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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El desdichado viaje de la sonda `Parker´al Sol

También nosotros, como la sonda `Parker´, hemos comenzado un viaje que, sin movernos de nuestro sitio, nos va acercando cada día un poquito más a la estrella incandescente

Antonio Jiménez Barca
Sonda Parker en el interior del cohete que la transportará
Sonda Parker en el interior del cohete que la transportará

A alguno le pasará también: salir del metro, mirar al cielo y pensar en la sonda. A las doce de la mañana de un día de estos de mucho calor, el cielo en Madrid es una sofocante plancha de color azul muy pálido, tirando a gris. Por eso puede uno acabar pensando tristemente en la sonda, preparada ya para partir. El próximo 11 de agosto (qué más da la cifra, los días de agosto parecen todos iguales) despegará de Cabo Cañaveral la sonda espacial Parker, que se convertirá —si todo sale como está previsto— en el objeto artificial que más se aproxime al Sol en la historia de la humanidad.

Aparcará a unos seis millones de kilómetros de nuestra estrella. Más allá no se puede avanzar. La temperatura en esa región alcanza 1.400 grados pero la sonda va armada de un escudo térmico de carbono que la protege de ese calor y que mantiene sus circuitos vivos a unos convencionales 30 grados muy terrícolas.

De hecho, una persona podría sobrevivir agazapada tras ese parapeto de carbono y observar por una rendija el Sol desde muy cerca. Desde lo más cerca posible, para ser exactos. En estos días asfixiantes e infinitos de agosto sería como mirar cara a cara al enemigo, como estudiar por primera vez su gigantesco corazón incandescente. Ahí permanecerá la sonda, colgada del espacio, a resguardo del infierno, hasta que un día de 2025 se le acabe el combustible, se desactive su escudo de carbono y se derrita sin llamas y sin ruido por falta de oxígeno.

Hay que imaginarse con melancolía ese viaje. Y más si se piensa en los agostos, en las olas de calor, en las noches sin dormir por el bochorno. En que cada vez será más difícil soportar los veranos, en cómo será el verano de 2025 al paso que vamos.

Porque el mismo día en que se publicó en este periódico la noticia de la sonda Parker, se daba a conocer el informe anual de la Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos. Y en él se aseguraba que la concentración de gases de efecto invernadero fue en 2017 la mayor desde que se llevan a cabo registros modernos y también la más elevada en las muestras de hielo de hace 800.000 años.

Pocas horas después, Donald Trump anunciaba que tumbará las leyes encaminadas a reducir emisiones contaminantes de los coches. Así que el próximo informe de la sonora Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos será aún peor. Coincide esto con la historia de tres simpáticas hembras de la especie de las tortugas bobas, que han anidado en playas valencianas, algo insólito por lo visto, debido a que la temperatura del agua del litoral levantino ha aumentado lo suficiente como para que ellas, que necesitan de aguas cálidas, lo consideren un nuevo hogar posible.

Son tres noticias escogidas casi al azar de la semana pasada a las que sucederán otras del mismo tipo pronto. Demuestran que nosotros, como la pobre sonda Parker, también hemos comenzado un viaje que, sin movernos del sitio, nos va acercando cada día un poquito más a ese Sol monstruoso.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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