Cataluña: Unas pocas certezas
Cuando el nuevo presidente tome posesión seguirá reinando la imprevisibilidad
¿Una secuencia de anormalidades puede conducir a la normalidad? Este es el interrogante con que se abre la legislatura catalana. Anormal ha sido el camino que ha llevado a ella: unas elecciones insólitas, convocadas por el Gobierno español, con la Generalitat intervenida después de un amago de declaración de independencia. Anormal ha sido el desenlace: la polarización identitaria ha desdibujado por completo al eje derecha/izquierda. Anormal es que el presidente saliente y candidato a seguir en el cargo esté en situación de prófugo de la justicia, y nueve diputados electos no puedan asistir al pleno. Anormal es también que sobre cualquier decisión de la Mesa del Parlamento pese la amenaza de una suspensión cautelar o de una querella.
Y, sin embargo, lo que más se oye estos días en el mundo independentista es que hay que recuperar las instituciones, que conviene una fase de sosiego, que sería deseable una legislatura larga que devuelve confianza y permita ampliar espacios y tender puentes, que hay que evitar por todos los medios tener que repetir las elecciones y seguir con las instituciones intervenidas durante seis meses más. A su vez, no se vislumbra en la política española voluntad de contribuir al aterrizaje del independentismo. Más bien predomina la idea de que el mejor argumento, el que le ha puesto freno, ha sido el despliegue de la capacidad coercitiva del Estado. O, por lo menos, eso es lo que cabe deducir cuando el presidente Rajoy dice que su actuación “ha sido irreprochable” y se vanagloria ante los suyos de haber hecho “algo tan excepcional [la aplicación del 155 y la destitución de un Gobierno elegido democráticamente] que es difícil encontrarle un precedente”.
En esta rara situación, ¿cabe alguna certeza? De momento, el Parlamento se ha constituido con Roger Torrent como presidente, un valor en alza de Esquerra Republicana, signo de renovación generacional. A partir de aquí, sabemos que los comunes garantizarán con su voto o abstención que la mayoría pueda dar los pasos necesarios para que no se bloquee la legislatura; y que Puigdemont será sustituido: llevará su órdago hasta el límite, para acabar aceptando un plan b, adornando la jugada con alguna solución imaginativa en el terreno simbólico. Todo ello en medio de un embrollo de recursos, impugnaciones y desencuentros, que no contribuirá a mejorar el clima. ¿Ponerse a trabajar ya o mantener viva la llama de la resistencia mientras el calendario aguante? Esta es la duda que divide al independentismo.
En cualquier caso, cuando un nuevo presidente tome posesión y el artículo 155 decaiga, seguirá reinando la imprevisibilidad porque la agenda judicial acompañará la legislatura como una pesadilla. Costará recuperar la relación política después de los estragos de estos últimos meses. Y es responsabilidad de todos conseguirlo. No solo de los independentistas.
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