Una reina entre pedacitos de madera
Tras tres días en Senegal, en la que es su primera visita a África, Doña Letizia asegura haber comprobado que la cooperación española “transforma de verdad la vida de muchas de personas”
A Babacar Bâ aún le duelen las costuras. Las pequeñitas, las internas, las que no sanan ni con el mejor ungüento. Hace solo seis meses lo encontraron pidiendo limosna en Kamberene y no atinó ni a recordar cuántos días llevaba así ni cómo ni cuándo ni por qué. Solo sabe que unas personas lo cogieron, que ahora juega con Abdoulkarim y con Mamadou después de ir a la escuela y que ya no hace tanto frío por la noche. Este miércoles, un ciclón de gente pasó por su nueva casa y, entre todos ellos, una mujer que parecía muy importante se sentó ante su pequeña mesa y le preguntó su nombre. “Me llamo Babacar y tengo ocho años”, le dijo con la mirada baja. Y así fue como conoció a la reina de España.
Para llegar a Village Pilote hay que adentrarse apenas en el Senegal de pistas de tierra y arena, el de las casas a medio terminar, el del olor a arroz con pescado y aceite de palma y el alboroto de niños a la salida del cole. Allí, cerca de Deni Biram Ndao, a una hora de Dakar y en medio de un secarral de arena aliviado por unos pocos árboles, ochenta niños y jóvenes rescatados de la calle, de la cárcel o de una familia que no supo o no pudo cuidarles, recibieron este miércoles la visita de Doña Letizia, que viajó tres días a este país africano para visibilizar un puñado de proyectos que reciben financiación de la cooperación española.
“En lugares como este puedes sentir que se está transformando de verdad la vida de muchas personas”, aseguró la Reina tras recorrer las instalaciones de Village Pilote. En un segundo plano, observándolo todo con ojos como platos, el joven Mohamed Fall, de 15 años, bromea con sus amigos. “Es muy guapa”, dice sonriendo en una mezcla de francés y wolof, la lengua nacional: “Reine nekhna trop”. Lleva siete años aquí y se esfuerza por aprender el oficio de electricista. “No había oído hablar nunca de ella, pero debe ser alguien muy importante porque esto está lleno de policías”, añade.
En la sala de carpintería, el profesor Pape Mamadou Faye asegura que los chicos “tienen muchas ganas de aprender”, mientras en una apartada habitación la actriz de teatro Patricia Gomis enseña a los más pequeños, a los “pedacitos de madera de Dios”, como se conoce en Senegal a los niños de la calle, a confeccionar marionetas con material reciclado. “Estamos preparando una representación para que puedan contarnos sus vidas a través de estos muñecos. Es difícil relatar que te encerraron, te obligaron a mendigar, te quemaron y te encadenaron. Por eso usamos las marionetas, ellas pueden decir las cosas que los niños no podrían. A un pedacito de madera de verdad no lo puedes castigar”, apunta.
Tienen entre cinco y veinticinco años y proceden de Senegal, pero también de países vecinos como Gambia y Guinea Bissau e incluso de Costa de Marfil. “Los mandan a Dakar a estudiar el Corán y acaban en las calles”, explica a la Reina el director ejecutivo de Village Pilote, Loïc Treguy, quien incide en el trabajo de reinserción. “Los traemos aquí, los estabilizamos y tratamos de reintegrarlos en familia. Durante el tiempo que están con nosotros van a nuestra escuela o aprenden un oficio”, dice. En todo el país hay unos 50.000. Es el Senegal más difícil de digerir, el más incomprensible.
Doña Letizia saluda a Babacar, a Abdoulkarim, al joven Alassane Sagna. “Cuando una persona en su casa en España piensa en la manera de ayudar en estos países no está viendo el resultado, ni se lo puede imaginar. Aquí se ve la labor que está haciendo España desde hace muchos años”, insiste. El día anterior, la Reina visitó una granja familiar apoyada por la Agencia Española de Cooperación (AECID) y asistió al lanzamiento de un proyecto contra la mutilación genital femenina, pero también desayunó con mujeres investigadoras. “Hay mucha gente que se esfuerza por mejorar sus vidas y su entorno. Es el otro Senegal que también existe”, añade.
Han sido tres jornadas intensas. Recibida a pie de avión por la primera dama senegalesa, Marième Faye Sall, a la que calificó de “inteligentísima, encantadora y receptiva” y acompañada en todo momento por el embajador español, Alberto Virella, y la directora de la Oficina Técnica de Cooperación, Belén Rivelles, doña Letizia ha tenido ocasión de hablar con los cooperantes españoles y conocer sus inquietudes, así como con los beneficiarios de sus proyectos. En la explotación agrícola Naatangué de Oussouye, en el sur del país, el granjero Nazaire Diatta le contaba cómo ahora es todo más fácil gracias a su nuevo pozo con bomba solar, mientras su esposa Gracia Dhiedhou le enseñaba los pollos del gallinero, construidos con financiación española.
En Dakar, los estudiantes de español se hacían selfies con la Reina después de trasladarle su pasión por el español en la sede del Aula Cervantes, que en 2018 será sustituido por la primera sede del Instituto Cervantes en África subsahariana. Pero si de algo se mostraba impresionada doña Letizia al final de este viaje es de los problemas que sufren las mujeres, como la violencia de género o la mutilación genital, aunque también de la manera en que ellas están logrando cambiar las cosas. “Una mujer nos cuenta cómo se enfrenta a la ablación, algo terrible, y al día siguiente descubro a una profesora de Biología Molecular o a una investigadora en Física, periodistas, defensoras de Derechos Humanos. La primera dama ya me dijo que este país es mágico y esa es la magia que yo he encontrado. Aman su país y quieren transformarlo”, aseguraba doña Letizia el último día.
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