Sensatez y demencia
PARECE UNA representación de la locura. No decimos que Merkel esté loca. Sabemos que es desde hace años el símbolo de la razón, de cierta clase de razón al menos. De ella vino la austeridad que ha salvado al sistema (sea lo que sea el sistema y signifique lo que signifique salvación). En torno a Merkel ha habido un acuerdo tan prolongado como inusual. Todavía lo hay. Reúne los rasgos específicos de la sensatez (de la idea dominante de sensatez), es capaz de sentar a la misma mesa a tirios y a troyanos y de formar Gobierno con sus adversarios más acérrimos. Le debemos gran parte de la construcción económica de Europa (si esto sigue siendo Europa).
Merkel forma parte del mobiliario de la UE como la mesa camilla forma parte del cuarto de estar. Su figura nos resulta tan familiar como una cuñada. Podría ser la tía de usted, la mía, incluso la tieta de la canción de Serrat. Podría ser la persona que nos atiende en la cafetería, la doctora del dispensario de la Seguridad Social, la directora de la sucursal del banco de la esquina. Si nos tropezáramos con ella en la calle, le daríamos dos besos aun antes de saber de quién se trata, como cuando vemos fuera de su contexto a la bibliotecaria. ¡Era Merkel!, exclamaríamos media hora después, al hacer memoria. Significa que esta señora es el arquetipo de la normalidad, de lo que llamamos normalidad, de la normalidad consensuada. Y sin embargo en esta foto da miedo. Observen la decisión demente con la que avanza detrás de su sombra enloquecida, dispuesta a envenenar a alguien con la pócima que, disfrazada de vino, lleva en la copa.
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