Sexo deseado, no consentido
Ojalá solo tengamos el sexo que más nos apetezca
Quiso la fortuna y el delirio personal que la semana pasada creyera vivir en otro planeta. Así me sentí. Sentí por primera vez que somos muchas. Y que esta vez queremos elegir todo el sexo que tengamos.
Hace relativamente poco, una periodista mucho más joven que yo me hizo una entrevista para no sé qué medio digital. La conocí en un evento de publicidad de Jägermeister para el que me contrataron. Yo hacía discursos sobre cómo podría, querría o potenciaría que pudiera tener sexo en el espacio. Un monólogo divertido en el que lucía palmito. Le debo a Jesús Robles, propietario de la librería 8 y medio, el mejor de mis piropos: “Qué gran actriz se está perdiendo el cine español contigo”; quien me conoce puede dar fe de las sabias palabras de mi querido amigo. (¡Cuánto te echo de menos, Jesús!).
La periodista me vio en mi salsa. Esperó a que acabara de trabajar (cuatro monólogos de media hora sobre sexo espacial, les recuerdo), hablamos un rato de lo que yo había contado y en un momento determinado empezamos la entrevista. “Me ha parecido, por lo que has contado y cómo lo cuentas, que das especial importancia a la sexualidad femenina. Y claro, no puedo evitar preguntártelo, ¿eres feminista?” Ante mi cara de estupor, la periodista bajó el tono de voz “Entiéndelo; no estamos muy acostumbrados a que una mujer diga en público lo que quiere en la cama, a menos que vaya de coña. Me ha dado la sensación de que tú no bromeabas”. Y se sonrió como avergonzaba por lo que acaba de decirme.
El 8 de marzo las mujeres nos juntamos para gritar las condiciones que exigimos para trabajar en igualdad. Y para cambiar lo de sexo consentido por sexo deseado
Aquella periodista se extrañaba de que tuviera la poca vergüenza de pedir a la NASA que fabricara unos trajes especiales que permitieran follar ingrávidos. O que, en el caso de que fuera enviada a una misión espacial absolutamente sola, me abastecieran de los suficientes juguetes sexuales como para seguir con mi frecuencia masturbatoria. Una diaria sin ser tío. Sin ser tío: ahí está el asunto. La periodista se extrañaba de que en mi despliegue de medios incluyera cuán importante es el sexo en mi vida. “(...) a menos que vaya de coña”, había recalcado. Imagino que esa misma periodista verá con el mismo tono jocoso el artículo de un directivo de RTVRM sobre sus compañeras de trabajo. Tan típico. Tan mierda. El artículo ya ha sido retirado y el directivo destituido. Ha costado, que en ERC aún sigue el espécimen.
El pasado 8 de marzo vi pasar toda mi carrera profesional en la plaza de Callao. Las periodistas habíamos quedado a las 12.30 en una concentración propia. Los alrededores empezaron a bullir una hora antes. A cada paso, saludaba al cruzarme con alguna compañera de redacción. La única ventaja de cumplir años en esta profesión es que trabajas con tanta gente que muy mal se te tiene que dar para no aprender de cada persona con la que te cruzas. Por ser mujer aprendes mucho más de lo que te gustaría. Aprendes a no quedarte a solas con el famoso de turno con el que trabajas. Si tienes la mala suerte de gustarle, puede que una noche, en su camerino, le parezca lo más natural del mundo apalancarte contra la pared al grito de “Me la pones durísima con esa cara de asco que pones cuando algo no te gusta”. Justo el mismo rostro que luces después de todos sus comentarios sobre tu escote o minifalda.
Cada una de aquellas mujeres con las que me encontré tiene historias parecidas. No creo que mi caso sea especial, si acaso me relamo pensando que pueda abrirse la caja de los truenos televisivos. El 8 de marzo las mujeres nos juntamos para gritar las condiciones que exigimos para trabajar en igualdad con los hombres. Y para cambiar lo de sexo consentido por sexo deseado. ¿Se imaginan? Que pudiéramos desear todas y cada una de las posturas, caricias, penetraciones y chupetadas que queremos en nuestra cama, y lo que es mejor, que pudiéramos hacerlas realidad. Que no se quedara en una mera fantasía sexual, que de esas ya tenemos muchas.
Yo las mías las intento cumplir; así me dejo hueco para idear otras nuevas. Lo bueno del feminismo es que aprendemos las unas de las otras cada vez más. Pocas cosas me han emocionado tanto este 8 de marzo como las mujeres de las zonas rurales saliendo a celebrarlo. El machismo lo perpetuamos las madres que consentimos que nuestros hijos salgan hasta más tarde que nuestras hijas. Aquella periodista bajó la voz para preguntarme si yo era feminista. Y el jueves pasado seguro que estaba en esa marea humana que colapsó todo el centro gritando por el feminismo. El feminismo nos permite mirarnos y saber en qué queremos mejorar. No puede ser que nos impidan desear menos de lo que desean cualquiera de ellos. Por ejemplo Rafael Hernando. Fíjense en el poder sanador del feminismo que hasta el portavoz en el Congreso del PP va a empezar a preocuparse por nosotras. Ha visto la luz. ¡Alabado sea el Señor!
Gracias, Rafael, por haberte dejado seducir por el feminismo aunque sea a cuenta del temblor de glúteos que te ha entrado de pensar en todas esas mujeres con lazos morados. Cuánto peligro junto.
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