parecía un negocio más seguro y mejor retribuido. Poseía una grata voz pastosa y una extraordinaria capacidad narrativa. Fichó por Bad Boy Records, sello de Puff Daddy pensado para facturar rap de amplio espectro, aunque la temática fuera cruda.

Notorious B.I.G. lanzó su primer álbum, Ready to Die, en 1994. Estaba fascinado por Tupac, que ya había triunfado y disponía de la mejor hierba, por no hablar de una impresionante colección de armas. Hasta le pidió que fuera su mánager. Este le recomendó paciencia, iba a ser una estrella, sobre todo si dirigía sus canciones al público femenino (“ellas compran la música y deciden lo que escuchan los tíos”).

Arriba, primera plana del New York Daily News tras la muerte de Tupac, en 1996. Abajo, a los seis meses, le llegó el turno a Notorious.
Arriba, primera plana del New York Daily News tras la muerte de Tupac, en 1996. Abajo, a los seis meses, le llegó el turno a Notorious.getty images

La relación maestro-discípulo se torció poco después. De visita en Nueva York, Tupac acudió a grabar en el disco de un amigo de ­Biggie. Antes de entrar en el estudio, Tupac y su séquito fueron asaltados por tres ladrones que les exigieron la entrega de sus joyas. Siempre exaltado, Tupac sacó su pistola con tanta torpeza que se disparó en el escroto. Terminó acribillado pero sobrevivió. Había sido una emboscada y Shakur dedujo que Biggie y su discográfica estaban implicados. Se equivocó: era la advertencia de un narco, Haitian Jack, que participó en la violación de la fan de Tupac y pensaba que el rapero hablaba demasiado.

Toda la malevolencia de Tupac se volvió contra su protegido. Incluso grabó un tema donde aseguraba haber, uh, fornicado con Faith Evans, la cantante y esposa de Biggie. La batalla entre este y oeste le proporcionaba salida para su creciente agresividad. Hasta aquella infausta noche en Las Vegas.

Es probable que los neoyorquinos no calibraran el grado de odio que despertaban en California. El rap californiano procedía de un entorno envenenado, donde los miembros de dos bandas, Bloods y Crips, se mataban de forma rutinaria. Para Biggie, no tenía sentido: los pistoleros vivían en soleadas casas unifamiliares, con árboles y césped; no se correspondía con su experiencia del gueto.

En marzo de 1997, a seis meses de la muerte de Tupac, Biggie y Puff ­Daddy aterrizaron en Los Ángeles. Y no se escondieron: buscaban contactos en Hollywood para ampliar su territorio profesional. El día 9 acudieron a una fiesta de la revista Vibe, en el Museo Petersen de Automoción. Fue un desmadre: en un espacio previsto para 600 personas, entraron quizás 2.000. Cuando Notorious B.I.G. y compañía se alejaban rumbo al hotel, se repitió la jugada de Las Vegas. Un coche que estaba al acecho se puso paralelo a la furgoneta que transportaba a Biggie. Sonaron seis tiros, uno de los cuales le hirió mortalmente.

Han pasado 20 años y todavía circulan leyendas respecto al doble magnicidio. Existe toda una catarata de documentales y libros, con participación de policías que investigaron los casos, donde señalan los nombres de los que apretaron los gatillos. Pero ya no pueden hablar: fueron asesinados, como tantos de los implicados, caídos en refriegas de gangs o en disputas por el tráfico de drogas.

Lo importante es que los raperos del este y el oeste firmaron las paces. Un mes después de la ejecución de Biggie, Louis Farrakhan, cabecilla de los musulmanes negros de la Nación del Islam, convocó en su mansión de Chicago a la plana mayor del hip-hop. Distribuyó allí copias de la llamada “carta de Willie Lynch”, un documento de escasa fiabilidad histórica donde un supuesto dueño de una plantación del siglo XVIII explicaba su plan para controlar a los esclavos potenciando sus rencillas. El paralelismo era demasiado evidente: la guerra, que se había cobrado las vidas de Tupac, ­Biggie y docenas de desconocidos, se dio por concluida. 

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_