El camarero, la socorrista y el de la charanga: mil formas de hacer el agosto
Sin ellos no habría vacaciones. Atienden chiringuitos, vigilan piscinas o animan las fiestas. Cientos de miles de personas se aferran a la campaña estival española para encontrar un empleo que les ayude a subsistir el resto del año. En un país donde escasean las oportunidades laborales.
TORREMOLINOS. Ocho de junio. Dos de la tarde. Jesús Luque sirve los primeros espetos a unos turistas noruegos bronceados como el betún. Hoy el viento fresco de poniente no anima mucho a darse un chapuzón en la playa. Pero es perfecto para que se hagan las sardinas a la brasa. El plato estrella del chiringuito Ginés y María, el restaurante donde ha conseguido trabajo por segundo verano consecutivo este camarero. Luque, de 25 años, se incorporó a la plantilla hace unos días. Justo cuando acabaron las clases de su módulo de técnico de emergencia sanitaria. Quiere ser conductor de ambulancia. Pero ahora le toca currar en hostelería, ayudar a sus padres en casa. Ahorrar para irse a vivir con su novia. “Y tener hijos cuanto antes”, dice mientras limpia rápidamente una de las mesas.
A este malagueño le han hecho un contrato de tres meses. Trabaja de diez de la mañana a seis y media de la tarde. Descansa un día a la semana. Gana unos 1.200 euros netos al mes. Al igual que él, cientos de miles de españoles conseguirán empleo durante la campaña estival. El año pasado se firmaron siete millones y medio de contratos en esta temporada. Aunque cada uno de ellos no equivale a un puesto de trabajo. Entre abril y septiembre se generaron más de 600.000 empleos. Este año, las previsiones son también muy altas. Un ejército de trabajadores vinculados a sectores que dependen en su mayoría del turismo, como el comercio, la hostelería, logística y el ocio, se despliega por toda España. Muchos llevan todo el año esperando este momento para reinsertarse ahora en un mercado laboral precario y escaso de oportunidades a largo plazo. Otros aprovechan las vacaciones para sacarse un dinero extra. Algunos harán su agosto. Todos buscan salir adelante en un país que durante una década ha sufrido el embate de una gran crisis de la que no acaba de recuperarse. Y que vuelve a tener la tasa de empleo temporal más alta de la Unión Europea.
“¡Ya están las gambas al pil pil!”, grita la jefa de Luque desde la cocina. El joven se apresura a coger la ración y llevársela a unos clientes madrileños que han preferido sentarse en la terraza. Las nubes no acaban de irse. El mal tiempo lleva semanas alejando a los turistas de la Costa del Sol. “Pero en julio y agosto esto será la jungla. Hay que dar el callo”, dice Isabel Fernández, de 55 años, una de las encargadas de este negocio familiar. Tres hermanos regentan el chiringuito que abrió su padre en los sesenta. El restaurante está abierto todos los fines de semana del año. Pero la mayor fuente de ingresos la consiguen durante el verano, cuando hacen su agosto. A base de trabajar de lunes a domingo. Ahora necesitan refuerzos. “Contratamos a dos personas: a Jesús de camarero y a Fede, de espetero”, cuenta esta mujer mientras sofríe una paella. Federico Ribeira tiene 24 años y acaba de licenciarse en Historia. Quiere hacer un máster y ser profesor. “Pero necesito el dinero para matricularme”, cuenta este argentino que llegó con sus padres a Málaga cuando era un crío y que ahora es todo un experto en el asado marinero.
La palabra sardina se traduce de la misma manera al inglés, alemán y francés: sardine. En este local el menú viene en esos tres idiomas. Que coinciden con las nacionalidades de los extranjeros que más nos visitan: ingleses, alemanes y franceses. España batió su propio récord el año pasado al recibir más de 82 millones de turistas. El turismo nacional también está repuntando, pero sigue sin levantarse. Una de cada tres familias españolas aún no puede permitirse unas vacaciones. Las comunidades autónomas preferidas por los guiris fueron Cataluña, Baleares, Canarias y Andalucía. En esta última, la provincia que más empleo estival genera es Málaga. A 80 kilómetros al oeste de Torremolinos, en el puerto de Estepona, la capitana de yate Mercedes Jiménez mira al cielo y reza porque afloje el viento. Es patrona del Mare Magnum 2, un barco de 11 metros de eslora con servicio chárter y capacidad para 11 personas. Ella se encarga de pasear a turistas por estas aguas cerca del Estrecho de Gibraltar. Durante el recorrido, les ofrece una botella de champán y unas patatas fritas para picar. 170 euros la hora.
“Se ha puesto muy de moda lo de alquilar barcos y a mí me viene fenomenal porque por fin puedo dedicarme a mi auténtica pasión: el mar”, dice Jiménez, de 38 años, natural de Badajoz. Tiene el título oficial de capitana, pero hasta el año pasado estuvo trabajando de camarera. “Cuesta mucho dinero tener tu propio barco”. Jiménez critica que es un sector con mucha irregularidad. “Algunas compañías de chárter náutico contratan a gente sin estar preparada. Una cosa es tener la titulación de embarcación de recreo y otra llevar a tu cargo la vida de personas”, sostiene. Sus principales clientes son chicas de despedida de soltera, familias. “Todos extranjeros”. Aunque hoy se quedará sin faenar, un poco aburrida, por falta de tripulantes con ganas de salir a la mar.
El que no para ni un minuto es Álvaro Jiménez Franco, monitor de campamento, una de las profesiones con mayor demanda en verano. Este opositor de Magisterio, de 33 años, ha conseguido trabajo en Fuerte Nagüeles, un centro privado de ocio infantil que se encuentra a las faldas de una de las montañas que rodean Marbella. Un grupo de escolares de tercero de primaria corretea esta mañana por este pinar en busca de pruebas para resolver un acertijo. “¡No run, please! Sin correr, que no quiero ningún lesionado”, grita un poco estresado. Y la jornada no ha hecho más que comenzar. Los pequeños estudian en un colegio internacional de Marbella: hay rusos, chinos, ingleses, pocos españoles. “Menos mal que me he sacado el nivel C1 de inglés. Si no manejas idiomas es muy complicado conseguir un buen curro en la Costa del Sol, y menos de profesor”, explica este hombre de piel morena que lleva un atuendo (bermudas y camiseta verde) con el que puede pasar por agente forestal. Jiménez se ha presentado cuatro veces a las oposiciones. “Pero no consigo sacarme la plaza. Y hay que pagar la hipoteca”, cuenta sin desprenderse ni un minuto de su walkie-talkie que le sirve para comunicarse constantemente con el resto de monitores. Una docena de profesionales vigila diariamente a unos 200 niños.
— Profe, se ha escapado la cabra otra vez.
El monitor se dirige corriendo a la granja. Le sigue la jauría de colegiales emocionados por las trastadas del animal. Jiménez consigue meterla en el establo. “Venga niños, vamos, que empieza la tirolina”. Son las cuatro de la tarde y la jornada se extenderá hasta las doce. “Por la noche tienen discoteca o juegos nocturnos”. El sueldo de Jiménez ronda los 1.200 euros al mes. “Aquí en verano hay mucho trabajo. Todos mis amigos tienen carrera, pero la mayoría son mileuristas. Y el nivel de vida en Marbella es muy elevado”, lamenta. La situación laboral de los jóvenes en España no es nada alentadora: las cifras de paro juvenil son de las peores de Europa. La mayoría de los que consiguen empleo se meten en la rueda de la estacionalidad. Son los que menos ganan. Y los que más trabajan a tiempo parcial. Un cóctel explosivo que, junto con los alquileres disparatados, impide que puedan dejar el nido o desarrollar un proyecto de vida. La edad media para emanciparse en este país es a los 29, ocho años después de que lo hayan hecho suecos, daneses o finlandeses.
"En Marbella hay mucho trabajo. Mis amigos tiene carrera, pero la mayoría son mileuristas", dice Álvaro Jiménez, monitor de campamento
Por estadística, a José Luis Fuertes, ya le tocaría dejar la casa de sus padres. Pero, por ahora, este ingeniero industrial no tiene pensado hacerlo. Menos este verano, que vuelve a compaginar su trabajo fijo en una empresa de revisión de equipos de radiología con las actuaciones de la charanga Los Piraos. Él toca la caja. Es uno de los fundadores de esta agrupación musical que ameniza las fiestas de los pueblos de Castilla y León. El primer fin de semana de junio Los Piraos tocan en Medina del Campo, donde se celebra una feria taurina. “Inauguramos la temporada en nuestra casa”, dice Fuertes desde el local de ensayo que tienen en la plaza de toros. Son las cinco y media. Falta poco para que dé comienzo el pasacalles. Sus compañeros van llegando. La mayoría son veinteañeros, hay un par de adolescentes. Salen a la calle y se colocan en cuatro filas: primero la percusión, luego el trombón y el bombardino, después de los saxofones. A la cola, las trompetas. Los 12 músicos acompañarán a los tres toros de la tarde, metidos en cajones y arrastrados por caballos. Luego se soltarán los astados. Comenzará el encierro.
Los paisanos disfrutan del espectáculo desde la barrera metalizada. La mayoría bebe cerveza, otros pacharán, alguno se atreve con un chocolate que ha pillado en un puesto de churrería de la esquina. Las cuadrillas de muchachos se preparan para correr. “¡Ole esa charanga!”, grita una señora con el pelo como recién salido de la peluquería. “Hoy es un día grande. Viene todo el mundo de la comarca”, cuenta el concejal de festejos, José María Magro. El consistorio ha destinado una partida de 23.000 euros para estos dos días. “15.000 son por la contratación de los toros. Si hasta tenemos un Mihura”. A la charanga les pagarán unos 500 en total. “No nos hacemos ricos. Sacamos unos 1.500 euros por músico cada verano”, dice Fuertes. “Un dinero que viene bien para pagar los gastos del seguro del coche, ahorrar”. La charanga ha preparado un repertorio de unas 200 partituras en el que hay de todo: pasodobles, jotas y canciones de pachangueo. “Tenemos unas 50 actuaciones”. No descansarán ni un fin de semana. Fuertes incluso se pilla días de sus vacaciones. No acabarán hasta mediados de septiembre.
— “No me hable de septiembre que me deprimo”.
Teresa Georgiva es socorrista en una piscina de Madrid. Tiene 47 años, madre soltera, y sobrevive gracias a estos meses de calor, cuando la piscina se convierte en el oasis de cualquier ciudad. En la capital hay casi una veintena de piscinas públicas que suponen para muchos la única manera de refrescarse. Georgiva, fisioterapeuta, trabaja en el polideportivo del distrito de Hortaleza, al noreste de Madrid. Tiene un contrato fijo discontinuo. “Trabajo aquí de mayo a septiembre, lo que me permite cotizar cinco meses y medio”, cuenta esta búlgara que lleva 12 años en España. Su salario es de 1.400 euros brutos. “El resto de meses cobro el paro o consigo algún trabajo como fisioterapeuta”. Es viernes por la mañana y por fin aprieta el calor. Tiene turno de mañana. A las diez y media un par de jubilados se adueña de la piscina olímpica. Un grupo de chavales juega en el césped mientras una pareja se besa en el bordillo. El Ayuntamiento tiene una bolsa de socorristas que supera los 1.400. Al final de temporada sólo acabarán entrando unos 500. “Hay mucha competición. Hago mucho deporte para no perder mi puesto”.
"Voy de temporada en temporada: quiero ganar mucho dinero y ahorrar, esto tiene fecha de caducidad", cuenta la gogó Laila Berzosa
Laila Berzosa va cinco días al gimnasio para mantenerse en lo más alto. Seguir siendo la reina de la noche en las mejores discotecas del mundo. Cuando esta gogó de 24 años se sube al escenario, se come el mundo. Contonea todo su cuerpo a ritmo de la música tecno. Extiende sus brazos como si fuera a cobijar entre sus pechos a todos los que bailan a sus pies. De vez en cuando, una ráfaga de luz deja ver el bañador de plástico fluorescente que lleva de segunda piel. Los hombres sueñan con tocar sus largas piernas, pero lo impide un segurata que la custodia en todo momento. Ella sigue moviéndose, nadie ve su cara, tapada con una máscara. “En esos momentos sólo bailo, pero si se me acerca demasiado algún baboso lo mando a tomar por culo”, cuenta en uno de los camerinos de la discoteca Olivia Valère, uno de los templos del ocio nocturno de Marbella.
Berzosa acaba de mudarse después haber estado trabajando como bailarina en Tailandia. “Voy de temporada en temporada”. Empezó en la discoteca de Pachá, en Ibiza. Es de un pueblo de Alicante, del que salió tras acabar la ESO y después de una dolorosa ruptura sentimental. Ahora los meses que no está subida a un escenario vive en Madrid, donde estudia Arte Dramático. “Pero lo tengo un poco abandonado. Quiero ganar mucho dinero y ahorrar. Esto tiene fecha de caducidad”, confiesa mientras se empolva la cara con maquillaje. En julio y agosto trabaja todos los días. Cuando los turistas abandonen la Costa del Sol, Berzosa hará de nuevo las maletas. ¿Próximo destino? “Quizá Miami. Me muevo donde haya trabajo”.
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