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Rosa García-Malea, la primera mujer que entró en la Patrulla Águila

García-Malea, en la base de San Javier, en Murcia.Vídeo: Carlos Rosillo
Silvia Hernando

Rosa García-Malea siempre quiso ser piloto de combate e ingresar en el cuerpo más visible del Ejército del Aire: la Patrulla Águila. A sus 36 años, se ha convertido en la primera mujer en realizar cabriolas con este equipo acrobático de élite.

HOY ROSA lleva el pelo recogido en un moño. Para quien no la conozca, seguramente esto no tenga nada de particular. Cualquiera que sepa a qué se dedica, lo verá más claro: sabrá, a poco que sea sagaz, que este día la piloto no monta en el avión. Si no, se habría atado la melena castaña en una trenza, “porque el casco es incómodo, y de otra manera me molesta”.

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San Javier, provincia de Murcia. Base del Ejército del Aire. Seis de la tarde. Entre soldados novatos que aún desfilan a un ritmo discontinuo y oficiales de modos más graves, destaca un grupo de hombres uniformados de azul. Pasan por las inmediaciones de un hangar donde duermen un par de estilizados aviones biplaza atravesados por pinturas de rayos rojos, amarillos y plateados. Cuando agarran el casco bajo el brazo, la imagen de Tom Cruise en su papel en Top Gun salta inevitablemente a la mente. Son los miembros de la Patrulla Águila. El equipo español de aviación acrobática se dirige a uno de los briefings donde periódicamente preparan y analizan su trabajo. La capitana García-Malea ha roto la disciplina de grupo —en sentido figurado— al convertirse en la primera mujer en ingresar en este cuerpo de élite. Llegó en marzo de este 2017, tras una década como piloto de combate. Después de sacar una oposición y estudiar Ingeniería durante cinco años, se especializó en esta modalidad en la base de Talavera la Real, en Badajoz, volando en un F-5 supersónico. “La Patrulla es lo más visible del Ejército del Aire y siempre ha estado en mi pensamiento”, explica esta almeriense de 36 años con voz firme y a la vez delicada.

Unos instantes antes de despegar.
Unos instantes antes de despegar.Carlos Rosillo

Como piloto militar, podría haber escogido los helicópteros o los aviones de transporte. Pero, al igual que otras cuatro mujeres en España, se decantó por los cazas. “Que una de nosotras entrara en la Patrulla era solo cuestión de tiempo”, dice quitándole hierro a su hazaña, ya replicada por otra compañera que, al haberse quedado embarazada, se encuentra de baja temporalmente. “Dicen que el piloto de combate tiene que ser un poquito agresivo, decidido y, sobre todo, ha de ser capaz de mantener la concentración en vuelos muy largos o muy complejos”, apunta la militar, que, como el resto de sus compañeros, participa en el equipo acrobático voluntariamente. “En otras patrullas, en el extranjero, lo normal es que la dedicación sea exclusiva”, explica. “En España no es así, sino que nuestro principal puesto es como instructores de la Academia General del Aire”.

Como piloto militar, podría haber elegido los helicópteros. Pero, como otras cuatro mujeres en España, se decantó por los cazas

La Patrulla Águila es la encargada de ejecutar uno de los espectáculos estrella de los desfiles de la Fiesta Nacional, el 12 de octubre. Este año el acontecimiento se tiñó de luto por la muerte del piloto de un Eurofighter del Ejército del Aire, que se estrelló al regresar a su base en Albacete. Un accidente que se replicó de manera insólita con un F-18, cinco días después, al despegar de la base madrileña de Torrejón.

La Patrulla Águila la componen siete aeronaves más una octava de repuesto, que siempre viaja con ellas. Rosa conduce el aparato que lleva grabado un 2 en la cola. “El 2 y el 3 somos los que vamos cerquita del líder (1), que hace maniobras complejas como el looping invertido, y tenemos que dar estabilidad, así que vamos más quietos para intentar que los demás puedan seguir”, aclara. “El perro y el solo (4 y 5) son los que van en el centro; y los superpuntos (6 y 7), que vuelan en los extremos, tienen que luchar con los errores que cometen los demás, porque todo se va incrementando”.

Cuando Rosa vuela, su equipamiento la espera en una sala forrada de taquillas, adyacente a otro espacio donde se reparten alineados decenas de maniquíes ataviados con cascos y chalecos aéreos. “Llevamos un traje anti-G (antigravedad) que nos cubre las piernas hasta el abdomen. Va conectado al avión, que le da presión positiva, de modo que el traje se infla y aprieta la musculatura para bombear la sangre al cerebro y evitar quedarse inconsciente”, describe la militar. “Luego nos ponemos los patitos, un chaleco salvavidas que se infla automáticamente. También llevamos una baliza en el chaleco, para localizarnos en caso de que nos tuviéramos que eyectar; y el casco, donde tenemos los auriculares y la mascarilla de oxígeno, que es lo que nos permite respirar a tanta altura. Además, todos llevamos un reloj especialmente diseñado por ­Breitling, ya que en este tipo de vuelos la precisión es muy importante”.

El paso por la Patrulla Águila es voluntario y dura tres años, en los que los pilotos trabajan también como instructores

El día del vuelo con destino a la Fiesta Nacional en Madrid, los ocho aviones despegan de San Javier en perfecta formación a primera hora de la mañana. Antes de sobrevolar los campos ralos de Albacete y Cuenca, el equipo se desvía sobre el mar. Desde la cabina se ve a los otros aparatos volar inusitadamente cerca. Abajo, la Manga del Mar Menor, cuyos edificios se alinean como piezas de Monopoly, y el cuerpo que se despega del asiento cuando empiezan los giros y las piruetas. El traje antigravedad aprieta el estómago de un modo desagradable, pero permite mantener la consciencia. Unos chorros sueltan aire en la cara, oculta bajo el casco y la mascarilla. En su interior se cruzan las voces de los pilotos hablando entre ellos, las de los controladores aéreos, la propia. Las acrobacias remiten a las cabriolas de una montaña rusa que nunca llega al suelo. Dentro de la cabina, tantos botones y cables de colores parecen cosa de juego. Pero mejor no jugar con ellos. A Rosa García-Malea le quedan otro par de años de vuelos tan intensos como este: el periodo como voluntaria expira al tercero. Antes que ella, su marido también participó en esta aventura aérea. “No sé ni qué va a ocurrir la semana que viene”, dice sobre lo que hará después. “Conciliar este puesto con la familia es complicado: son muchos días fuera, y con tres hijos es difícil. Vivo al día”. 

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Sobre la firma

Silvia Hernando
Redactora en BABELIA, especializada en temas culturales. Antes de llegar al suplemento pasó por la sección de Cultura y El País Semanal. Previamente trabajó en InfoLibre. Estudió Historia del Arte y Traducción e Interpretación en la Universidad de Salamanca y tiene dos másteres: uno en Mercado del Arte y el otro en Periodismo (UAM/EL PAÍS).

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