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La lucha contra la marginación del colectivo ‘trans’ en Nueva York

Amanda Lepore (izquierda) y Sophia Lamar, protagonistas del documental 'I hate New York', de Gustavo Sánchez.
Amanda Lepore (izquierda) y Sophia Lamar, protagonistas del documental 'I hate New York', de Gustavo Sánchez. Jacob Fuglsang Mikkelsen

El documental 'I Hate New York' refleja la fortaleza del colectivo transexual frente a una sociedad no siempre comprensiva

PARA MUCHOS, en Nueva York la fiesta terminó en 2001. Con la caída de las Torres Gemelas todo cambió. Esas noches locas, lúdicas, imprevisibles se volvieron casi tan reaccionarias como lo demás. La ciudad se sumió en un estado de vigilancia policial y los elementos de resistencia que la habitaban tuvieron que adaptarse para sobrevivir. Entre sus estandartes, tres activistas transexuales que ejercían de agitadoras y musas del underground: Amanda Lepore, Sophia Lamar, Chloe Dzubilo. Cuando su influjo parecía haber quedado restringido a aquella era previa a la paranoia colectiva, el documental I hate New York reivindica la vigencia de su mensaje. Realizado a lo largo de una década con una cámara doméstica por el novel Gustavo Sánchez y producido por los hermanos Carlos y J. A. Bayona, busca, en palabras de su director, “funcionar como un misil contra los prejuicios destinado a que todos saquemos el trans que llevamos dentro; pero trans de transgresor”.

Ahora que el empoderamiento femenino sirve de ariete mediático para otras causas, el movimiento trans eleva su voz. En el caso de estas tres precursoras, como revela el filme, su batalla sigue sin encontrar auténtica resonancia en los foros ocupados por quienes toman las decisiones de poder. Precisamente pocos meses antes del 11-S, Lepore (una especie de Jane Mansfield hipersiliconada que paseaba desnuda por los clubs) y Lamar (una diva intelectual) aliaban fuerzas en uno de los primeros casos de transfobia reconocidos mediáticamente. El local de moda cuyas noches animaban las había despedido aludiendo a que no eran ‘mujeres biológicas’. La protesta que convocaron a sus puertas acompañadas de su abogado se bautizó como el ‘Stonewall de los derechos de identidad de género’. Salió hasta en The New York Times. Y, como bien dice Sophia Lamar en la película, “cuando algo sale en el New York Times deja de ser underground, porque ya va para allá esa masa sin cantera, esa masa incontrolable, que está ahí agazapada a ver lo que puede pasar y lo echa todo a perder”. En su caso, al menos, su súbita salida a la superficie contribuyó a que ganaran la demanda.

La tercera protagonista, Chloe Dzubilo, a quien la cantante Anohni reconoce como su ‘madre trans’, representa todo lo que nuestra sociedad sigue expeliendo: superviviente del sida de largo recorrido, ex adicta, ideóloga punk, artista incomprendida, activista trans. Heredera de la pionera por los derechos gays Marsha P. Johnson, durante años Dzubilo solicitó reunirse con la alcaldía de Nueva York para impulsar leyes integradoras del colectivo. Como por ejemplo, activar protocolos especiales en las comisarías al detener a personas trans.

No parece que hayamos prosperado mucho al respecto. A finales de 2017, un informe de la propia policía neoyorquina recogía que sus agentes aún utilizan fórmulas tan discriminatorias como insistir en llamar a los/las detenidos/as trans por su nombre de nacimiento, no por el que les correspondería por su identidad de género. Las astracanadas de Trump no han hecho sino seguir minando estos derechos (al igual que los de muchas otras minorías). A la prohibición de que los estudiantes menores accedan a los baños y vestuarios que coincidan con su identidad de género y a la de la presencia de transexuales en el ejército acaba de sumar la objeción de conciencia para los médicos que no quieran atender a personas trans. Mientras, la sociedad va muy por delante. Y las propias afectadas trans, más. Como exclama Lamar en un momento del documental: “¿Cómo alguien me puede marginar? ¿Marginarme de dónde?”.

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