Deseo y perversión
Las sexualidades no convencionales que no se imaginan, se conocen
Me fío poco de los que buscan perversos donde solo hay pervertidos.
A mi primera fiesta de Golfxs con principios me llevó un golfo, uno de los buenos. Uno de esos que te dicen qué quieren de ti y que, como cumplen con la ética más promiscua, te desnudan con sus frases. Me llevó de la mano porque yo estaba aterrorizada. Para mí aquella fiesta de libertad y diversidad sexual solo tenía una traducción: una orgía. (Ay). Toda la vida paseándome entre ellas cabalgando en las líneas de lo que la literatura me brinda, provocándome una amalgama de contradicciones de las buenas, como lo son todas las mías. Solo las había imaginado y (¡por fin!) me habían invitado a una. Imaginé alcanzar el culmen de mi excitación sexual, advirtiéndome muy golfa, una sensación que, reconozco, me fascina. La presencia de la golfería en la nomenclatura de los anfitriones está más que merecida. Explotaba de excitación y de curiosidad. Me sentía como la exnovicia Eugenia que acude a ser instruida en las dotes amatorias pervertidas de la Filosofía del tocador... Y temí, como la exnovicia, acabar seducida también por las perversas.
Imaginamos nuestras situaciones amatorias basándonos en lo poco que sabemos. Cuanto más aprendamos, más imaginaremos. Y, recuerden, soy de las que gustan hacer realidad sus fantasías sexuales.
En la fiesta me excité con una pareja que dirimió sus deseos en público. Hay azotes que culminan con un orgasmo y aquella mujer se corrió ante mis ojos, humedeciéndoseme la cara interna de los muslos. Estuve a punto de rendir pleitesía a los tres que se colocaron estratégicamente para deleitarse con un cunnilingus a la única mujer del trío. Casi se me saltaron las lágrimas cuando aquel señor tan educado, tan apuesto, tan trajeado, me enseñó una cuerda perfectamente doblada guardada en una caja de madera labrada y me susurró que deseaba atarme a una espaldera para amarme como yo me dejara. Había llegado casi abrazada a mi acompañante, quien desapareció de mi lado en cuanto traspasamos la puerta. Guillermo simplemente me abrió la puerta para que pudiera entrar y eligiera que lo que tuviera que suceder aconteciera a la vista de todos o en la intimidad más absoluta. En una orgía también se tiene sexo a solas, si es lo que se quiere. Me sentí arropada y en un entorno seguro, como son todos los lugares donde se suceden este tipo de encuentros. Tengo presente el último garito del que me largué después de que un baboso insistiera en que me tomara la última.
En una orgía también se tiene sexo a solas, si es lo que se quiere
Miguel Vagalume es quien mejor me guía por los subterfugios amorosos de la sexualidad no convencional. Es él quien nos informa de todo cuanto pueda suceder en torno a estos cambios de cromos en los que cada uno elige los que quiere para su propio álbum. Con paciencia, dedicación y vía correo electrónico o círculos cerrados de Facebook a los que se accede con facilidad acudiendo a cualquiera de sus charlas. Cada vez que recibimos la información nos relamemos. En una de ellas conocí a los de BDSMK. A veces, cuando un amante me abre las piernas para sucumbir en mi abrevadero, si no me deja cerrarlas, imagino que me ató. Desear y que ese deseo provoque mi consentimiento, esa es la clave. Si yo no hubiera ido a una fiesta como aquella no podría reconocer que la sentencia de La Manada no describe en los hechos probados una agresión sexual, sino una violación. Si alguien ve en esa descripción exhaustiva de los hechos el más mínimo consentimiento, ¿qué tipo de educación sexual ha recibido?
La misma que perpetúa el erróneo concepto de sexo en grupo, incluyendo las orgías en el concepto que no es. Encontrar un local para estas reuniones es complicado. A veces los que aparecen, sin ser invitados, son los agentes de la policía. Incapaces de encontrar jamás nada de lo que pudieran buscar y dejando a los presentes aún más desnudos. Todos tenemos nuestras perversiones favoritas, los uniformes siempre son bienvenidos. Pero cuando se reconvierten en uno de los nuestros, no cuando se personan como tarjeta de visita que acojona. Seguro que si nos hubiéramos reunido para rezar el santo rosario, a nadie le hubiera extrañado un policía arrodillado. Y se tienen los mismos prejuicios hacia Dios que hacia el diablo; a mí la policía siempre me intimida, imaginen si aparecen en una fiesta en la que visto camisón de seda de tirón fino.
No permitan perversidad en ninguna de sus perversiones.
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