Esa gente que te para y te habla de refugiados
Los donantes privados españoles, con 32 millones de dólares, son el noveno contribuyente mundial al presupuesto de Acnur
— Hola buenos días, soy Juan y soy colaborador de Acnur, la agencia de ayuda a las refugiados
— Pues es una vergüenza que andéis ayudando a gente que viene aquí a provocar atentados.
Era una respuesta recurrente cuando Juan Ion Rodríguez abordaba a los viandantes en la provincia de Córdoba el pasado agosto, días después de los atentados de Barcelona. La misma que recibieron aquellos días muchos de los más de 600 captadores que trabajan en las calles de 35 provincias de España con el Comité Español de Acnur, buscando gente que quisiera contribuir económicamente al trabajo de la agencia de la ONU para los refugiados. Antes, Ion llevaba mejor las malas respuestas. Ahora le cuesta más.
Porque en noviembre, Rodríguez fue seleccionado junto a otros cuatro compañeros para viajar a Camerún y ver de cerca el fruto de su día a día: la atención que Acnur presta a quienes tuvieron que dejarlo todo en su país (República Centroafricana) y cruzar la frontera camerunesa con lo puesto para sobrevivir. Aunque ya conocía su situación —al menos, todo lo que se puede saber a miles de kilómetros—, vivirla de cerca le ha convencido más del valor de su trabajo. Pero haber puesto cara a las jóvenes sin futuro, haber entrado en las chozas de familias sin nada y haber visto a niños empleados en yacimientos de oro también hace que se frustre más cuando la gente no se decide a colaborar.
"Me daba miedo imaginar lo que podría encontrarme aquí. Y creo que he visto la realidad: se está haciendo mucho, pero las necesidades son enormes". Lo dice al volver del campo de refugiados de Lolo Lara de Miguel, actriz —actuó en Compañeros, la famosa serie de finales de los noventa—, y trabajadora del Comité español. De Miguel está en el departamento de captación por teléfono desde Madrid. Si Rodríguez es de esos tipos vestidos de azul a los que muchos rehúyen en centros comerciales, plazas o bocas de metro, De Miguel es una de esas llamadas incómodas que tantos se apresuran a cortar.
"La gente no tiene ganas de ver la realidad de lo que está pasando. Y está bien. Es una cuestión de prioridades, y en España también vivimos momentos complicados", opina De Miguel. "Pero mi idea es esa: paremos un minuto y pensemos en qué hay más allá", añade. "Yo me levanto cada día como el tío que va a pescar y a tirar la caña al río. Pasarán 2.000 peces, pero si se lleva algo a casa, se irá contento", explica Rodríguez. "Si de las 300 personas que paro al día, 280 me dicen que tienen prisa, a 20 les cuento lo que hacemos y dos o tres se hacen socios, es un gran día. Porque hemos ganado una ayuda por meses o años que es importantísima", señala.
El país que más aporta a Acnur es EE UU, seguido de Alemania. Las donaciones privadas españolas ocupan el 9º lugar de la lista
Desde el punto de vista cuantitativo, desde luego, lo es. El trabajo de Acnur, que coordina y gestiona la atención a quienes huyen de sus hogares por la persecución y la violencia, va desde montar y organizar campos hasta tratar con las autoridades de los países de acogida, conseguir comida y otros servicios o planear la búsqueda de un futuro. Todo eso se financia con donaciones de países y privadas. En 2017 el principal contribuyente fue Estados Unidos (1.450 millones de dólares), seguido de Alemania (476) o la Unión Europea en su conjunto (436). Después vienen Japón, Reino Unido, Suecia, Noruega y Canadá. Y en el noveno puesto, con 80,7 millones de dólares, los donantes privados españoles a través de este Comité. Los fondos públicos españoles (Gobierno central y otras instituciones autonómicas o locales), en cambio, aparecen en el 32º, con 10,1 millones.
A Javier Armas, responsable de los captadores callejeros (face-to-face, en la terminología de la organización) en Barcelona provincia, el viaje le sirvió para hacer una reflexión profunda: "Vimos que en los pueblos había cameruneses que estaban igual de mal que los refugiados centroafricanos en cuanto a falta de todo", evoca. "Así que hay que aceptar que la ayuda humanitaria, lo que hacemos, no cambia el mundo. Eso solo se puede hacer con la política. Lo que nosotros hacemos es ayudar a las personas que lo necesitan, porque sin esta protección y apoyo no podrían salir adelante", argumenta. "Como decía un eslógan de una de nuestras campañas: no podemos cambiar la historia, pero sí podemos cambiar historias".
Armas, que confiesa que era muy escéptico cuando empezó a trabajar con el Comité Español, ha ido adoptando con el tiempo una visión más pragmática. "A veces las ONG pecamos de sentimentalismo, pero no se trata de eso. Hay labores menos vistosas de coordinación, de infraestructuras, incluso de apoyo legal para conseguir un documento que diga que existes, que son absolutamente indispensables", comenta tras asistir a la entrega de los certificados de nacimiento a unos niños centroafricanos venidos al mundo en Lolo (Camerún). Esos trozos de papel que les el derecho más básico: el de ser alguien.
Trabajadores, no voluntarios
Lo que hacen Armas, Rodríguez y De Miguel es un trabajo remunerado, por lo general de lunes a viernes y a media jornada. Suelen pedir una colaboración de 15 euros al mes, y el tiempo medio de permanencia de los socios es de cuatro años. Mucha gente, reconoce Ion, no entiende que hacer algo solidario pueda ser un trabajo. "¿Por qué está bien que alguien trabaje consiguiendo clientes para que una compañía telefónica tenga beneficios, y está mal que tu trabajo sea conseguir ayuda para las personas refugiadas?", se pregunta el cordobés, de 27 años.
"En mi equipo tengo un grupo de mujeres de 35 a 55 años que habían dejado de trabajar y no encontraban forma de reinsertarse en el sistema", comenta el canario Armas. "Este trabajo a media jornada es una forma de hacerlo".
De cada 100 euros conseguidos por el Comité Español, 11 se dedican a pagar a la plantilla y mantener la estructura de captación y sensibilización y 89 van directamente a Acnur. Además, la organización envía a sus socios y colaboradores informes detallados de los gastos.
"Aunque a veces sea desagradable, este trabajo es bonito porque le tomas el pulso a la sociedad: hablas con gente de todos los orígenes, situaciones económicas...", explica Armas. "Y creo que tenemos el orden de prioridades muy equivocado", agrega. Rodríguez, que lleva dos años y medio en esto, cuenta que muchas veces también les toca hacer de psicólogos, como cuando trabaja en algunos de los municipios con más paro de España. "En general, hacen más quienes menos capacidad económica tienen. Quienes lo han pasado mal son más sensibles", asegura.
Ion se emociona al recordar casos de enfermos terminales de cáncer —"voy a ayudar el tiempo que esté aquí"—, mujeres desahuciadas que piden a sus familiares que colaboren con ellos... "Nosotros intentamos informar y animar, no convencer. El empuje solidario de cada uno depende de lo que lleve dentro, de lo que haya vivido o de la educación que haya recibido", opina. Armas coincide: "Al final, entenderlo y asumirlo es un esfuerzo, y a todos nos tira el echarnos en un sofá, y ya está".
— Hola buenos días, soy Juan y soy colaborador de Acnur, la agencia de ayuda a los refugiados...
— Lo siento, no tengo tiempo...
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