Per Catalunya
Cataluña es esencial para España: el federalismo es mejor que la ruptura
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Cataluña celebra este lunes su Diada. Como es habitual, combinará el carácter festivo, el aliento reivindicativo y el intento de capitalización política del amplio sentimiento popular catalanista. Lo hará en forma diversa, como diversa es la sociedad catalana, cuya pluralidad algunos buscan reducir a postura única. Pero las distintas convocatorias políticas y eventos culturales aflorarán ese pluralismo, en el que la mayoría sigue siendo antirrupturista, como ratificó este domingo la encuesta de EL PAÍS. Habrá un concurrido cortejo independentista, que debería evitar los modos bruscos y los incidentes hasta ahora sorteados, así como el uso partidista del deseo de concordia suscitado por los atentados del 17-A, aparentemente lejanos en el tiempo pero cercanos por el sufrimiento actual de tantas víctimas. Y otros actos de distinto y encontrado signo político, así como el disfrute privado y familiar de muchos
Ese pluralismo interno —como ocurre también en la entera ciudadanía española— es un valor supremo a preservar. Otra cosa es que se esté traduciendo en una fragmentación política marcada por una extremada y rechazable polarización, como ha logrado con éxito triste la estrategia independentista oficial: más denostable por reduccionista que criticable por su fin último, equivocado pero legítimo, si se acompasa a las exigencias procesales del ordenamiento democrático vigente. La afirmación de una catalanidad pacífica, legal y liberal, y su derivada voluntad (de larga trayectoria) de profundizar en el autogobierno, canalizada democráticamente, deben ser objeto de reconocimiento de todos los españoles, y en buena medida lo son. Sin ser baladí, no importa tanto cómo eso se traduzca en lo nominalista —nación, nacionalidad, comunidad…— como que ello integre identidades, no aumente disensos y se concentre en los contenidos.
Reconocer es requisito de respetar. Y es muy respetable la aportación de los catalanes al quehacer común. No solo por el tamaño de su economía (un quinto del PIB español), sino por su carácter de punta de lanza. De vanguardia en la creación de sectores: en tiempos, la industria ligera textil, metalúrgica y química; después, la automoción y los servicios industriales y culturales, del cine a la publicidad y el diseño; hoy, en la tecnología avanzada, de la farmacéutica a la biotecnológica. Y de aportación de talento a la innovación: cinco de las primeras universidades españolas son catalanas; las patentes suponen un tercio del total; las startups igualan en número al conjunto; la exportación arrasa.
La Diada acogerá hoy manifestaciones de distinto signo: Cataluña es plural y no monolítica
España no se entiende sin su cultura industrial (y los valores de esfuerzo, trabajo, calidad, emulación), sin su aportación cultural, editorial y artística, que se extiende a planteamientos políticos descentralizadores, del federalismo del XIX al Estado regional de 1931 y al autonómico de 1978. España es un Estado liberal, próximo, avanzado y europeísta gracias a muchas aportaciones, y entre ellas destacan con especial brillo propio las catalanas. Ni ignorantes ni suicidas deberían negar esos hechos.
Por eso, es lógico que Cataluña empuje para ensanchar el traje político en el que se desarrolla. Y es lo inteligente: ampliarlo, en lugar de deshilacharlo y abandonarlo. Todo es perfectible, pero sería insensato olvidar que nunca como hoy el idioma catalán, pese a su mejorable estatuto administrativo, ha sido más difundido en la historia; nunca como desde la Transición se ha abierto más cauce (a veces obturado) para el ejercicio del poder político de los catalanes, en casa y en la de todos; nunca el nombre de su capital, Barcelona, se paseó con tanta admiración por todo el mundo.
La aportación de los catalanes exige respeto; y sus inquietudes, solución política democrática
Hay que resolver esa incomodidad por las deficiencias del sistema y por los episodios recentralizadores. Y atender al clamor por nuevos encajes, siempre mejores que el desencaje. Este periódico viene reclamando diálogo y negociación sobre la cuestión catalana. Y propuestas y medidas creativas e integradoras. Y nuevos horizontes para el autogobierno. Con tanta insistencia como en su defensa de la legalidad, el Estatut y la Constitución. La mejor definición y mejora de las competencias de la Generalitat; una mejora en la financiación y de las inversiones estructurales: un estatuto oficial de las lenguas autonómicas en las Universidades y otras instituciones del Estado; una mejor visibilidad de la cultura catalana como patrimonio común; una reforma constitucional federal que incluya los hechos diferenciales; una distribución geográfica de centros y entes oficiales.
Todo eso hemos defendido y en ello seguiremos. Un programa de este género debe activarse con prontitud. Pero la deriva actual de desgarro, endogamia y enfrentamiento provocada por los independentistas al son de la corneta del extremismo antisistema de la CUP impediría esas soluciones y nos abocaría a todos a un desastre compartido. “Per Catalunya!”, entonó el presidente de la Generalitat Lluís Companys un instante antes de perder la vida en 1940 a manos del pelotón fusilador. Que todos los catalanes y españoles podamos sentirnos orgullosos de clamar: ¡Por Cataluña! En libertad. Con paz. En concordia.
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