Puigdemont no hizo al decir
Si no se pronuncian ciertas fórmulas de lenguaje no existe la acción que se dice ejecutar
Los seres humanos podemos decir palabras; y también hacer con palabras. Y además, hacer al decir palabras, según lo explicó el filósofo del lenguaje John L. Austin (Cómo hacer cosas con palabras, Paidós, 1962).
Decimos palabras para informar, expresarnos, rezar, para idear o para mentir. Hacemos al decir palabras cuando éstas complementan una acción, por ejemplo si pongo un libro al alcance de mi interlocutor y digo “te lo regalo”. (Pero es preciso que la acción acompañe a la frase, de modo que una y otra están separadas y a la vez se entienden unidas). Y finalmente, hacemos con palabras cuando éstas logran por sí mismas ejecutar lo que enuncian. Por ejemplo, cuando el sacerdote dice “os declaro marido y mujer”, “yo te bautizo”, “yo te absuelvo”. En esa misma acción de decir, está casando, está bautizando, está perdonando. Y cuando pronunciamos “te lo prometo” o “te felicito”, o “gracias”, en tal instante estamos prometiendo, estamos felicitando, estamos agradeciendo.
Las convenciones humanas necesitan a menudo esas fórmulas, sin las cuales no existe la acción de hacer con palabras. Y así como un jefe que indica “puede usted marcharse” está concediendo un permiso, si alguien afirmase “proclamo la independencia de Cataluña” estaría proclamando la independencia de Cataluña.
Pero eso no sucedió.
Carles Puigdemont dijo textualmente: “Asumo (…) el mandato del pueblo de que Cataluña se convierta en un Estado independiente en forma de república”. Y con el verbo “asumir” dijo palabras, pero no hizo con palabras. “Asumir” no es “proclamar” ni “declarar”, sino “aceptar” o “tomar para sí”, un acto de dicción y de pensamiento que no provoca consecuencias activas. Al decir “asumir”, Puigdemont esquivó precisamente el compromiso de declarar la independencia.
Ahora bien, para hacer con palabras se precisa que el sujeto disponga de las condiciones necesarias, de modo que el acto adquiera su valor. Solamente una autoridad establecida puede declarar marido y mujer, sólo ejecuta la acción “te doy permiso” quien tiene la capacidad de concederlo, únicamente quien se beneficia de un favor puede quedar agradecido a quien lo otorga.
Y por eso mismo, Puigdemont ni siquiera en su realidad paralela podía declarar la independencia, pues eso correspondía al Parlament, según sus propias leyes ilegales; y no a él. Y como el Parlamento catalán no adoptó tal acuerdo, tampoco se ha producido por esa vía declaración alguna de independencia.
Por tanto, no tenían motivo para la euforia quienes se apiñaban en el paseo Lluís Companys y celebraron en un primer momento las palabras de Puigdemont; ni, en mi opinión, se ajustan a los hechos quienes interpretan de buena fe que se ha producido esa proclamación de independencia.
Puigdemont, sin embargo, sí propuso al proponer: “Proponemos que el Parlamento suspenda los efectos de la declaración de independencia para que en las próximas semanas emprendamos un diálogo”. Al decir “proponemos”, ejecutaba una propuesta, aunque cayera en el absurdo de proponer la suspensión de un acuerdo que no se había tomado.
Por su parte, la declaración que hicieron después Junts pel Si y la CUP fuera del salón de plenos tiene la misma validez que proclamarse marido y mujer a solas y firmar el acuerdo sobre una servilleta.
Por tanto, según mi criterio, el martes no se declaró formalmente la independencia de Cataluña. Nadie pronunció con los requisitos necesarios las palabras mágicas que permitieran establecer tal hechizo.
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