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¿El fin del finde?

Los ordenadores y dispositivos móviles hacen, incluso para los que tienen horario de oficina, que el trabajo los siga a todas partes.
Los ordenadores y dispositivos móviles hacen, incluso para los que tienen horario de oficina, que el trabajo los siga a todas partes.Albert García
Martín Caparrós

Ahora que un empleo se considera un privilegio, se espera que estemos disponibles las 24 horas los 7 días de la semana.

ESTA ES UNA REVISTA de fin de semana y está en riesgo. Cualquiera pensaría que la amenaza su condición de revista de papel: tantos dicen que los medios impresos corren hacia el olvido. Pero es posible que, antes que eso, lo que caiga en el olvido sea el fin de semana.

El fin de semana, que la pereza contemporánea llama finde, es un invento reciente. La semana no; que exista y que dure siete días es resultado de un error babilonio: aquellos iraquíes creían que había siete planetas y que cada uno definía un día de esa semana que decidieron inventar.Durante milenios, los que debían trabajar trabajaban semanas de seis días y descansaban si acaso el día de su Señor. Pero a principios del siglo XIX los patrones de fábricas inglesas, hartos de que sus obreros faltaran cada lunes tras la borrachera del domingo, les ofrecieron salir el sábado al mediodía, beber, recuperarse el domingo y aparecer temprano el lunes: inventaron el “sábado inglés”.

A los que tenemos más de 30 y menos de 100 años el fin de semana de dos días nos parecía la forma natural de las cosas. Hubo tiempos en que eran inviolables.

Aun así, las jornadas seguían siendo eternas; los obreros de los países ricos siguieron peleando para conseguir un poco más de vida. Recién en 1926 Henry Ford instauró en sus fábricas semanas de cinco días: no sólo complacía y alentaba a sus empleados, sino que, además, les dejaba más tiempo para consumir —porque los obreros industriales se estaban transformando en consumidores. Poco después, la crisis de 1929 trajo olas de desempleo; entonces menos horas de trabajo para cada uno significó un poco más de trabajo para todos. La semana de 40 horas se convirtió, país tras país, en la norma.

Así que a los que tenemos más de 30 y menos de 100 años el fin de semana de dos días nos parecía la forma natural de las cosas. Hubo tiempos en que eran inviolables. En Europa, sobre todo, el finde era estricto: hace un par de décadas, en París o Múnich o Estocolmo era muy difícil encontrar una librería o un súper o una zapatería abiertos. Sólo trabajaban los servicios más públicos: transportes, entretenimientos, sanitarios, policías. Ya no: el modelo americano, que supone que el fin de semana es tiempo para comprar, se ha impuesto —y eso significa millones ocupados en vender.

Pero, incluso así, las diferencias se mantenían: esos trabajadores aceptaban trabajar en esos días especiales —y era una excepción y, en general, la cobraban aparte.El gran cambio es que ahora los límites entre trabajo y ocio se desdibujan más y más. Cada vez somos más los que trabajamos en todo momento y lugar. Algunos porque nos gusta demasiado lo que hacemos; otros porque les preocupa demasiado lo que hacen; muchos por una sabia combinación de ambas.

Ayuda que tantos trabajemos desde nuestras casas —y por lo tanto no haya corte espacial entre el ocio y el trabajo— y que los dispositivos móviles hagan que, incluso para los que tienen horarios y oficinas, el trabajo los siga adonde van. Y en tiempos en que un empleo no se considera una carga, sino un privilegio, se espera que los que lo tienen lo cuiden manteniéndose disponibles 24 sobre 24, 7 sobre 7 —o casi.

La ilusión de un tiempo propio, blindado contra cualquier mecanismo de mercado, ya no corre. Pero —­insiste Perogrullo— no hay mal que por bien no venga. Hay algo que los médicos llaman el “efecto weekend”: los pacientes hospitalizados durante el finde se mueren un 10% más que los de la semana. No se sabe ni cómo ni por qué, pero sucede. Así, quizá, su progresiva desaparición tenga uno de esos efectos secundarios que nadie calcula, y esas personas dejen de morirse. Quizá, al fin y al cabo, sin fines de semana todos seamos inmortales. O, quién sabe, todo lo contrario. 

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