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Necesito ser imprescindible

Gorka Olmo

Bajo el disfraz del altruismo, hay quienes ayudan a otros con el fin de recuperar el favor o fortalecer una relación más estrecha con esa persona. Pero la gratitud no siempre llega. ¿Qué hacer para no sentirse traicionado?

Las personas muy generosas a menudo se quejan de las decepciones que sufren por parte de aquellos a los que han ayudado. Si lo hacen supuestamente sin esperar nada a cambio, ¿por qué se sienten tan defraudadas después? En la columna Las amistades desaparecidas, publicada en este mismo dominical en 2016, Javier Marías señalaba que es muy común que aquellos a los que asistimos en momentos de gran dificultad, una vez superada la crisis se vuelvan distantes o incluso se conviertan en enemigos. El motivo es que relacionan a la persona que les salvó con un momento de infortunio que quieren olvidar. Sin embargo, otra cuestión es: ¿por qué necesitan desesperadamente ejercer de salvadores de los demás? Bajo el disfraz del altruismo muchas veces se oculta la fuerte necesidad de hacernos imprescindibles para alguien de nuestro entorno más cercano. Según la teoría del psicólogo Antoni Bolinches, detrás de la adicción a asistir y complacer a todo el mundo se oculta a menudo un niño que tuvo poco amor de su padre o de su madre. Esto hace que busque en la edad adulta el amor que le faltó, comprándolo a través de buenas acciones que le procuren el reconocimiento y gratitud.Cuando este agradecimiento no llega o el favor es olvidado demasiado pronto, el donante –como lo define Adam Grant en su bestseller Dar y recibir (Gestión 2000)–, se siente desolado ante la actitud del receptor.

El psicólogo Adam Grant asegura que los más generosos ganan un 14% menos de dinero y tienen más riesgo de ser víctimas de crímenes

En el libro, el psicólogo estadounidense explica que los donantes se muestran excesivamente atentos, confiados y están dispuestos a sacrificar sus intereses en beneficio del resto. En comparación con los que reciben, Grant cuenta que los más generosos ganan un 14% menos de dinero, “presentan el doble de riesgo de ser víctimas de crímenes” y están considerados un 22% menos poderosos y dominantes que los demás.Al regalar a alguien el propio dinero, tiempo, conocimiento o influencias nos ponemos a su servicio.

Lo reconozcamos o no, lo que buscamos a cambio es ocupar un lugar central en su estima, pero ese privilegio es de corta duración. Al cabo de unas semanas, esa persona ya ha integrado la dádiva y prosigue su vida. Muchas personas llevan mal este supuesto desengaño y acaban cortando la relación con el otro. Para salir de esta dinámica de relaciones tóxicas, el psicólogo Xavier Guix propone usar el diagrama de Peirce, un filósofo y físico estadounidense que vivió entre 1839 y 1914. Este diagrama es una herramienta que explica cómo se genera el psiquismo humano. Esta representación gráfica muestra cuatro cuadrantes: lo necesario, lo posible, lo imposible y lo contingente.Para la cuestión que nos ocupa nos centraremos en los dos primeros. Los que buscan ser imprescindibles en la vida de la gente ocupan el cuadrante de lo necesario. Hacen de la ayuda a los demás una necesidad y una obligación. Quien actúa desde este lugar del diagrama va por el mundo buscando el fallo, el hueco que debe ser llenado. Si se entera de que un amigo tiene dificultades para pagar el alquiler, ofrecerá su dinero o su aval para un préstamo.

Gorka Olmo

Con esta manera de proceder, se genera una deuda cada vez mayor que los demás no pueden devolver. Para salir del círculo vicioso, Guix propone colocarse en el cuadrante de lo posible, que es lo que dicta el sentido común. En una cena de seis amigos, quien actúa desde lo posible pagará su propio cubierto. O, como mucho, pagará el suyo y el de otra persona que le invitó a comer recientemente. Quien se halla atrapado en lo necesario, se sentirá tentado a ser el héroe de la noche y pagará la cuenta de los seis. Esta transición de lo necesario a lo posible no es fácil. Al principio el donante compulsivo tendrá que luchar contra sus impulsos. Siguiendo con el ejemplo del restaurante, debería preguntarse: “¿Qué haría una persona normal en mi situación?”.

El reto será aún mayor cuando el donante ve que las personas a las que aprecia están a punto de fracasar. Sentirá un impulso irrefrenable de salvarlos. Para reprimir ese instinto, Guix apunta que su tarea será dejarlos caer. Solo quien tropieza y se equivoca puede aprender por sí mismo a hacerlo mejor. Y si fracasa demasiadas veces, entonces pedirá expresamente ayuda. Al final, se trata de deshacer el nudo entre el que da sin mesura y el que recibe sin agradecer la ayuda. Así cada persona puede vivir su andadura por sí misma, sin dependencias ni deudas.

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