“El régimen de Maduro es real, nos tienen a dieta”
Ante la escasez de alimentos en Venezuela, familias enteras deambulan por Caracas para conseguir comida. Aquí, algunas de sus historias
A las seis de la madrugada, Isabella espera junto a sus dos hijos menores cerca de la iglesia de La Chiquinquirá, en el barrio caraqueño de La Florida. Ha madrugado para asegurarse un plato de comida caliente que cada sábado, desde hace siete meses, se reparte en la iniciativa social La Olla Milagrosa y que le evitará, al menos hoy, volver a rebuscar comida en la basura.
Trabajaba como administrativa en un taller de coches donde José, su marido, es mecánico. Hasta hace unos años no se ganaban mal la vida, pero llegó la crisis y la despidieron. Tienen cuatro hijos de entre tres y 12 años. Carlos, el más pequeño, padece un cuadro leve de desnutrición. “Y eso que le doy dos comidas al día, aunque me quede yo sin ella”, lamenta Isabella. “El problema es que no disponemos de variedad, no comía casi nutrientes y apenas podemos tomar frutas y verduras una vez a la semana”.
Steven, el mayor, acompaña a veces a su padre a recoger la cena en un centro comercial del barrio Bello Monte. Si tienen suerte, podrán cenar de alguna sobra de los restaurantes de la zona. “Me suelo adelantar yo y me pongo a rebuscar mientras mi padre termina en el trabajo. Llegamos deprisa porque todos sabemos a qué hora suelen sacar la basura en este centro”, indica el chico. Es la carrera diaria contra el hambre. José acaba de llegar del trabajo y su hijo ya le espera con un poco de pasta aderezada con una suerte de salsa boloñesa. Una veintena de personas también comienzan a degustar los restos de comida que se van encontrando. Poco a poco, continua llegando más gente. “Cada día somos más y se nos hace más difícil repartirla entre todos. Muchos, a pesar de tener un trabajo, vivimos de las sobras. Es frustrante”, reconoce José.
Venezuela se enfrenta a una escasez crónica de alimentos agudizada por la caída del precio del petróleo, fuente de 96% de las divisas, cuando es un país que depende de las importaciones. La economía está en caída libre y la falta de comida y medicinas ha disparado los costes. “Los precios son inalcanzables, hay escasez. No hay leche de verdad, el cartón de huevos cuesta el doble que la pasada semana y el pan es un lujo”, relata Isabella. El Gobierno decidió regular el precio de la carne de vaca, el pollo y los productos de la cesta básica que, precisamente, son los menos abundantes.
En Venezuela se requiere ganar más de 27 salarios mínimos para cubrir el presupuesto para una familia de cinco personas
“El régimen de Maduro es real, nos tienen a dieta”, no pierde el humor a pesar de la delicada situación que se vive en el país. El salario mínimo se ha hundido a escasos dos euros al mes que de ningún modo alcanzan para pagar la cesta básica de 5.500.000 bolívares (52,7 euros), según el informe del pasado octubre del Cendas (Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros). Se requiere ganar más de 27 salarios mínimos para cubrir el presupuesto por familia que este centro estima en cinco personas.
El economista venezolano Miguel Montesinos explica la situación: “Tenemos la inflación más alta del mundo, lo que hace casi imposible que a las familias les salgan las cuentas. Además, entre la falta de producción agrícola y el incremento diario de los precios ya no solo están empobreciendo a los ciudadanos, sino que realmente se ha potenciado el hambre”.
Montesinos ha recorrido diversos lugares de la capital junto a organizaciones solidarias como Mi Convive o Esperanza para Llevar porque se negaba a creer lo que se temía: cientos de personas haciendo colas en los repartos de comida, familias enteras hurgando entre la basura para poder vivir o trabajadores que aprovechaban un descanso para meterse en las cloacas de la ciudad para buscar alguna pequeña joya perdida por los desagües. Allí conoció a Héctor, trabajador de un supermercado que escarba en el sucio y maloliente fango del río Guaire o a Steven, el hijo de Isabella y José. “Mis padres no querían que fuese garimpeiro en el río. Pero al menos no les supongo una carga”, sonríe entre los desechos de toda una ciudad mientras muestra algo parecido a un mugriento pendiente que luego pretenderá vender. “Es más habitual de lo que crees, a la gente se le van muchas cosas por las alcantarillas”, asegura Steven.
Tanto para la ONG Human Rights Watch como para Cáritas, la malnutrición infantil en algunas zonas de Venezuela ha alcanzado el nivel de crisis humanitaria, como advierte la organización católica en su último informe, realizado el pasado mes de septiembre. La mitad de los menores de cinco años, en las zonas supervisadas por este organismo, la sufre en diversos grados o está en riesgo inminente. El 15% de los niños menores de cinco años, unos 180.000, padece malnutrición moderada. De esta cifra, el 4% presenta un cuadro severo. “Es decir, niños que pueden morir esta misma noche”, alerta Susana Raffalli, asesora nutricional de Cáritas. La Organización Mundial de la Salud (OMS) establece el umbral de la crisis de malnutrición infantil en el 10%, lo que lleva a Cáritas a declarar el estado de crisis, al menos en los distritos analizados que superan ese porcentaje y donde, según esta experta, “mueren cinco o seis menores a la semana por esta razón y el sistema sanitario está desmantelado”.
La crisis alimentaria ha propiciado diversas iniciativas, individuales o colectivas, para intentar contrarrestar esa falta de acceso a la comida. Por ejemplo, los grupos de jóvenes comprometidos que ven con preocupación cómo su país se cae a pedazos socialmente. “Por ello hemos decidido hacer visibles a esas personas que parecen ser invisibles. Aquellos que están siendo más afectados por la crisis. Es hora de dejar de esperar que alguien nos venga a decir cómo quiere que sea nuestro país, debemos comenzar a construirlo con nuestras propias manos”, indica María Vittoria Torres de la organización Esperanza Para Llevar.
El país enfrenta una escasez crónica de alimentos agudizada por la caída del precio del petróleo, fuente de 96% de las divisas, en este país dependiente de las importaciones
La joven Alesia Santacroce es la impulsora de la Olla Milagrosa, una iniciativa que surgió “para poder ayudar a quienes ya no hablan de crisis, sino de ausencia; quienes no conocen la dificultad sino la necesidad; quienes no tienen qué comer y no han conseguido nada en todo el día”, explica.
Desde el comienzo de la iniciativa en el mes de mayo han ayudado a sobrevivir a más de 12.000 personas. “Al principio eran venezolanos en situación de calle, pero en los últimos meses ha pasado por aquí gente de toda índole social. Al principio nos extrañaba. Se hace raro ver a nuestros vecinos con su profesión y su familia estructurada pedir comida. Pero la situación coyuntural del país se hace muy difícil de afrentar para todos”, cuenta Alesia.
Feliciano Reyna, presidente de Acción Solidaria, alerta que hay una situación de emergencia social en el país también debido a la falta de medicamentos y que es necesario que el Estado admita la emergencia y acepte la ayuda humanitaria: “Si el Gobierno no abre la puerta en alimentación y salud, las consecuencias serán devastadoras”. Desde el régimen venezolano no se reconoce ningún tipo de carencia alimentaria ni sanitaria, y menos una crisis humanitaria. Este periódico se puso en contacto con el departamento de prensa del Ministerio del Poder Popular para la Salud para solicitar una entrevista, pero no fue concedida.
Es domingo al mediodía, Isabella y José caminan con sus cuatro hijos en dirección a una plaza al lado de Sabana Grande porque saben que hoy es allí donde la fundación cristiana Jesús: Camino, Verdad y Vida repartirá alimento. “Al menos los sábados y domingos tenemos cubierta la comida principal de mis hijos. Durante un día normal, mi marido se busca su plato en la calle después de trabajar para que nuestros hijos coman lo más decente posible, y los dos pequeños tienen un almuerzo diario en la escuela gracias a Alimenta La Solidaridad [una organización que proporciona a unos mil niños de los barrios más azotados por la crisis, una comida diaria equilibrada]. Hoy, gracias a eso, mi hijo Carlos ha mejorado notablemente aunque aún tendría que ganar más peso”, explica Isabella.
Susana Rafalli hace un llamamiento al Gobierno venezolano a aceptar cuanto antes la cooperación internacional para evitar una situación irreversible ante la escasez de alimentos y los efectos de una inflación que viene ahogando cualquier modo de supervivencia, principalmente en los niveles donde sobreviven varios miembros de una familia con menos de dos euros al mes para adquirir alimentos. “La proyección que tenemos es que 280.000 niños venezolanos podrían ser víctimas fatales de la desnutrición si el Estado no toma los correctivos a tiempo y acepta cuanto antes la cooperación internacional. ¡Ojalá lo haga antes de que sea demasiado tarde!”, concluye.
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