Hacer algo
El sistema tiene muchos agujeros y es hora de tomar decisiones ante los problemas
Pues algo habrá que hacer aunque, como dice Joan Coscubiela en una entrevista publicada el domingo 10 de septiembre en este periódico, “antes del 1-O es imposible y después es imprescindible”.
Algo habrá que hacer para restablecer la convivencia en Cataluña después del 1 de octubre. Porque si hay una cosa incontestable ahora es que la sociedad catalana se ha partido en dos durante el largo periodo en el que se ha desarrollado el llamado procés. Todos conocemos ejemplos desdichados de ello. La sociedad catalana está rota. Como ha dictaminado un siniestro conseller de Puigdemont, Jordi Turull, hay dos clases de catalanes: los que han ayudado a que se vote y los que no. Las consecuencias de haber optado por el no ya se conocerán, pero se presenta oscuro el panorama para esos catalanes.
Lo que pasa es que la mayoría de quienes tienen responsabilidades en ese hacer algo dicen una simpleza que repiten como un insoportable mantra: hay que dialogar. Y suelen añadir que después del 1-O no puede haber ni vencedores ni vencidos.
Pues vaya. ¿Cómo no va a haberlos? En ese caso la bronca en que hemos estado metidos no habría valido para nada. ¡Claro que tiene que haber vencidos! Yo, que me he apuntado al carro del no, quiero que los indepes estén voluntariamente callados por un tiempo y dejen de mandar, elecciones mediante, en Cataluña unos cuantos años. Que dejen de mandar como si las minorías no merecieran respeto, como si las urnas solo valieran para algo cuando estuvieran trucadas y, cuando no, pudieran ser sustituidas por ese maravilloso invento de la “democracia aclamativa” pergeñado por Carl Schmitt para los nazis y ahora utilizado por Carles Puigdemont el 11-S en Barcelona. Lo que está sobre el tapete es el valor del juego limpio en una democracia. Después del despliegue de marrullerías hecho por los indepes en el Parlament, la sociedad española tiene que organizarse para no volver a recibir un insulto semejante en ninguna comunidad autónoma. En Cataluña se acepta en cualquier foro que alguien acuse al PP de cometer tropelías contra la democracia. Pues bien, el PP no se ha atrevido nunca a hacer nada parecido a lo del Parlament dirigido por la lamentable Carme Forcadell. En España no se puede repetir un hecho así sin que eso tenga un castigo que deben dar las urnas.
Y el otro aspecto, el del diálogo, sobre el que apenas se ha discutido. Los nacionalistas catalanes han mostrado ya el auténtico carácter de su ADN, el aprendido de los irlandeses del Sinn Fein (Nosotros Solos). No están dispuestos a negociar más que si se acepta que los exitosos números de la Diada valen en una mesa de negociaciones. Y lamentablemente para ellos, en una democracia las cosas no son así. Y volvemos a hablar de urnas, pero con reglas del juego limpias.
En Cataluña tienen que pasar dos cosas cuanto antes: que no se celebre el 1-O, y que se convoquen elecciones autonómicas.
A partir de ahí es cuando se puede decir que “hay que hacer algo”. Y podíamos ya empezar a hablar de todo ello. O sea, de lo que hay que hacer en Cataluña y en toda España con el Estado, que es el Estado de las autonomías diseñado en la Constitución de 1978.
Porque, al margen de la mayor o menor dosis de razón que pueda haber en las manifestaciones de agravios vividas en Cataluña, se ha puesto en claro que el sistema tiene muchos agujeros. Quizá la salida esté en un sistema federal, pero sin meternos en discusiones innecesarias sobre la creación de más identidades y más fuertes cada vez.
No hay que seguir valorando más esas identidades, que van tan en contra del espíritu europeo, que debería ser ese en el que se disolvieran todas las identidades anteriores, siguiendo la ya muy vieja pero muy actual trilogía de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad como auténtico fin de la política y la gobernanza.
Hay que hacer algo en Cataluña, y hay que hacer algo en España, que no aumente sino que resuelva los problemas de las comunidades.
Yo creo que lugares como este han sido excelentes para crear opinión, una opinión democrática. Y no estaría de más que la sociedad civil en su conjunto abordara estos temas. Debatamos a fondo y dialoguemos sabiendo que diálogo no es lo mismo que cambalache.
Jorge M. Reverte es escritor.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.