Postales de otros mundos
Paisajes terrestres similares a los descubiertos por la NASA en el Sistema Solar
Antes de arder en la atmósfera de Júpiter, la sonda Cassini nos dejó algunas de las postales más bellas del Sistema Solar. Pero no hace falta ser Flash Gordon ni el androide replicante de Blade Runner para hacer turismo extraterrestre: algunos de los asombrosos paisajes desvelados por las misiones de la NASA en las lunas de Júpiter, Marte o Neptuno también existen en nuestro planeta.
Supervolcanes
Hay un gigante que ya ha despertado tres veces en los últimos dos millones de años. Duerme en las entrañas del parque nacional de Yellowstone, el más popular de Estados Unidos, y se cree que es el mayor de los supervolcanes que existen en la Tierra. Bajo los casi 9.000 kilómetros cuadrados de superficie de la primera reserva natural de la historia (1872), donde los osos conviven con lobos, alces y cerca de 4.000 bisontes, bulle una caldera de magma de varios kilómetros de profundidad. La erupción de un supervolcán como este es algo que jamás han visto ojos humanos: podría acabar con todo rastro de vida en un radio de mil kilómetros y comprometer la existencia de la humanidad.
La erupción del monte Toba hace 75.000 años, alcanzó un ocho, el rango máximo en el índice de violencia volcánica. La mayor erupción del planeta en los últimos 25 millones de años acabó con especies como el Gigantophitecus, el mayor primate que ha existido, y dejó tras de sí el mayor lago de cráter del mundo, una caldera de 100 kilómetros de largo por 30 de ancho, al norte de Sumatra. Los científicos creen que la humanidad actual sería muy diferente si el supervolcán Toba no hubiera despertado.
El Monte Olimpo, el monstruoso volcán que domina Marte, se eleva 25 kilómetros, tres veces más que el Everest. Con 550 kilómetros de diámetro, ocuparía casi más de la mitad de la península ibérica. Parece que está apagado, pero nadie está completamente seguro, aunque sus lavas más jóvenes pueden tener unos cien millones de años. Se trata de un volcán de escudo, como los cinco que existen en la isla de Hawái (EE UU), pero allí el Mauna Loa, el mayor volcán de la Tierra, solo alcanza los nueve kilómetros de altura y 120 de diámetro.
Su vecino, el volcán hawaiano Kilauea, el volcán más activo, también tiene un primo extraterrestre: en Io, una de las cuatro lunas de Júpiter (las otras tres son Europa, Calisto y Ganímedes) descubiertas por Galileo en órbita del planeta gigante, está el volcán Prometeo, muy similar al Kilauea, según se aprecia en las imágenes tomadas el 11 de octubre de 1999 por la sonda espacial Galileo.
El vulcanismo de Io, el más activo del Sistema Solar, se debe al efecto conocido como calentamiento por marea. La variación de la fuerza de atracción de Júpiter, debida a la excentricidad de la órbita de Io, genera intensas fricciones en el interior del satélite, fundiendo su interior. Algunos de los cráteres de Io albergan en su interior enormes lagos de lava, similares a los que se pueden ver en volcanes terrestres como el Nyiragongo (República Democrática del Congo) o el Erta Ale, en la depresión de Afar, al nordeste de Etiopía.
El abuelo del Gran Cañón
La mayor garganta conocida del Sistema Solar la forman los Valles Marineris (en homenaje a la sonda de la NASA Mariner 9, que lo fotografió en su vuelo orbital de 1971-1972), un gigantesco sistema de cañones que recorre el ecuador de Marte, al lado del cual el del Colorado parecería una grieta en el camino. Sus dimensiones son de vértigo: 4.500 kilómetros de largo, 200 kilómetros de ancho y 11.000 metros de profundidad, siete veces más honda que el Gran Cañón.
Los géiseres de Tritón
En 1989, las imágenes tomadas por la nave Voyager 2 de Tritón, una de las lunas de Neptuno, revelaron lo que parecían ser chorros de nitrógeno líquido que brotan desde su superficie helada hasta alcanzar una altura de más de ocho kilómetros (más o menos como la cumbre del Everest). Se cree que estos géiseres fríos (criovulcanismo) se deben a las mareas que genera la fuerza de atracción de Neptuno sobre un mar oculto bajo la costra de hielo de Tritón.
Para ver algo parecido en la Tierra, aunque a una escala infinitamente menor, basta con acercarse hasta una estación de esquí equipada con cañones de nieve. En sus cuatro años de actividad (de 1900 a 1904) el mayor géiser conocido, el de Waimangu, en Nueva Zelanda, arrojó chorros humeantes hasta más de 300 metros de altura.
Las fuentes de la vida
En octubre de 2015 la sonda Cassini de la NASA se dirigió hacia Encélado, la luna helada de Saturno, para analizar la composición de las plumas de gas que emanan como géiseres en el polo sur del satélite. Los resultados del análisis revelaron una composición química similar a la de las fumarolas que existen en el fondo de los océanos, donde se cree que comenzó la vida en la Tierra hace 4.000 millones de años.
Las fumarolas hidrotermales terrestres albergan comunidades de microbios que usan hidrógeno molecular y dióxido de carbono para generar metano, un proceso que podría estar sucediendo en el fondo del océano de Encélado, a unos diez kilómetros de profundidad bajo el sarcófago de hielo que lo recubre.
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