Madres de diferentes culturas responden igual al llanto de un bebé
El lloro activa las mismas regiones cerebrales asociadas a la acción de cogerlo en brazos y hablarle
Sean de donde sean, las madres reaccionan de la misma manera cuando oyen el llanto de su bebé: lo cogen en brazos y le hablan. Es la principal conclusión de una investigación con varios centenares de mamás de una decena de países. El trabajo, además, muestra que, independientemente de su cultura de origen, esta conducta activa las mismas zonas del cerebro, lo que indicaría que son conductas enraizadas en la biología y no en la cultura. Los estudios comparativos con otras especies corroboran la idea de que el llanto de las crías para llamar a mamá es universal.
Llorar, aún sin lágrimas, es la primera forma de comunicación que tienen los recién nacidos. Aunque sea difícil de traducir, los bebés provocan una inmediata reacción en la conducta de su madre, pero también en su estado físico y emocional. El llanto hace que la madre libere hormonas y neurotransmisores como la oxitocina y la noradrenalina al tiempo que suprime la secreción de opioides internos. El corazón se acelera y la conductividad de la piel se ve alterada. Ahora, un grupo de investigadores ha comprobado que todo eso se traduce en unas conductas determinadas que se repiten en las distintas culturas.
"Las madres hacen muchas cosas cuando sus pequeños lloran, pero en los primeros segundos ellas tienden a cogerlos en brazos y hablarles", dice el investigador de los Institutos Nacionales de Salud de EE UU (NIH) y principal autor del estudio, Marc Bornstein. Aunque ya se había investigado la reacción de las mamás al llanto de sus hijos, casi todos los trabajos habían sido realizados con mujeres estadounidenses o europeas, lo que impedía generalizar sus conclusiones. Esta vez la muestra ha sido mucho más amplia y estudiando tanto la conducta como su paralelo en la actividad cerebral.
El llanto es esencial para la supervivencia de los pequeños en las especies con cuidado parental
Los autores del estudio, recién publicado en PNAS, reclutaron a 684 madres de tres países americanos (EE UU, Argentina y Brasil), tres europeos (Bélgica, Italia y Francia), otros dos africanos (Kenia y Camerún) y tres asiáticos (Israel, Corea del Sur y Japón). Todas eran primerizas y sus bebés rondaban los cinco meses y medio. Las grabaron durante varias sesiones en la intimidad de sus casas para comprobar que las dos conductas más habituales cuando lloraban los pequeños eran ir a cogerlos y hablarles. Otras tres reacciones probables, como acariciarlos, hacerles monerías o alimentarlos quedaron muy atrás.
Basados en estos resultados, los investigadores se plantearon la hipótesis de que a conductas similares debían corresponder respuestas cerebrales similares. Para corroborarlo, realizaron tres experimentos con un centenar de madres de EE UU, China e Italia, a las que registraron la actividad cerebral mientras oían el llanto de sus hijos, otros sonidos infantiles y, como control, ruido blanco.
"El cerebro de las madres primerizas de al menos estas tres culturas responde de forma similar", cuenta Bornstein. En particular, el llanto provocaba una mayor actividad en las regiones asociadas con la preparación para el movimiento e intención de moverse (área motora suplementaria) y varias partes implicadas en el habla y el procesamiento de los sonidos (áreas de Broca y giro temporal superior del cerebro). Además, se activaban dos de las regiones cerebrales más primitivas, como el cerebro medio y el cuerpo estriado, relacionados con el cuidado maternal. Para los autores, la generalización de conductas y patrones cerebrales se explicaría por la relevancia que tiene para la supervivencia del bebé.
Esta relevancia existe desde mucho antes de que los humanos existieran. La lógica evolutiva indica que el llanto de las crías no pudo aparecer antes que las primeras especies que practicaron el cuidado parental. Pero tampoco mucho después. Ambos, llanto y ternura, están hoy presentes en especies separadas entre sí por más de 90 millones de años de evolución. De hecho, salvo el escuerzo común (Ceratophrys ornata), un extraño sapo argentino, cuyos renacuajos emiten vocalizaciones de angustia aunque nunca hayan visto a sus padres, no se conocen especies en las que haya lamentos infantiles sin cuidados paternos.
Otra pista del origen anterior del llanto a la cultura y común a las diferentes especies la ofrece la investigadora de la Universidad de Winnipeg (Canadá), Susan Lingle. Durante años ha estudiado las defensas de las presas ante sus depredadores y, en especial, la continuidad evolutiva de las llamadas de angustia de las crías. En 2012, junto a un grupo de colegas, Lingle revisaba lo que la ciencia ha estudiado y descubierto sobre los llantos en el mundo animal. Recopilaron datos de 94 especies de las que hay información sobre el sonido de sus crías. para comprobar que la inmensa mayoría compartían características acústicas muy similares en cuanto a duración del grito, frecuencia fundamental o tono.
Dos años mas tarde, Lingle descubrió que dos especies de ciervos (el mulo y el de cola blanca) respondían a la llamada de auxilio de cervatillos aunque tuvieran a la vista a su cría. Más aún, manipulando la frecuencia fundamental de una serie de grabaciones, comprobó que también acudían cuando lo que oían eran las llamadas de crías de otros ungulados, el maullido de un gatito o los ladridos de un perrito. Pero también salían al rescate cuando lo que sonaba eran los lamentos de crías de lobos marinos, la del murciélago canoso o las quejas de bebés humanos. Como dice Lingle: "Los llantos de los pequeños recién nacidos son muy parecidos entre las distintas especies, incluida la humana".
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