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“No hay curas milagrosas para la suciedad del mar”

Henk Ovink el enviado especial de los Países Bajos para asuntos internacionales del agua, ve en la correcta administración de los recursos hídricos un nuevo mercado

Isabel Ferrer
Marc Driessen

La polución, provocada por nosotros, y el cambio climático, en gran parte también, alimentan el 90% de los desastres relacionados con el agua. Estos problemas afectan al 15% de las economías mundiales, según Naciones Unidas. Y aún hay más: los refugiados del agua ya son una realidad, y se prevé que en las próximas décadas un 40% de la población padecerá escasez de agua. Además, ya hemos explotado el 50% de los acuíferos. Habrá un exceso de agua, debido a inundaciones y a otras castástrofes naturales, pero no será aprovechable para el consumo humano.

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La salud actual de los ríos y el entorno marino es precaria por culpa, sobre todo, del hombre, ese gran contaminador. Según Henk Ovink, el primer enviado especial para asuntos internacionales del agua de los Países Bajos, estamos en el centro neurálgico del cambio climático. “Somos la única especie que puede resolver los problemas que hemos creado en nuestro planeta. De modo que el punto de referencia no puede ser el pasado, sino el futuro”. Este ministro del agua, de 49 años, es una suerte de embajador temático encargado de difundir las bondades del modelo holandés en la gestión de recursos hídricos, un sistema con siglos de historia y amplia experiencia en la contención del agua sobre el terreno.

Para Ovink la correcta administración del agua es un nuevo mercado donde, advierte, hay algo más que pérdidas y desesperación. Ve oportunidades y negocio, no solo en el sentido económico del término, sino también en su dimensión social.

Enemigo de lo que denomina “enfoque populista” y centrado en denunciar males pretéritos, prefiere la postura de figuras como Barack Obama, el ex presidente de Estados Unidos, que aseguró ante el Congreso, en Washington, que los efectos del cambio climático deberían ser considerados como “una nueva realidad y una nueva economía”. En su intervención, Obama subrayó as oportunidades que presentan las energías renovables y el uso sostenible del mar, capaces de crear más empleo que los combustibles fósiles.

Hay que entender que el agua está relacionada con la calidad de vida, con guerras, migraciones y pobreza, en definitiva, con la gente

Ovink asesora al Gobierno de EE UU y al Centro Rockefeller y, además, imparte clases en la Universidad de Harvard, donde anima a sus estudiantes a no resignarse, aunque los datos sobre las superficies marinas no parecen muy halagüeños. Las cifras que maneja este ingeniero no proceden solo de la ONU. El Foro Económico Mundial, el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, en sus siglas en inglés) y Greenpeace coinciden en que en el océano hay plásticos, pesticidas, herbicidas, fertilizantes, detergentes, petróleo y residuos orgánicos que pueden ser ingeridos por organismos acuáticos y entrar en la cadena alimentaria humana. Un ciclo perverso para las aguas que cubren tres cuartos de la Tierra, aportan casi la mitad del oxígeno que respiramos y absorben un cuarto del dióxido de carbono (CO2) que producimos. Ensuciar el océano implica una amenaza global, que Ovink propone paliar con un cambio de mentalidad.

PREGUNTA. Usted prefiere no calificar la contaminación marina y el cambio climático como problemas. ¿Qué son, entonces?

RESPUESTA. Los problemas suelen tener una solución, pero no hay curas milagrosas para la suciedad de mares y océanos y la deriva del clima. No se trata de acordar unas normas, tomar unas medidas y después olvidarlo. Frenar la basura empieza por uno mismo, y con no tirar o verter nada al agua debiera bastar. Desgraciadamente no es así, necesitamos modificar nuestro comportamiento, lo que yo denomino un cambio cultural. Hay que entender que el agua está relacionada con la calidad de vida, con las guerras, las migraciones y la pobreza, en definitiva, con la gente. Su manejo supone un reto enorme y una oportunidad. En Holanda desembocan al mar dos de los grandes ríos de Europa, el Rin y el Mosa, en un delta vulnerable, pero es una tierra fértil en la que aprendimos a convivir con el agua y a sacarle partido. Por ejemplo, con el transporte fluvial, o con el puerto de Róterdam. Es cuestión de unir seguridad y calidad. Con el mar ocurre lo mismo. En la complejidad misma del reto que afrontamos hay una oportunidad para la economía, el empleo, el desarrollo y la educación. Para la prosperidad.

P. ¿En la transformación que propugna incluye iniciativas como la del inventor holandés Boyan Slat, resuelto a limpiar la sopa de plástico, movida por las corrientes, del Pacífico Norte?

R. Es una buena forma de cambiar la percepción pública de la polución marina, una cuestión similar a la deforestación. Boyan ha medido y cartografiado las basuras, que son devastadoras para el océano, las especies y el clima. Además, ha reunido millones de euros para su recogida. Como la basura está lejos no la vemos hasta que llega a nuestras playas. Él ha mostrado, de forma urgente y comprensible, lo mucho que dependemos del agua.

P. Propiciar la colaboración entre Gobiernos, organizaciones multilaterales, ONG y el sector privado es difícil. ¿Cómo los convence?

R. En los años ochenta y noventa el Rin estaba muy contaminado con residuos industriales, ahora la calidad del agua es buena porque nos hemos concienciado todos a lo largo del curso fluvial, en Alemania, Francia y Holanda. Con el océano, la meta es el Objetivo 14 —conservar y utilizar de forma sostenible los océanos, los mares y los recursos marinos— fijado en la Conferencia sobre Desarrollo Sostenible, de la ONU. Para alcanzarlo se necesita el compromiso de jefes de Estado y de Gobierno.

P. ¿Qué hacer, entonces, cuando presidentes como el estadounidense, Donald Trump, anuncia que abandona el Acuerdo de París para el Cambio Climático?

R. Muchos de sus discursos son retóricos y es terrible. Niega la posibilidad de que el mundo se una para reparar los daños que hacemos a diario. Pero tengo confianza en otros gestos. Por ejemplo, en la reunión entre Michael Bloomberg, exalcalde de Nueva York; el presidente francés, Emmanuel Macron, y la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, del pasado junio. Bloomberg dijo que las ciudades y los Estados de EE UU sí podían ceñirse al Acuerdo del clima. Hasta Rusia, con su enorme producción de combustible fósil, ha firmado un contrato con una empresa holandesa de energía eólica. El cambio del clima y la suciedad marina no son una ideología. Es preciso negociar y colaborar. Y si negocias, siempre pierdes algo, pero cuando colaboras, empiezas con una ambición colectiva alimentada por otras ideas, y con la ventaja de que deliberas sin miedo a cometer errores. Avanzas deprisa y eso facilita la aplicación de medidas. Necesitamos el agua para sobrevivir y no es que estemos a tiempo de salvarla, es que no hay más remedio.

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