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Carta blanca
Columna
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Comunicación onírica

Una pregunta sobre unas sandalias en medio de un sueño desencadena una reflexión sobre la amistad y la distancia, sobre lo que echamos de menos.

EN EL SUEÑO vos estabas frente a mí a la mesa en una casa blanca y espaciosa. Me preguntabas si me había comprado finalmente las sandalias que me habías recomendado y yo levantaba el pie derecho y te las mostraba. Te reías y yo te decía que eran muy cómodas, que caminaba bien. Ahí me desperté, Ignacio, con un resto de alegría que me duró bastante. Estoy pensando todo el tiempo en hacer zazen para lograr drenar, mediante la meditación, clonazepam humano. El sueño en cuestión tenía una estructura bastante infantil. Recuerdo que, cuando nos conocimos en Ecuador, yo te dije que quería tener hijos y vos me aconsejaste que, si era realmente así, lo hiciera de inmediato. Que los hijos te hacen gastar mucha energía y que es mejor estar preparado físicamente para afrontarlo. Lo hice. Tuve una hija. Me cambió la vida. Los hijos vienen al mundo para trabajar contra nuestro egoísmo. Así que al principio fue difícil. Ahora bien, ¿por qué me preguntabas por las sandalias? El año pasado, cuando nos vimos en el verano español, me recomendaste que me comprara estas sandalias blancas que tengo puestas ahora, mientras te escribo, que se llaman, creo, menorcas. Parecen sandalias de mujer. Me encantaron.

Tuve una hija. Me cambió la vida. Los hijos vienen al mundo para trabajar contra nuestro egoísmo

Supongo que al ser amigos separados por océanos, como nos vemos poco, siempre quedan cosas que uno quiere decirle al otro que no se suple con el correo electrónico, con la virtualidad. A mí me gusta escuchar la voz. De hecho, de los seres queridos que se fueron lo que más extraño es la voz. La voz de Fogwill, la voz de mi padrino Bruno, la risa de mi tía Teresa, la forma en que ladra mi perra Rita… Joan Didion decía que de lo que más le costó desprenderse de la ropa de su difunto marido fueron los zapatos porque, siguiendo el pensamiento mágico, ¿con qué iba a caminar cuando volviera? Yo creo que cuando vos, en la vida onírica, me preguntabas por las sandalias, me estabas diciendo: ¿Pudiste caminar? ¿Lograste sortear el dolor sin el Prozac? ¿Recuperaste la alegría de ser quien sos?

Uno sabe, Ignacio, que el poder lo único que quiere es debilitarte, quitarte potencia, para después hacer lo que quiere con vos. Y supongo que mi inconsciente te eligió a vos como mi interlocutor en el sueño porque para mí representás la opinión crítica certera, ese tipo de persona que nunca va a dejar de decir la verdad a pesar de la amistad. Y también alguien que sabe caminar, con sandalias o no, por la tierra, metabolizando el dolor en aventura. Ya despierto, recuerdo que pensé que vos, junto a Ari —otra amiga española que tengo—, tienen la virtud de que uno, inmediatamente, ni bien los conoce, se siente con la tranquilidad de decirles lo que piensa, les guste o no. Mi amigo Viggo suele mandarme postales desde cualquier lugar del mundo, no sé cómo se las arregla para que esos rectángulos de papel lleguen a mi casa. Con ese mismo optimismo te mando esta breve misiva esperando que llegue a vos, querido crack.

Fabián Casas es escritor. Su novela Titanes del coco está publicada en España por Mondadori.

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