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Anne Hidalgo: “Las ciudades son el antídoto al populismo”

Ed Alcock
Marc Bassets

La alcaldesa de París y presidenta del C40, organización que aglutina a las urbes más grandes y prósperas del mundo, apuesta por un futuro con más internacionalismo que nacionalismo. Y con una Europa más fuerte. Socialista, hija de españoles inmigrantes, controvertida en sus declaraciones públicas y decisiones políticas, su nombre no ha dejado de sonar como posible candidata a convertirse en la primera mujer presidenta de Francia.

ANNE HIDALGO (San Fernando, 1959) es más que una alcaldesa. Sí, es la alcaldesa de París, que desde el siglo XIX como mínimo es la ciudad por excelencia, modelo y laboratorio en el mundo, que ahora inicia los preparativos para organizar los Juegos Olímpicos de 2024. Pero además de su cargo en la capital francesa preside el C40, una organización que agrupa a las 92 ciudades más grandes del planeta, con 650 millones de habitantes y dos tercios de la riqueza mundial.

El C40 es de hecho una auténtica potencia que refleja el poder urbano ante problemas urgentes como el cambio climático y las desigualdades crecientes. El 26 de febrero, alcaldes del C40, entre ellos Hidalgo, se reunirán en México con ocasión de la segunda conferencia Women4Climate (Mujeres por el Clima), donde abordarán cuestiones que van desde el poder de las mujeres hasta la inclusión social y la innovación.

“Si no se intentan políticas voluntaristas, el mercado inmobiliario puede acabar con esta clase media que no podrá vivir en el centro de las ciudades”

Hidalgo, hija de inmigrantes españoles en Francia, es un ejemplo de la existencia de la meritocracia republicana, lo más parecido a lo que podría llamarse sueño francés. También es hoy la política más destacada de un Partido Socialista sumido en una crisis existencial; su nombre nunca ha dejado de sonar como una posible candidata a ser la primera mujer presidenta de Francia.

¿Qué políticos le inspiraron cuando empezó a interesarse por la cosa pública? Más bien fueron personalidades del feminismo. Me influyeron Simone de Beauvoir o Simone Veil, que no era una mujer de izquierdas. ¿Personalidades políticas? Leí a Jaurès y a Blum: toda la literatura de izquierdas. Pero también me marcaron personas más contemporáneas como Lionel Jospin. Cuando Jospin vuelve en 1994 a la dirección del Partido Socialista después de las elecciones de 1993 —que fueron un desastre para la izquierda—, tuvo un discurso sobre la democracia, la transparencia, la modernidad, los cambios sociales en temas como la igualdad de mujeres y hombres que me llevó a entrar en el Partido Socialista.

La memoria de la guerra de España, del franquismo, ¿le marcó? Lo que me contaban de mis abuelos, de mi padre, me impactó como mujer de izquierdas. Y lo que me ha impactado en esta historia es que existe un momento en el que hay que intentar la reconciliación. No hay que olvidar la historia, y el trabajo de memoria es esencial. No se puede decir: “Esto son cosas antiguas y hay que mirar adelante”. Hay que enfrentarse al pasado con lo que tiene de bonito y de feo, y también mirar al porvenir.

Ahora en España se cuestiona la Transición. ¿Está de acuerdo con estas críticas? El pueblo español estuvo a la altura, y la Transición se vio en toda Europa como un fenómeno democrático, pacífico. Cuando uno sale de una historia en la que hubo una guerra civil, algo que nunca deja intacto a un pueblo, y se han pasado 40 años bajo una dictadura y se abre una oportunidad que no es ni la guerra, ni la revolución, ni un conflicto —es una revolución, sí, pero pacífica—, es algo positivo.

Ed Alcock

A raíz de la crisis catalana, algunos políticos en España y medios fuera hablan del regreso de cierto neofranquismo. Esto es muy chocante. Soy una mujer de izquierdas, pero hoy España es un país democrático. Con todas las fragilidades de la democracia, no solo en España. No se puede tomar siempre como referencia la Guerra Civil para analizar lo que está ocurriendo. El riesgo de populismo existe en España como en otros países de Europa y más allá, pero España es un país democrático, con sus instituciones, un Congreso, unas elecciones, un sistema político. ¿Que sea perfectible? Por supuesto. Pero ¿que no sea democrático? Esto no se puede decir.

¿Qué sensación le produce lo que ha ocurrido en Cataluña en los últimos meses? Yo, como mujer de izquierdas y humanista, soy más internacionalista que nacionalista. Esto de los nacionalismos no lo entiendo mucho. Que haya que intentar que culturas regionales importantes, como la catalana o vasca, estén presentes y sean respetadas en el ámbito de las instituciones y la democracia española, sí. Y además es un país en el que, es verdad, durante la guerra y el franquismo, estas identidades fueron símbolos de democracia y libertad. Todo esto hay que reconocerlo y darle su lugar en la Constitución. Y fue lo que se intentó cuando hubo el cambio de estatuto en 2006. Luego los jueces decidieron algo que fue un poco una metedura de pata. Dicho esto, cuando vi la manera de avanzar en esta idea de independencia, de apelar a Europa para ser parte de Europa y no de España, porque supuestamente España sería franquista… Me han chocado mucho estos argumentos. Estoy a favor de una España democrática que integre estas culturas, pero que sea una unidad, y que sea parte de Europa. En un momento en el que estamos trabajando más bien para reforzar Europa, no vamos a debilitar los Estados con sus regionalismos. Esta crisis llega en un tiempo crucial, porque los populismos suben y necesitamos una Europa más fuerte.

Hablaba de populismo. Son curiosos los mapas electorales y la diferencia en los votos entre la ciudad y el interior. Ocurre en Francia, pero también en Estados Unidos, por ejemplo, y otros países. Usted ha impulsado las alianzas de ciudades. ¿Las ciudades son un freno al populismo? Por lo que somos, somos un freno al populismo. En una ciudad como París se podría haber pensado que después de los atentados de 2015 —teníamos elecciones regionales en diciembre, menos de un mes después—, las fuerzas de extrema derecha y populistas tendrían unas votaciones importantes. Y resultó que en París las fuerzas populistas sacaron resultados muy bajos: menos del 6% para el Frente Nacional en los barrios golpeados por los atentados. Hay quien piensa que es porque en las ciudades solo viven personas ricas con alto nivel educativo. Y es verdad que nuestras ciudades son atractivas para los ganadores de la globalización: personas jóvenes, activas, cosmopolitas, con una cultura internacional y una capacidad de trabajar hoy en París, mañana en Nueva York o en Londres. Personas que hablan varios idiomas, que están formadas en las nuevas tecnologías y vinculadas con la economía digital. Pero hay algo que constatamos los alcaldes en la red del C40, y es que en nuestras ciudades vive esta población muy creativa, pero también otra que viene a buscar protección. Se trata de gente que ha perdido su trabajo, su situación profesional o familiar porque están excluidos, o gente que viene a buscar protección porque son refugiados, inmigrantes. Y ven que aquí hay luz y esperanza, y posibilidad de una vida un poco más pacífica, donde pueden encontrar lo esencial. Es decir, una vida segura porque hay un sistema de sanidad y de educación, porque hay solidaridad con la gente más ­pobre. En nuestras ciudades viven estas dos poblaciones. Y en medio, la clase media. La clase media de nuestras ciudades considera que tiene que darle la mano a los que no van bien, pero también tener los servicios que le permiten quedarse en la ciudad entre estas dos poblaciones. Para mí, en esta composición, muy mezclada sociológicamente, muy internacional y cosmopolita, están los antídotos claves contra el populismo.

En París y en Europa todavía hay una clase media importante. En otros países, en América del Norte y del Sur, esta clase media se está reduciendo. Son situaciones distintas: las ciudades europeas no se han construido igual que las del continente americano. Los centros urbanos en Europa son centros donde la gente quiere vivir. Las ciudades europeas son ciudades que como máximo tienen tres millones de habitantes, ciudades pequeñas comparadas con las más grandes del mundo. En América se ha producido otro fenómeno: la gente con recursos ha preferido salir del núcleo de la ciudad para instalarse fuera, y los centros urbanos se han dedicado en gran parte a la actividad económica. El modelo europeo es el bueno. Aunque sea grande, guarda una talla humana y permite retener a la clase media, que es la que trabaja para el funcionamiento de la ciudad. El problema en Europa es que, si no se intentan políticas voluntaristas, el mercado inmobiliario puede acabar con esta clase media que no podrá vivir en el centro de nuestras ciudades.

Segunda conferencia anual de Women4Climate en México

La alcaldesa de París y presidenta del C40, que aglutina a los regidores de las ciudades más pobladas del planeta, lidera el próximo 26 de febrero la conferencia de esta organización internacional que bajo el nombre de Women4Climate (Mujeres por el Clima) reunirá en México a figuras políticas, empresariales y ciudadanas implicadas en el desarrollo
de comunidades más inclusivas y sostenibles.

¿Y que vayamos hacia el modelo americano? Puede ser. Mire Londres. Es un modelo liberal, aunque los alcaldes antes de Boris Johnson eran de izquierdas, como Ken Livingstone. Pero llegó Boris Johnson. Le conocí muy bien, es muy simpático, trabajamos muy bien juntos, pero no tenía una política pública para conservar a la clase media en la ciudad. Hoy día, Sadiq Khan, el nuevo alcalde, intenta una nueva política, inclusiva. En París, yo ahora y antes Bertrand Delanoë, sabíamos que teníamos que invertir mucho en vivienda pública, porque es la oportunidad para mantener a la clase media en París. Hoy tenemos aquí un 20% de vivienda social. La mayoría está destinada a la clase media. Son más de 450.000 personas que residen en vivienda accesible. Y menos mal que lo hemos hecho, porque, si no, habríamos estado bajo la presión de una especulación inmobiliaria tremenda. Y nos hubiese ocurrido lo que ha sucedido en Londres: que la gente que vive de su trabajo no puede quedarse en el centro, porque la vivienda es cara, y tienen que irse lejos. No digo que hayamos cumplido completamente a la hora de mantener a toda la clase media: es una batalla importante y son presupuestos importantes.

Hablemos de París. Llama la atención a alguien que acaba de llegar a la ciudad la dureza de las críticas que usted recibe. ¿Cómo logra irritar a tanta gente? Hay que tener en cuenta cómo se organizan hoy las polémicas, especialmente a través de grupos muy organizados en las redes sociales, que vienen más bien de la extrema derecha, que vienen de la oposición de derecha y de otras, de lobbies industriales también. Pero yo soy una alcaldesa muy feliz. Cuando voy a la calle, y voy todos los días —vengo a trabajar en metro—, hablo con la gente. Tenemos miles y miles de proyectos, y estas críticas no proceden de quienes viven en la ciudad. Seguramente el hecho de que la izquierda haya perdido bastante y que el Partido Socialista esté por los suelos tras la elección presidencial, que yo quede identificada como una de las figuras de la izquierda y que además sea una mujer pueden ser algunas de las causas de la virulencia en el debate público, pero no soy la única en recibirla. Hay una histerización del debate público en las redes sociales, y periodistas que las aprovechan para intentar convertir estas polémicas en realidades. Hay casi dos mundos paralelos que de vez en cuando coinciden, pero no demasiado.

Ed Alcock

Usted ha tocado temas sensibles, como el del coche. Casi es sagrado para mucha gente… No para los parisienses: para los lobbies. De hecho, la mayoría de los parisienses no tienen coche hoy día.

La gente se queja del tráfico… En el caso de los parisienses, solo 1 de cada 10 toma su coche a diario para trabajar. Solo se habla de este uno y de los lobbies que apoyan a este uno. Yo quiero interesarme en los nueve que toman transporte público. Y estos están más bien satisfechos de que en la ciudad se pueda respirar mejor que antes, porque los picos de contaminación del aire tan importantes que hemos tenido han sido violentos. En París, 2.500 ciudadanos mueren cada año por esta causa. Los lobbies han visto cómo los alcaldes de las grandes ciudades —porque lo que ocurre aquí sucede también en Seúl, en Nueva York, en Chicago, en Los Ángeles— nos hemos comprometido en la lucha contra la contaminación del aire, y los lobbies se han organizado para atacar a los alcaldes y a quienes batallan para que se respire mejor.

Los lobbies, ¿quiénes son? ¿Los fabricantes de coches? Hay un lobby más bien del diésel, muy influyente. Se ha visto tras el dieselgate, cuando hemos sabido que habían mentido a los consumidores, a las autoridades nacionales y europeas. Y estoy convencida de que, desafortunadamente, las recientes revelaciones de The New York Times sobre el tema no serán las últimas. Este lobby es potente y organizado. Los constructores —no todos, y aquí trabajamos mucho con todos, los franceses y los internacionales— dicen que su papel no es tanto construir coches sino proponer movilidad. Y saben que donde se está inventando la movilidad y los mercados del futuro es en nuestras grandes ciudades. En una urbe como París, más del 60% de la población no tiene coche, utiliza el transporte colectivo, el sistema de coches eléctricos compartidos, de bicicletas. Es una causa fundamental para el planeta: la del cambio climático y de la calidad del aire, la de la salud pública para que nuestros niños, las personas mayores, quienes sufren de problemas respiratorios puedan vivir en las ciudades sin envenenarse.

Hay mucha agitación y ruido en las redes sociales, como usted dice, pero no es solo eso. Hablando con parisienses se nota una cierta irritación con el estado de las cosas… Como siempre…

“Las críticas a mi gestión vienen de la extrema derecha, de la oposición de derecha y de ‘lobbies’ industriales. No de quienes viven en París. Yo hablo con la gente”

Se quejan de la suciedad, o ahora de las ratas, por ejemplo… Bueno, EL PAÍS es un diario muy importante, y también puede subir a un nivel más importante.

Pero es importante reflejar las inquietudes… Sí, y yo respondo ante la gente. Por ejemplo, el tema de las ratas existe en todas las ciudades europeas, porque los productos que se utilizaban antes para luchar contra ellas están prohibidos. Ahora toda Europa reflexiona sobre cuáles son las modalidades nuevas para esta lucha. Este tema de las ratas, ¿quién lo lleva? ¿Lo ha mirado usted en las redes sociales?

¿Quién lo lleva? La extrema derecha. ¿Por qué? Porque es muy viral. ¿Cuántos clics va a tener hablando de ratas? Miles y miles y miles. ¿Cuál es la realidad? Cada alcalde tiene que trabajar y proponer a los ciudadanos una posibilidad de vivir bien en una ciudad limpia, donde no haya problemas. ¿Pero hablar únicamente de esto, como diciendo que es el tema sobre el que los parisienses están inquietos…?

No hablamos únicamente de este tema. Es un poco extraño, un poco extraño.

Otro tema polémico. El Ayuntamiento de París ha acogido una exposición homenaje al Che Guevara, de quien usted ha dicho que era “un icono romántico”. Ha recibido muchas críticas. Disidentes cubanos… Ni lo voy a comentar.

De acuerdo. ¿Podría decirme una virtud y un defecto del presidente Macron? No, tampoco. Yo no soy una comentarista de la vida política y de las capacidades de tal o cual.

Cuando escucha que le llaman “el presidente de los ricos”, ¿cree que es acertada la descripción? No estoy aquí para comentar la vida política. Estoy aquí para llevar la gestión de una ciudad que está ganando, que está ganando bastante, en todos los sectores, que es una de las urbes más atractivas del mundo. El World Economic Forum nos pone como tercera ciudad mejor gestionada del mundo, tenemos la calificación de ciudad más innovadora de Europa, una ciudad donde estamos ganando la batalla del empleo, una ciudad donde hemos ganado los Juegos Olímpicos, una ciudad donde la solidaridad existe porque hemos planteado políticas de solidaridad con los refugiados y una ciudad que mantiene sus clases medias. Yo estoy aquí para actuar, no para comentar.

¿Ha habido un efecto Macron para París? Tampoco voy a comentarlo.

París compite para atraer sedes tras el Brexit. Sí, y estamos ganando. Por ejemplo, hemos ganado la presencia de la Agencia Bancaria Europea, hemos trabajado con el Estado para impulsar el atractivo de París. Vienen empresas muy grandes. Google ha anunciado que escoge París para la inteligencia artificial. París está ganando con un equipo que ha planteado los temas de la ecología, del humanismo, de la innovación y de lo social como objetivos más importantes, que nos mueven a nosotros y a los parisienses.

¿El Partido Socialista francés está en riesgo de desaparición? Tiene que salir de esta, como el partido socialista español. El debate sobre la fragilidad de la democracia tendría que ser más compartido por el mundo del periodismo. He visto una película extraordinaria, Pentagon Papers. Y salí con nostalgia de una prensa de investigación, una prensa que tenga su papel, el papel del cuarto poder en una democracia.

El papel de contrapoder. No contrapoder: cuarto poder. Así se llama aquí a la prensa: el cuarto poder. Salí con nostalgia de que entre todos los que tienen que ver con la permanencia de la democracia —sean los políticos, los ciudadanos, los actores económicos y asociaciones, y la prensa— no se comparta la idea de que hay algo muy muy frágil, y que la democracia está en peligro.

¿Le gustaría ser presidenta? Soy alcaldesa de París.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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