Dave Eggers: “Estados Unidos es una nación adicta al olvido”
DAVE EGGERS (Boston, 1970) considera que la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos fue un error catastrófico, pero quiere creer que será una breve anomalía. Eso en los días buenos. En los malos, admite que huiría lo más lejos posible de él. Durante el pasado verano escapó a Europa junto a su familia —la escritora Vendela Vida y sus dos hijos—, abandonando durante unas semanas su base de operaciones en The Mission, el barrio latino de San Francisco desde el que dirige la revista literaria McSweeney’s y la asociación 826 Valencia, que ofrece clases de refuerzo gratuitas a niños con dificultades. Ha vuelto con las energías más recargadas que nunca.
Eggers es una de las mentes más brillantes de su generación literaria. Debutó hace ya casi 20 años con Una historia asombrosa, conmovedora y genial, donde narraba la muerte de su padre y de su madre, a causa de sendos cánceres y con solo un mes de distancia, y su reconversión forzosa en tutor de su hermano Toph, de nueve años. Después podría haberse limitado a encadenar perezosos relatos sobre las miserias de hombres barbudos con innumerables camisas de leñador en el armario. Pero este antiguo periodista prefirió explorar caminos que no aparecían en el mapa, relatando las vidas del refugiado sudanés Valentino Achak Deng (en Qué es el qué) o del inmigrante sirio Abdulrahman Zeitoun, que rescató a decenas de personas subido a una canoa de segunda mano tras el huracán Katrina (en Zeitoun).
Su nueva novela se titula Héroes de la frontera (Random House). La protagoniza Josie, una dentista que decide dejar atrás su anodina existencia para rehacer su vida en las tierras salvajes de la Alaska contemporánea con sus dos hijos a cuestas. En ella, Eggers actualiza esos indelebles mitos estadounidenses en los que dice seguir creyendo a pies juntillas.
Su novela habla de una idea muy arraigada en su país: la posibilidad de volver a empezar de cero. ¿Sigue siendo eso posible? Nunca dejará de ser posible. Somos, después de todo, una nación adicta al olvido. A nadie le interesa lo más mínimo recordar nada. Haber escogido al presidente que tenemos ya demuestra nuestra total falta de interés por un Gobierno serio y por la historia. Por otra parte, este es un país vacío en el 80% de su superficie, donde siempre será posible desaparecer y volver a empezar.
¿Es algo con lo que usted fantasea? Por supuesto. El mundo es muy grande y tenemos muy poco tiempo. Podríamos vivir mil vidas distintas, pero tenemos que elegir solo una. Y escoger siempre es muy difícil. Al menos a través de mis personajes puedo imaginar cómo sería eso de tirarlo todo por la borda y marcharme con una bolsa y un puñado de billetes en el bolsillo.
¿No demuestra la historia que, con cada nuevo comienzo, los estadounidenses terminan más o menos en el mismo lugar? ¿Los estadounidenses? ¿O el mundo en general?
Lo segundo, por supuesto. Pero creo que las culturas europeas se hacen menos ilusiones al respecto… Bueno, es verdad que es nuestro mito fundacional, como lo es el sueño americano. Pero yo sigo creyendo en los dos. Le contaré la historia de mi tatarabuelo, T. S. Hawkins, que cruzó el país de Misuri a California en 1860 para intentar curar a su esposa, que tenía una salud delicada. El médico le había recomendado irse al Oeste, donde el aire era más puro y el agua más cristalina. Lo trágico es que ella murió al cabo de un año. Eso no impidió que mi tatarabuelo rehiciera su vida allí. Logró fundar un pueblo, Hollister, donde las calles siguen llevando su nombre, y el hospital que erigió todavía está en pie. Crecí con su rifle sobre la chimenea de mi casa y con un libro que dejó sobre su experiencia, escrito al estilo de Mark Twain. Para mí, ese relato original nunca fue solo un mito, sino una realidad.
¿No hay más determinismo ahora que entonces? No, diría que hoy es todavía más fácil, porque viajar se ha vuelto más sencillo y el mundo está más interconectado. Puedes crecer en una aldea perdida en la otra punta del mundo y estar al corriente de las posibilidades que te aguardan en cualquier otro lugar. Hace unos años estuve en Arabia Saudí, documentándome para mi libro Un holograma para el rey. Entrevisté a mujeres que, antes de la llegada de Internet y la televisión por cable, no eran conscientes de lo que podían tener o no. Desde entonces, las mujeres saudíes que han tenido acceso a la educación abandonan en masa el país. Saben que les esperan vidas mejores en otros lugares.
“Trump es como un niño. Bien pensado, lo voy a retirar, porque sería insultante para los niños. Más bien es un lunático infeliz que se deja guiar por su bilis”.
En los tiempos de los pioneros, el Lejano Oeste era el lugar donde los hombres se convertían en hombres, a través del enfrentamiento con la naturaleza. Usted pone a una mujer en esa posición. Deduzco que no es casualidad. No, lo hice adrede. En este momento veo a muchos hombres inútiles en mi país. La elección de Trump demuestra la crisis existencial de varones que se sienten innecesarios, excluidos de la sociedad. Han perdido trabajos que creyeron que serían para siempre.
¿Y ve a las mujeres ocupando el vacío de poder que están dejando los hombres? Seríamos una nación más pacífica y eficiente si eso ocurriera. Pero las pasadas elecciones fueron una reacción muy clara a esa posibilidad. Supusieron un regreso a una masculinidad cruda y cavernícola, guiada por una especie de impulso subliminal en el que participaron también las propias mujeres, ya que votaron por Trump casi en la misma proporción que los hombres. Fue como volver a una relación abusiva.
Frente a la actual situación política en su país, ¿siente el deseo de escapar? Todos los estadounidenses con cierta conciencia llevamos meses haciéndonos esa pregunta. ¿Nos quedamos cuatro años luchando contra él o nos marchamos hasta que llegue el impeachment? Lo que yo digo es que, si nos marchamos, seremos un par de soldados menos en este combate…
Cubrió la campaña de 2016 para The Guardian. Insinuó, como terminó pasando, que Trump ganaría, porque no importaban sus ideas, solo su sentido del entretenimiento. ¿Es la sed de espectáculo tan poderosa? Ya tuvimos a un actor como Ronald Reagan en la Casa Blanca. En Minnesota escogieron a Jesse Ventura, un luchador profesional, como gobernador. Y en California, a Arnold Schwarzenegger…, quien, visto lo visto, fue un político bastante correcto. La diferencia es que, en la mayoría de casos, fueron personas que tenían una brújula moral y que supieron rodearse de gente que sabía hacer funcionar la maquinaria del Gobierno. No es el caso de Trump, que es como un niño… Bien pensado, lo voy a retirar, porque sería insultante para los niños. Más bien es un lunático infeliz que se deja guiar por su bilis.
Está trabajando en un libro de educación cívica. ¿A quién estará dirigido? Es un libro pensado para los niños, que plantea varias preguntas importantes. ¿Qué significa ser un ciudadano? ¿Qué responsabilidades tiene uno como tal? ¿Qué significa votar? ¿Se trata solo de marcar la casilla del tipo que has visto por la tele? ¿O es gesto casi sagrado que, en ciertos casos, se convierte en un asunto de vida o muerte, como en lo que respecta a la cobertura médica? Quienes votaron a Trump saben que es un bufón. Y la idea de meterlo en la Casa Blanca solo para ver qué va a suceder demuestra que somos un electorado muy poco instruido. Ha llegado el momento de reflexionar sobre lo que significa ser un ciudadano.
En 2002 creó la asociación 826 Valencia, que ofrece clases de refuerzo gratuitas a niños de todo el país. ¿Qué han logrado en estos últimos 15 años? La fundé junto a Nínive Calegari [veterana profesora de origen mexicano que promueve la educación pública de calidad en Estados Unidos], con la intención de crear un único espacio para los niños del barrio. De repente, otras personas demostraron un gran interés por hacer lo mismo en Los Ángeles, Chicago y Nueva York, así que les ayudamos a hacerlo. Ahora la idea se ha extendido de Dublín a Sídney, de Florencia a Estocolmo. Cada ciudad ha adaptado el concepto como mejor le ha parecido, pero el elemento central siempre es el mismo: que los niños cuenten con un lugar seguro donde compartir, mejorar e incluso publicar lo que escriben.
En Estados Unidos existen más de un millón de organizaciones sin ánimo de lucro. ¿No cree que, muchas veces, los poderes públicos las utilizan como excusa para no intervenir allá donde más se los necesita? Estados Unidos es diferente de los demás países. Los servicios sociales funcionan a través de un patchwork. Sea o no sea la mejor manera, no tenemos otro remedio que trabajar dentro de ese marco. Estas organizaciones, como también las iglesias, templos y mezquitas, rellenan los huecos que deja el Gobierno. La parte positiva es que, al no estar asociados a su financiación y maquinaciones, podemos tener una mayor flexibilidad y longevidad. No pueden controlar nuestro destino. No importa cuál sea la Administración que tengamos, incluso si es criptofascista como la actual: podemos seguir ofreciendo a los niños un lugar seguro. Especialmente, a los inmigrantes de primera y segunda generación.
“Mucha gente no tiene problema en perder un poco de libertad a cambio de servicios gratuitos. Por eso les va tan mal a los periódicos”.
Sus libros recientes giran en torno al heroísmo. ¿A nuestro tiempo le faltan más héroes? No es algo consciente, pero a la vista está que es un tema que me interesa. Siento una admiración algo cursi y anticuada por el heroísmo en estado puro. Cuando leo una historia sobre un tipo que saltó a la vía del metro para salvar a una mujer que había tropezado e impidió que el tren se la llevara por delante, me emociono hasta que me caen las lágrimas y no me lo quito de la cabeza durante semanas.
¿Por qué cree que reacciona así? Creo que nos acercan a la idea de tener una finalidad o un propósito, que es algo que no sentimos cada día ni cada semana. Sin embargo, cuando nos dan una misión o una meta, alguien a quien ayudar o a quien salvar, volvemos a sentirnos vitales. Cada célula de nuestro cuerpo y cada sinapsis de nuestro cerebro tienen una razón de ser. Por ejemplo, ayudar a alguien a cambiar una rueda en la carretera. De acuerdo, será solo la rueda del coche, pero yo sigo acordándome de las que he cambiado en mi vida. Ese día me sentí útil.
Pese a todo, sus héroes no son arquetípicos. Hay mujeres e inmigrantes, pero ningún hombre blanco y anglosajón. Ya escribí todo lo que sabía sobre los hombres blancos y anglosajones en mi primer libro, así que no me interesa regresar a eso otra vez. Si me embarco en un proyecto que va a durar cinco años, no me apetece reiterar lo que ya he dicho o explorar todavía más mi psique. Es algo que me aburre soberanamente. Si no aprendo nada nuevo al escribir un libro, me cuesta levantarme por las mañanas.
Y al mismo tiempo todos sus personajes son, de una u otra forma, huérfanos, igual que lo es usted. En el sentido estricto, solo lo era el protagonista de Qué es el qué. Pero es verdad que todos ellos están solos y alejados de sus familias… No sé si me siento atraído instintivamente por ellos, pero está claro que soy capaz de entenderlos. Supongo que es lo que yo sé hacer. Me encantan los cuentos de John Cheever, esos que hablan de una comunidad de personas que se interrelacionan, pero yo no podría escribir algo así. Lo más cerca que estuve de lograrlo fue con El círculo, que sucedía en un lugar delimitado. Y a la vez su protagonista, Mae, también era un poco huérfana: dejaba atrás su hogar y su familia para adentrarse, completamente sola, en un lugar desconocido…
El círculo estaba ambientada en una gran corporación tecnológica que parecía inspirada en Google. ¿El futuro distópico que describió entonces se ha convertido, solo cuatro años después, en realidad? Cuando lo publiqué había cosas que ya existían, aunque yo no fuera consciente de ello. En Estados Unidos existen empresas que clasifican a sus trabajadores en función de su actividad en redes sociales. Y el otro día leí que en China existe una cosa llamada “crédito social”, calculado a partir de distintos datos de tu biografía, que predetermina cuál es tu atractivo para un futuro empleador o para encontrar pareja… En Europa sigue existiendo un mayor compromiso para enfrentarse a las previsiones más funestas. En mi país, por desgracia, eso no existe.
¿Por qué motivo? En Estados Unidos estamos muy enamorados de la tecnología e increíblemente orgullosos de tener a esas empresas asentadas en California, por lo que les damos carta blanca para que hagan lo que quieran. Se benefician de un aura de excepcionalidad. Son tan listos y brillantes… ¿Cómo vamos a regular sus actividades o crear leyes para delimitarlas, cuando están mejorando tanto nuestras vidas?
Sus líderes suelen presentarse incluso como el colmo del humanismo… Y en cierta manera son personas muy idealistas que hacen muchas cosas buenas por los demás. El problema es que las herramientas que se inventan en aras de esa utopía digital pueden caer fácilmente en las manos equivocadas. En este momento estoy escribiendo un artículo sobre cómo los algoritmos terminarán limitando nuestras opciones. Hoy es posible pronosticar lo que la gente desea comprar y usar esos datos para interrumpir la producción de bienes innecesarios. Es un ideal utópico, ¿verdad? Pero a cambio tenemos que aceptar que Amazon decida por nosotros qué queremos comprar a partir de las preferencias que hemos demostrado en el pasado.
¿Qué responde usted ante ese dilema? Mucha gente no tiene problema en perder un poco de libertad o de libre albedrío a cambio de productos o servicios gratuitos. Por eso les va tan mal a los periódicos. Hoy exigimos que la información sea gratuita. Si el precio que tenemos que pagar es que nos sigan la pista mientras leemos un artículo, consideramos que no es tan grave y que forma parte del trato. Yo creo, al contrario, que esa injerencia será cada vez peor. Vamos a tener que estar mucho más atentos.
La protagonista de Héroes de la frontera se interroga sobre si está aprovechando la vida como es debido. ¿Es una pregunta que usted también se hace? Me la hago continuamente. Mis padres murieron cuando eran muy jóvenes. Acabo de cumplir 47 años y ellos dejaron este mundo a los 50. Cuando eres tan consciente de la mortalidad, te aseguras de estar utilizando bien el tiempo del que dispones. Por eso a veces me cuesta encerrarme a escribir. Preferiría estar ahí fuera, disfrutando del mundo mientras eso sea posible y descubriendo todos los lugares que pueda, en lugar de encerrado en un garaje sin ventanas.
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