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Deje de hablar de adicción a Internet

DIEGO MIR

Este supuesto trastorno mental fue formulado por un prestigioso psicólogo, que se lo inventó para gastar una broma. Ahora muchos profesionales prometen curar esta ‘enfermedad’. Pero si hemos hecho de la Red nuestro modo de vida, ¿quiere decir que todos somos adictos?

Una broma tomada en serio. La adicción a Internet nació así, y tiene fecha exacta: el 16 de marzo de 1995. Ese día el psiquiatra Ivan Goldberg envió a algunas listas de correo electrónico un mensaje en el que comentaba en tono irónico que había descubierto un nuevo trastorno al que denominó “síndrome de adicción a internet”. La nueva patología iba acompañada de sus criterios diagnósticos imitando el estilo del DSM, el famoso manual de diagnósticos psiquiátricos editado por la Asociación Americana de Psiquiatría. El mensaje se difundió y poco tiempo después empezaron a aparecer las primeras clínicas para el tratamiento de la nueva enfermedad: se había obrado el milagro.Una de las primeras fuentes que ofreció terapia contra esta nueva adicción fue paradójicamente un sitio un web llamado netaddiction.com, creado por la doctora estadounidense Kimberly Young.

Hasta ahora, la única conducta adictiva que se estudia como un problema y que se practica en Internet es el juego ‘online’

Esta empresaria e investigadora fue la responsable de difundir el nuevo síndrome a escala planetaria a través de sus libros y materiales y, sin ocultar el conflicto de interés, ha patentado su propia terapia para el tratamiento del supuesto trastorno y cuenta con su propio programa de recuperación. Muchos profesionales vieron en este nuevo síndrome la posibilidad de ampliar el negocio. Conforme crecía el número de usuarios empezaron a abrirse clínicas en todos los países del mundo, desde China hasta España. A su vez, los medios se sumaron irresponsablemente a la difusión de la nueva enfermedad. Llegados a este punto, la adicción a Internet había quedado constituida como un nuevo trastorno mental.Un diagnóstico con muchos agujeros.

DIEGO MIR

Cuando hablamos de adicciones nos estamos refiriendo siempre a conductas adictivas. Usamos la fórmula “adicción al tabaco” para hablar concretamente de fumar pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de “adicción a Internet”? Hoy usamos la Red para casi todo: desde ver una serie de televisión y seguir las noticias hasta descargar recetas a nuestro robot de cocina o alquilar una habitación de hotel. ¿Debemos sumar todos los usos o hay algunos que son más adictivos que otros? Si ese fuera el caso, entonces lo correcto sería hablar de la conducta concreta y no del medio que se utiliza para llevarla a cabo, en este caso, la nube. Hasta al momento, la única que se ha propuesto como un posible problema adictivo es el juego online. Parece muy razonable, teniendo en cuenta que la única conducta adictiva reconocida por los psiquiatras –que no implica el consumo de sustancias– son las apuestas.

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Sin embargo, la Asociación Americana de Psiquiatría ha decidido no incluirla como tal en la última versión del DSM, y no es que esta asociación se caracterice precisamente por tener muchos remilgos a la hora de aceptar nuevos diagnósticos en su manual.Un poco de sensatez. Si usamos de forma coloquial la palabra adicción no hay problema, pero si queremos hablar con rigor debemos hacerlo en los casos donde corresponde. Cuando las palabras dejan de referirse a algo concreto, entonces pierden su significado. Menos mal que las madres y los padres parecen ser más sensatos que algunos profesionales, medios de comunicación y jueces estrella.

La mayoría entiende que el uso desmedido de los ordenadores, del teléfono móvil y las consolas puede ser problemático y hay que abordarlo, pero no como un problema clínico sino educativo. Estos progenitores no llevan a sus hijos a las consultas de psicología porque pasan mucho tiempo frente a la pantalla ni se plantean internarlos en centro de desintoxicación para “desengancharlos”. Por el contrario, entienden perfectamente que se trata de un fenómeno cultural y que hay que aprender a abordarlo, como cuando llegaron la televisión y los videojuegos. Afortunadamente, no siempre las campañas del miedo pueden contra el sentido de la realidad

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