La lucha contra el hambre, entre rejas
En el complejo mundo de la cooperación internacional cada vez que se habla de una fórmula para disminuir el hambre y la pobreza citamos el programa Hambre Cero del presidente Lula
No deja de ser una ironía perversa que el artífice del mayor éxito internacional en la lucha contra el hambre y la pobreza, el expresidente Lula da Silva, fuera invitado este fin de semana en Etiopía por los presidentes de la Unión Africana para participar en un evento para mostrar los secretos del “milagro brasileño”, que inspira a los líderes del continente africano por su programa Hambre Cero, referencia mundial en los progresos sociales, mientras, en su propio país, están haciendo todo lo posible para meterlo en la cárcel. Y están bien cerca de conseguirlo. Para empezar, a última hora un juez le retiró el pasaporte el viernes y le impidió que subiera al avión.
Ironía siniestra que el articulador de unas políticas de distribución de riqueza en su país que consiguiera en algo más de una década rescatar de la extrema pobreza a más de 36 millones de brasileños, reducir la mortalidad infantil en un 45%, disminuir el número de personas subalimentadas en un 82% y conseguir que Brasil —el país más grande de Latinoamérica y donde la brecha entre ricos y pobres era la mayor de todo el mundo— desapareciera del mapa del hambre que la FAO elabora anualmente, esté a punto de ser llevado a prisión. La acusación formal es la de beneficiarse de un apartamento que no es ni ha sido nunca suyo, y el verdadero delito, ser en estos momentos el líder más valorado en un país en profunda crisis y en plena carrera electoral.
Porque, en efecto, si hay delito es precisamente ese: todos coinciden —opositores y detractores— que cuando se celebren las próximas elecciones generales —previstas para el mes de octubre de este año— hay un vencedor seguro, Lula. Si le dejan ser candidato.
La década prodigiosa con Lula hizo que la pobreza descendiera en Brasil del 22% al 8%
En el complejo mundo de la cooperación internacional, cada vez que se habla de una fórmula que haya funcionado para disminuir el hambre y la pobreza citamos el programa Hambre Cero que el presidente Lula y sus colaboradores implementaron en su país al ser elegidos en el año 2003. Cada vez que un país desea alcanzar objetivos similares, sea en Asia o en África, miran con admiración y respecto al “modelo brasileño”, que después adaptan a sus propias necesidades. Cada vez que queremos demostrar que es posible erradicar el hambre, hablamos de Brasil. Cada vez que explicamos cómo se puede redistribuir la riqueza para beneficiar a las capas más vulnerables de forma ordenada y metódica, citamos a Brasil.
Es por ello que los países africanos, reunidos este fin de semana en la capital etíope en su cumbre anual, le han pedido a Lula que vuelva a contarles cómo lo hizo y cómo les puede ayudar en su continente. Es una relación de colaboración que adquirió un impulso decisivo en la reunión celebrada en julio de 2013, también en Addis Abeba, durante la cual se lanzó una iniciativa de la Unión Africana, la FAO y el Instituto Lula con el objetivo de erradicar el hambre en África para 2025. Un año después, los resultados de dicha reunión se consolidaron por medio de la Declaración de Malabo, respaldada por los líderes africanos, que ahora quieren evaluar cómo va ese tortuoso y difícil camino para erradicar el hambre en el continente. Se han quedado con las ganas.
Uno se pregunta el motivo por el cual se han empeñado en su país en encerrarlo y cada vez es más evidente. El “modelo brasileño” es muy peligroso. Es demasiado eficiente. Puede ser replicado. Y, lo que es todavía peor para algunos, puede volver a implantarse si gana las elecciones. Por eso todos los esfuerzos ahora se dirigen a una única meta: impedir que sea candidato a las elecciones de octubre.
La década prodigiosa con Lula al timón —y después por su sucesora, Dilma— hizo que la pobreza general descendiera en Brasil del 22% al 8% entre 2001 y 2013 mientras, que la extrema pobreza bajó del 14% al 3,5%. El acceso a una alimentación adecuada alcanzó al 98% de los brasileños. En esa década, los ingresos del 20% más pobre de la población se multiplicaron por tres en relación con los del 20 más adinerados.
El ejemplo de Brasil, un complejo y enorme país de casi 200 millones de personas, en lo que es ya considerada internacionalmente una de las experiencias más exitosas en la reducción de la desnutrición de la historia reciente, sirvió pronto como inspiración para otros países primero en la región y después en otros continentes.
A finales de los años noventa el 14,7% de la población de América Latina padecía hambre
En Latinoamérica los líderes se comprometieron en el año 2005, con el apoyo de la FAO, a la erradicación del hambre en la región a través de la Iniciativa América Latina y Caribe Sin Hambre (IALSCH). La región fue pionera en asumir este reto y ha respondido a través de su principal órgano de integración, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC, que está implementando un ambicioso Plan de Seguridad Alimentaria, Nutrición y Erradicación del Hambre. Como resultado de todo ello, América Latina fue la región que más avanzó en la reducción del hambre y la pobreza de todo el mundo desde el inicio del siglo XXI. Los datos son contundentes y no dejan lugar a dudas. A finales de los años noventa había unos 66 millones de personas, es decir, el 14,7% de su población, que padecía hambre, que no podía acceder a los alimentos necesarios para llevar una vida sana. En década y media dicho porcentaje disminuyó al 5%, reduciendo hasta 34 millones el número de afectados (teniendo en cuenta, además, que en dicho periodo la población aumentó en unos 130 millones).
Son todos esos avances lo que quieren encarcelar hoy en Brasil, a cualquier costa. Eso es lo que se juegan no solo los brasileños sino todos aquellos que están preocupados por afrontar uno de los mayores retos colectivos que tenemos en nuestro planeta: erradicar el hambre y la pobreza. Quizá consigan meter entre rejas a Lula da Silva. Pero no pueden hacerlo con los 815 millones de personas que sufren hambre hoy en el mundo, una de cada nueve. La cárcel no sirve para solucionar esos retos. Nos sirven los Lula de todo el mundo. Lo saben los líderes africanos que lo han invitado este fin de semana en Etiopía. Lo sabe el propio Lula. Y, desgraciadamente, también se han dado cuenta aquellos que están empeñados en que nada de esto siga adelante. Una perversa ironía.
Enrique Yeves es periodista y escritor especializado en temas de desarrollo internacional. En la actualidad es Director de Comunicación de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Las opiniones vertidas en este artículo son personales y no representan a ninguna institución.
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