Planeta Thermomix
Thermomix se ha convertido en el robot de cocina más vendido del mundo. Imprescindible en miles de hogares europeos y cocinas de restaurantes y grandes chefs, cada día salen cerca de 2.000 unidades de las plantas de producción de la compañía alemana Vorwerk. En su origen fue la primera batidora con calor.
TIENE USTED una Thermomix? Su respuesta puede que condicione todo lo que lea a continuación; hará que se zambulla en la historia con ferviente entusiasmo o que pase las páginas con condescendiente desdén hacia un robot, en su origen la primera batidora con calor, que para los autodenominados “amantes de la cocina de verdad” es anatema.
Desde los 27 años, edad a la que se fue de casa, Rafael Porres —madrileño, físico de carrera e ingeniero de sistemas de profesión— solo ha vivido sin su Thermomix el largo periodo de 24 meses que su trabajo le hizo residir fuera de España. Porres tiene hoy 41 años y se define “cero purista”. “Es un debate clásico, ya sea en el trabajo o cuando invitas a alguien a comer a casa”, explica. “Que si es cara, que si no lo es para todas las prestaciones que tiene, ¡aunque a mí la frase que más me gusta es la de aquellos detractores que la acusan de que no cocina sola!”, añade Porres con media sonrisa irónica.
No, no cocina sola. O mejor dicho, no cocina solo, en masculino. Porque sus padres fundadores alemanes así lo decidieron: Thermomix es un robot, por lo tanto es masculino. Aunque los usuarios españoles lo han feminizado y se hace imposible no hablar de “la Thermomix”, incluso de la thermo, en entrañable diminutivo.
Si lo que usted pretende es mirar hipnotizado a la máquina y ordenarle un ¡cordon bleu! y que por arte de magia tenga la receta humeante sobre la mesa para la cena, no, no va a pasar. Necesita un chef particular. O llamar a Just Eat, Glovo, Deliveroo… Si cree que la felicidad está en las pequeñas cosas, en el chop-chop de una cocción lenta, en pasarse la mañana del domingo picando cebolla para hacer unas judías blancas, si le relaja tener dos sartenes y una cacerola sobre la vitrocerámica cocinando a la vez…, entonces tiene garantizado que su cuenta corriente no sufrirá el gasto de algo más de 1.200 euros que cuesta la máquina (sí, se puede financiar).
Si hablamos de puristas, nadie cocina mejor ni es más partidaria de los fogones y cazuelas clásicas que Maribel Moreno. Y sin embargo, esta manchega de 71 años lleva más de 30 guisando hoy en la Thermomix y mañana en la cocina. Y viceversa. O a la vez. “Es cómoda, no sé por qué deberíamos renunciar a un aparato que, por ejemplo, te hace la masa para las croquetas de forma rápida y limpia”, explica Moreno sentada en la cocina de su casa en Las Rozas (Madrid). “El salmorejo sale de lujo”, añade su marido, Víctor Juez, con cómico énfasis en el hecho de que a quien le sale bien es a la máquina, no a la cocinera… “Todos vamos muy deprisa”, reflexiona Moreno sobre el mundo vertiginoso en el que vivimos. Thermomix ahorra tiempo y esfuerzo a cualquier usuario, ya sea un chef conocido —sí, muchos la tienen en las cocinas de sus restaurantes, Paco Roncero y Dabiz Muñoz, entre otros— o un absoluto neófito de la gastronomía. Palabra, por cierto, esta última que se define como “el arte de preparar una buena comida”. La RAE no especifica método.
Cualquiera de los más de 8.400 agentes comerciales a domicilio que promueven y gestionan la venta de la máquina en España le contará que Thermomix es el único robot capaz de hacer estas 12 funciones: pesar, mezclar, picar, cocer al vapor, moler, triturar, cocinar, amasar, batir, emulsionar, remover y calentar. “Hace más fácil y más rápido muchas de las tareas que realizaríamos a mano, acortando además tiempos de cocción sin sacrificar la calidad del plato”, garantiza Cristina Fonseca, 32 años. Fonseca es agente comercial de la empresa alemana Vorwerk desde hace dos años y glosa las virtudes ante la audiencia que ha visitado ese día.
La puesta en escena es siempre la misma. El guion cuenta con una anfitriona que ya posee el robot y que invita a su casa a un grupo de amigos o conocidos, que son potenciales compradores, para que el agente comercial les muestre cómo funciona. El escenario de hoy es idílico: una hermosa casa a las afueras de Madrid con una cocina de película y una luz perfecta para las fotografías. Invita Cecilia Di Luca, 48 años, argentina. Asisten a la clase práctica Claudia Leguizamón, 45, paraguaya, y María del Carmen Cortés, 55, “madrileña por el mundo”. La carta del día: pisto, dorada con patatas y huevos cocidos, una limonada y hacer masa de pizza. Fonseca utiliza con soltura términos comunes para un usuario de Thermomix y extraños para alguien que nunca ha tenido acceso al robot: mariposa, varoma, cubilete (y no de parchís). El resto de los utensilios es más o menos fácil deducir de qué se tratan: cesto, vaso, espátula… La secuencia de la preparación de un menú en una thermo sería la que sigue. Primero se amasa la pasta para la pizza en el vaso, sustituyendo las cuchillas por la llamada mariposa (similar a un batidor; se tarda menos de un minuto). Se retira la masa de pizza y se deja enfriar. Se lava el vaso y se coloca la cuchilla. Se introducen los ingredientes para el pisto. Sobre el vaso de acero inoxidable se coloca el pescado dentro del varoma (una especie de cacerola que permite cocinar al vapor varios platos en diferentes niveles a la vez). El vapor que despide el pisto al guisarse hará posible que se cocine el pescado, los huevos y las patatas.
Cádiz es la ciudad del mundo que más Thermomix tiene con relación a su población
La expresión, tras lograr una hazaña como sofreír, de alguien que no sabe, no quiere o no le gusta cocinar puede asemejarse a lo que debe ser alcanzar el nirvana. “¡He amasado!”, repite Claudia Leguizamón para sí misma, satisfecha, feliz, orgullosa una vez que la pantalla digital del robot le informa, con un soniquete que se lleva ya siempre grabado en el cerebro, de que acaba de finalizar el tiempo de amasado de su pizza. “¡He amasado, he amasado…!”. Cuatro mujeres inclinadas sobre lo que ya es para ellas un tótem, un emblema colectivo al que venerarán y utilizarán con toda probabilidad el resto de sus días. Incluso se lo pasarán a las siguientes generaciones. Como hizo Cristina, la madre de Rafael Porres, con su hijo, o como ha hecho María del Carmen con su hija. “Me hace, nos hace, la vida más fácil”, resume Cortés.
Desde principios de la década de los sesenta del siglo pasado, Vorwerk ha fabricado seis modelos distintos de Thermomix, desde el primer robot naranja, pasando por el clásico TM 3300, hasta el TM 5 digital, que ha revolucionado el mercado con la cocina guiada con el recetario por wifi mediante el dispositivo Cook-Key adosado a la máquina. En casi 60 años de historia, Thermomix se ha convertido en el robot de cocina más vendido y usado en el mundo. En España, la marca alemana batió el año pasado un nuevo récord, con casi 400.000 unidades vendidas de su buque insignia, el digital TM 5, desde su lanzamiento en septiembre de 2014. Hasta 2.000 máquinas de Thermomix salen al día de sus fábricas en todo el mundo. El robot de cocina está presente en más de siete millones de hogares de todo el mundo. Y este mes de abril, de forma exclusiva, Madrid volverá a acoger una nueva edición de Mundo Thermomix, la cuarta. Desde el jueves 5 hasta el domingo 8 de abril, clientes y seguidores de la thermo podrán disfrutar en el Palacio Municipal de Congresos de la capital española de diferentes charlas temáticas, talleres abiertos y clases magistrales impartidas por seis de los mejores chefs internacionales.
Es más fácil visitar Guantánamo que entrar en las tripas de Thermomix en Alemania
Pero para que todo lo anterior suceda, es necesario que exista un lugar de nacimiento, las tripas. Las entrañas de Thermomix se encuentran en Wuppertal, una ciudad al oeste de Alemania de poco más de 350.000 habitantes, donde el proceso de montaje de cada robot no tarda más de 15 minutos. Hay quien conocerá la población por su famoso Schwebebahn (tren colgante) y existirá quien se ponga melancólico y rememore la Ópera de la ciudad, de la que fue directora la coreógrafa Pina Bausch y que hoy —cerrada— sucumbe al olvido y al abandono.
Vorwerk no está interesada en la que podría ser considerada por muchos como publicidad gratuita. “Thermomix se vende sola”, aseguran sus directivos. Visitar la fábrica lleva tiempo. De hecho, el Pentágono concede acreditaciones para entrar en el centro de detención de Guantánamo con más celeridad de la que Vorwerk accede a un reportaje fotográfico de sus instalaciones. Reportaje, por cierto, que una vez conseguido deja una sensación de anticlímax. En la fábrica de Wuppertal no se ve una larga cadena de producción; no hay cientos de hombres y mujeres ensamblando piezas enajenados como en el clásico filme Tiempos modernos. El proceso de fabricación de cada robot de cocina está casi en su totalidad en manos de máquinas y se hace por estaciones. Más que una factoría en la que trabajan cerca de 1.000 personas, parece un laboratorio.
Gerald Wegmann, 53 años, orgulloso supervisor de producción de la factoría de Alemania, avanza rápido por las estancias y se sabe el nombre de cada trabajador al frente de su cometido. Camina y menciona cifras, explica el método de producción, cómo una empresa familiar que empezó tejiendo alfombras en el siglo XIX (en el año 1883, en concreto) se ha convertido hoy en referente mundial de los robots de cocina. Al señor Wegmann se le oye alto y claro, no es necesario aguzar el oído para evitar el sonido de las máquinas. Prácticamente no existe el bullicio que podría esperarse de semejante taller de producción. Unos enormes cilindros que cuelgan del techo y que bien podrían llegar de una exposición de arte itinerante del Guggenheim de Nueva York absorben el ruido. A lo largo del recorrido, son muchos los lugares que no se pueden fotografiar; muchos los detalles vetados a las cámaras. “Hablamos de alta tecnología digital, exclusiva”, apunta Sandra Krieger, joven de 29 años al frente de las relaciones públicas del gabinete de comunicación de Vorwerk.
“En su momento aceptamos la olla exprés y el paso de la máquina de escribir al ordenador”
Todo fluye. “Solo producimos bajo pedido, por lo que sabemos para quién va a ser cada aparato que sale de la fábrica, cada robot lleva ya nombre y apellidos”, relata Wegmann, que explica que la multinacional alemana está presente en más de 60 países y cuenta con más de 600.000 colaboradores en el mundo, de los cuales más de 45.000 son vendedores autónomos a comisión. “Somos una empresa en continuo movimiento”, prosigue el supervisor. Con un fuerte acento alemán pero un inglés de Oxford, Wegmann deja entrever que la compañía ya está trabajando en la siguiente generación de Thermomix. “Estamos siempre reinventándonos”. Pero hasta ahí puede leer.
Thermomix es la gallina de los huevos de oro de Vorwerk. Más del 40% de las ventas del grupo en 2016 se debieron al robot de cocina (1.286 millones de euros). Del 27% es responsable la aspiradora Kobold (836 millones). Y en tercera posición se encuentran los cosméticos Jafra (12%, 369 millones). Vorwek controla todo el proceso de venta y reparación de su joya de la corona: no existen tiendas en las que se comercialice, y si necesita reparación hay que pasar por una de sus sucursales para que sea arreglada.
Pero tan importantes como son las entrañas de la fábrica de Wuppertal es el amplio recetario que el robot ofrece a sus clientes-cocineros. “Las recetas son parte básica del modelo Thermomix, siempre lo han sido, desde el primer modelo y aquel libro ya objeto de culto con el título Nuevo amanecer”, afirma divertida Beatriz Rodríguez Díez, jefa de desarrollo de producto de Vorwerk en España. Abogada de profesión, Rodríguez Díez confiesa que su pasión por los guisos se remonta a la infancia: cocina desde los ocho años. Tras pasar más de dos décadas en labores ejecutivas de compañías ajenas a la gastronomía, cumplirá en septiembre 10 años al frente de la división de I+D de la multinacional germana.
Thermomix tiene tres plataformas a través de las que publica su recetario. 1: libros (en 2017 se han lanzado en España cinco con un promedio de 80 recetas). 2: una revista mensual (12 números, 11 con un promedio de 40 recetas más el extra de Navidad, que suele tener más de 60). Y 3: colecciones para la plataforma digital Cookidoo (unas 50 colecciones con un promedio de 12 recetas por colección).
“Esto es una cuestión de prueba y error, prueba y error…”, garantiza Rodríguez Díez. “El año 2017 ha sido de creación intensiva, ¡unas 1.600 recetas!”, prosigue. Aunque el dato es solo un promedio, “porque hay semanas y épocas más intensas que otras y además no todos los platos testados se llegan a publicar, pero sí la inmensa mayoría”. Navidad dispara los picos de demanda de menús, al igual que festividades ya asumidas por España, como Halloween.
La central de Vorwerk en Madrid está en la periferia de la ciudad, en el Campo de las Naciones, cerca del aeropuerto. Allí un equipo de cinco testadores vive rodeado de libros de cocina bajo la dirección de Rodríguez Díez, 53 años, nacida en Madrid, pero con familia jerezana, madrileña, francesa… Sobre sus escritorios hay ideas para nuevas recetas, y sobre la isla de la cocina, unas chuparquías recién hechas, el equivalente ceutí a los pestiños. Esta tarde se probará el banoffee, una tarta mezcla de plátano y dulce de leche. Ya van dos pruebas…
Prueba y error. Prueba y error. Y muchas veces error y error. Ese era el problema con el que vivían muchos usuarios de Thermomix antes de conocer el robot: la persistencia en el error a la hora de cocinar. Era el caso de quien firma este reportaje.
Episodios incómodos con la cocina yo ya había vivido unos cuantos. Esa mahonesa que no liga a media hora de que lleguen los invitados a comer y vas por el cuarto intento (obviamente, emulsionar en hilo fino no es lo tuyo). Ese arroz con almejas que nunca te atreves a preparar porque al leer la receta necesitas sentarte y asimilar 20 instrucciones diferentes, intentando no hiperventilar. Hay que hervir las almejas en una cazuela con agua “abundante” (¿cuánto es abundante?, ¿abundante para que las cubra?, ¿abundante para evitar que nada más encender no quede ni una gota de agua?); el fuego debe estar entre medio y fuerte (¿y si me paso de medio?, ¿y si no llego a fuerte?; hay que sofreír, saltear… Por no hablar de preparar una salsa holandesa, hacer músculo a base de batir y batir… y que al final sea cualquier cosa menos una salsa holandesa.
Pero siempre hay la gota que colma el vaso. Ese momento en el que tocas fondo y sabes que hasta ahí has llegado. Ese día fue una noche de invierno de hace muchos años y lo protagoniza uno de mis mejores amigos —que ahora debe encontrarse corriendo por un cielo verde si tal cosa existiese—: mi perro, Carabias, un chucho con pretensiones de pastor alemán, con una oreja para arriba y otra para abajo, adoptado al mes de nacer, y que se lo comía todo, absolutamente TO-DO. Aquella noche, Carabias, también llamado el Lobo, corrió hacia la cocina resbalando por la tarima flotante tras oír el tintineo de una cuchara contra su cuenco de metal para la comida. Sin dejar de mover la cola, se abalanzó entusiasta sobre su cena. Husmeó, hundió su enorme morro en el cuenco y se frenó en seco. En su último acto de humillación hacia mis dotes culinarias, intentó de forma desesperada arrancarse con una pata hasta el último grano de arroz blanco que se le había quedado pegado a sus bigotes… Esta es por tanto una historia de amor y de odio. Odio a la cocina y amor por un robot que hizo posible mi reconciliación con la gastronomía (para humanos y perros). Esta es una historia basada en hechos reales y que en este punto necesitaba ser contada en primera persona, casi como una terapia. Esta historia es el relato del planeta Thermomix, en el que yo vivo desde 2014, pero donde residen miles de vendedores, creadores, usuarios, empresarios y blogueros desde hace décadas. Porque quien posee una Thermomix vive en paralelo, además de con agentes comerciales, con diferentes páginas de Internet, como Webos Fritos, Bea Corazón de Caramelo, 2Mandarinas en mi Cocina o Velocidad Cuchara, el primer blog de recetas para Thermomix y cuyo nombre hace referencia a una de las velocidades del robot.
Este abril, Rosa Ardá ya habrá cumplido 10 años —con sus días y sus noches— creando recetas para la thermo, entre el tiempo libre que le dejan sus guardias como enfermera en un pueblo de Madrid y la máxima dedicación a sus dos perros (Clara y Camilo, de sobra conocidos para los seguidores de su cuidada web). “Mucha gente no sabe cocinar, es fácil no salir del típico huevo frito o el clásico filete”, explica Ardá, experta cocinera, y quien tiene una relación de sacerdocio con su web. Ardá, 44 años, se sorprende de su popularidad entre los usuarios de Thermomix. “Nunca pensé que podría llegar a tanta gente”. Pero las cifras son elocuentes. Visitas anuales a la página en 2017: 40.903.587. ¡Casi 41 millones!. “Todos vivimos muy deprisa”, relata Ardá. “En su momento aceptamos la olla exprés, como se aceptó el paso de la máquina de escribir al ordenador. Es muy sencillo, la thermo te hace la vida más fácil”.
En eso deben estar de acuerdo el 25% de los hogares de Cádiz, la ciudad del mundo que mayor número de máquinas tiene en proporción a su población. El dato lo aporta Ignacio Fernández-Simal, director general de Thermomix en España, país que es el cuarto mercado del grupo, que tiene su pico en Alemania —nación de origen—, seguido de Francia e Italia. “La expansión hay que hacerla ahora en Reino Unido, Estados Unidos y China”, asegura Fernández-Simal. “Como máximo en seis años, el país asiático será el número uno en ventas”.
Si Thermomix se ha zambullido de lleno en la tecnología con la TM5, la empresa ni siquiera considera el salto a la venta online. “En absoluto”, zanja el ejecutivo. “El éxito de Thermomix es su modelo de negocio, la manera en que se vende, necesita ser explicado y probado en vivo”. A ese triunfo se une otra clave: la larga vida del producto. Ahora ha llegado el momento de ampliar sector de mercado, acercarse a los temidos millennials, que han hecho borrón y cuenta nueva con el pasado. Esa es la gran apuesta. Porque hay otras que se han dado por perdidas. No todo han sido aciertos. En territorio español, Thermomix reconoce un gran fracaso, su mayor fracaso: los churros. Con esta última frase acaba de servirse en bandeja la venganza de los puristas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.