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Columna
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Cuba no quiere millonarios

Miguel Díaz Canel puede reformar sin prisas y con pausas, o a la vietnamita, aprisa

Juan Jesús Aznárez
El presidente cubano, Miguel Díaz Canel, el pasado 21 de abril en la Habana (Cuba).
El presidente cubano, Miguel Díaz Canel, el pasado 21 de abril en la Habana (Cuba). ERNESTO MASTRASCUSA (AFP)

La prioridad del nuevo presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, es eliminar la dualidad monetaria y acometer reformas económicas que promuevan mayor bienestar social, pero sin millonarios. Cuba observa el modelo vietnamita, que ha potenciado la empresa privada sin renunciar al dominio del partido comunista, y admite que los emprendedores se conviertan en millonarios. La ortodoxia cubana rechaza copiar el formato asiático por eso de la brecha entre ricos y pobres, los peligros ideológicos y el imperio al acecho. Siempre de verde olivo, ensaya variantes propias, incapaces de obtener los resultados aparecidos.

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La isla legalizó a más de medio millón de autónomos y 400 cooperativas susceptibles de convertirse en pymes generadoras de riqueza y trabajo. Sin ellas, Cuba no saldrá del atolladero. Las sociedades soportan mejor a los millonarios que el racionamiento. Pero como la acumulación de riqueza está prohibida, el crecimiento de los emprendedores y sus negocios es limitado. Improbable la apertura política, a mayor libertad económica, mayor prosperidad. Las estadísticas de Vietnam son elocuentes: crece el número de los millonarios, y decrece el de pobres. Al terminar la guerra entre el norte y el sur, en 1975, el 70% de sus habitantes, era pobre; en 1992, el 58%, y en 2000, el 13%. Los ingresos promedio pasaron de 15 y 20 dólares mensuales a cerca de 300. La última ley reguladora de la nación indochina, vigente desde 2015, establece un marco de creación de empresas y negocios privados amplísimo. Aunque las estatales son todavía cruciales, las pymes seguirán creciendo.

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El nuevo gobernante cubano escuchó decir en La Habana al secretario general del partido comunista de Vietnam, Nguyen Phu Trong, que “la economía de mercado por sí no puede destruir el socialismo, pero para construir con éxito el socialismo es necesario desarrollar la economía de mercado”. Raúl Castro aprobó en 2008 reformas contra la centralización heredada de los soviéticos, que se anunciaron como estructurales sin serlo de verdad. La descentralización vietnamita, y la integración de la inversión extranjera, resultaron mucho más atrevidas desde 1989. El proceso de reformas Doi Moi relegó en sus planes la colectivización de los recursos nacionales.

Hace cinco meses, Cuba otorgó mayor autonomía de funcionamiento a las empresas estatales, auténticos agujeros negros muchas de ellas. Desde el 2013, se ha clausurado casi el 20%. Las privadas de Vietnam aportan cerca del 40% del PIB y el 85% de los nuevos puestos de trabajo. Los autónomos cubanos representan el 12% de la población laboralmente activa. Casi el 80% del PIB cubano es generado por las estatales, según los datos disponibles; con los actuales esquemas, su transformación en centros de producción competitivos y rentables es un objetivo quimérico. Teniendo en cuenta la restrictiva regulación de las actividades que pueden privatizarse, y que las pymes siguen en el limbo, Miguel Díaz Canel puede reformar sin prisas y con pausas, o a la vietnamita, aprisa y con millonarios.

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