La habilidad del secretario de prensa de Trump para no dar ni una
Repasamos la corta carrera de Sean Spicer, plagada de momentos para el recuerdo, y lo ponemos frente al espejo de sus antecesores
George Bush hijo le contrató dos veces para hacer de conejo de pascua, en 2007 y 2008. Es probable que Sean Spicer, nacido en Long Island, Nueva York, hace 45 años, añore los días en que su principal aportación al Partido Republicano consistía en disfrazarse de gazapo de peluche durante las celebraciones de Semana Santa en la Casa Blanca.
En enero de este año, Donald Trump ofreció al estratega político neoyorquino una tarea de mayor responsabilidad, la de secretario de prensa, un cargo cuyo equivalente en España sería portavoz del Gobierno. Spicer se las ha arreglado para convertirse en objeto casi universal de escarnio y rechifla en apenas cinco meses. Tal y como resume el periodista británico Joe Vesey-Byrne en un artículo en The Independent, hablamos de un hombre que difunde por error su número de pasaporte (¡dos veces!) a través de su cuenta oficial de Twitter. Que llama Joe al presidente de Canadá, Justin Trudeau, y Trumball al primer ministro de Australia, Malcolm Turnbull.
Que olvida invitar a algunas de sus ruedas de prensa a dos de los medios de comunicación más prestigiosos del planeta, The New York Times y la BBC. Que ha llegado a asegurar que Donald Trump se había nombrado a sí mismo secretario de vivienda. Que insistió hasta el delirio (y contra toda evidencia) en que la toma de posesión de Donald Trump había sido “la más multitudinaria de la historia”, citando datos que la supuesta fuente, la Autoridad de Tránsito del Área Metropolitana de Washington DC, que se vio obligada a desmentirlo de inmediato.
En una década Sean Spicer ha pasado de ser contratado para disfrazarse de conejo en fiestas en la Casa Blanca a ser secretario de prensa del presidente de Estados Unidos
Que aseguró que Paul Manafort, jefe de campaña de Donald Trump, había jugado un papel “muy limitado, casi testimonial” en la campaña de Donald Trump. Un hombre, en fin, que ha conseguido que la veterana reportera April Ryan, a cuyas incisivas preguntas acabó contestando con suspiros y balbuceos en una comparecencia de prensa que se ha hecho viral, dijese de él que le da “una cierta pena, porque el cargo le viene grande y se nota que sufre”.
Aunque el momento cumbre en la frenética carrera de Spicer hacia el bochorno supremo fue el día en que aseguró que Adolf Hitler, a diferencia de Bachar el Asad, “no había usado armas químicas contra sus propios ciudadanos”, obviando, tal y como señala Vesey-Byrne, un dato tan delicado como que “Hitler ordenó el exterminio en la cámara de gas de millones de judíos que, en un alto porcentaje, eran ciudadanos alemanes”.
Esta vez sí, el secretario de prensa se disculpó por su “desafortunada e inexacta” afirmación. Pocos días después, Fox News improvisaba un coloquio en antena entre Spicer y Dana Perino, la cuarta (y última) secretaria de prensa que tuvo George W. Bush durante sus ocho años de mandato. Perino, una profesional de prestigio pese a su falta de cintura con los ateos (“si tanto les molesta que en las escuelas de este país se rece, siempre les queda la opción de irse de Estados Unidos”, llegó a decir en cierta ocasión), trató de consolar a Spicer asegurando que incluso los mejores portavoces “meten la pata” de vez en cuando, y que si algo se aprende en el cargo es “dignidad, comprensión, empatía y humildad”.
Tampoco hay que fustigarse porque se te escape un comentario desafortunado, vino a decirle Perino a un Spicer que escuchaba con actitud de alumno aplicado: “Seguro que tú estás siendo mucho más duro contigo mismo que el propio presidente Trump”. “Sin duda”, remató Spicer, “el presidente es el más empático y comprensivo de los jefes que he tenido”.
Hablamos de un hombre que difunde por error su número de pasaporte (¡dos veces!) a través de su cuenta oficial de Twitter. Que llama Joe al presidente de Canadá, Justin Trudeau, y Trumball al primer ministro de Australia, Malcolm Turnbull
“Si hoy ni siquiera nos acordamos de Josh Earnest, que fue secretario de prensa de Barack Obama, ni de Tony Snow o Scott McClellan, que lo fueron de George W. Bush, es porque hicieron bien su trabajo”, argumenta Vesey-Byrne. Matthew Nussbaum, redactor de la revista Politico, coincide en que un buen portavoz es aquel que “como los buenos árbitros, está en el centro de la acción, sin esconderse nunca, pero aún así consigue pasar desapercibido”. Hombres como, en su opinión, Jay Carney, el tercero de los tres secretarios de prensa que tuvo Barack Obama en ocho años. Un profesional al que Nussbaum define como “discreto y eficaz”.
Sin embargo, el propio Carney, en un tuit reciente, tiraba de modestia y atribuía el mérito a Obama: “El presidente para el que trabajé nunca me pidió que mintiese”. Carney respondía así a otro profesional con buena reputación, Ari Fleischer, secretario de prensa con Bush Jr., que había defendido a Spicer tras sus polémicas afirmaciones sobre la toma de posesión de Trump con una frase de doble filo: “Cosas así forman parte del trabajo que el presidente espera que hagas por él. Tú sabes que es tu jefe y que está vigilándote”.
Sin embargo, el propio Fleischer reconocería semanas después que los tensos intercambios dialécticos entre Spicer y la prensa le hacían sentirse incómodo: “Yo creo en la manera tradicional de hacer estas cosas. Te peleas con la prensa, marcas tu territorio. Pero dar datos inexactos, vetar a los periodistas que te incomodan, negarse a responder ciertas preguntas… Eso es ir demasiado lejos”.
Para John A. Farrell, redactor también de Politico, la tarea del secretario de prensa en absoluto consiste en mentir. “Me niego a aceptar una manera tan tramposa y cínica de concebir la política”, apunta. Sí consiste, en cambio, en “representar el discurso del Gobierno y proteger la reputación del presidente”, pero no a costa de “retorcer o ignorar los hechos”. Farrell considera que, aunque solo lleve cinco meses en el cargo y aún esté a tiempo de “empeorar o, lo que resulta mucho menos probable, coger el toro por los cuernos y redimirse”, Spicer ya puede ser considerado “uno de los peores secretarios de prensa de la historia de Estados Unidos, si no el peor”.
"Cuando Ziegler fue al Despacho Oval para convencer a Nixon de que el gobierno debía mejorar sus relaciones con la prensa, el presidente le dio la espalda y escribió en su pizarra: 'La prensa es el enemigo"
El único que podría rivalizar con él es, en opinión de Farrell, Ron Ziegler, que ejerció de portavoz durante los cinco años que duró la presidencia de Richard Nixon. Ziegler es responsable de frases como esta obra maestra del dadaísmo y el humor negro, pronunciada en 1971, en un intento de desmentir los rumores que apuntaban a que Estados Unidos estaba a punto de invadir Laos en el marco de la guerra de Vietnam: “El presidente sabe perfectamente lo que está ocurriendo en el sudeste asiático, pero que quede claro que esta frase en absoluto implica que esté ocurriendo nada en el sudeste asiático”.
La principal diferencia entre Ziegler y Spicer, de nuevo según Farrell, “es que Ziegler nunca se vio obligado a mentir a sabiendas, porque Nixon, un hombre turbio y de tendencias paranoicas, muy rara vez le contaba la verdad”. El presidente republicano trató a su portavoz como “una simple herramienta, una correa de transmisión” a la que se mantenía deliberadamente desinformada. Ziegler vivió esta situación con contrariedad e impotencia.
En pleno escándalo Watergate, en 1974, cuando Nixon ya había empezado a reconocer que miembros de su gobierno habían participado en la trama de espionaje contra el Partido Demócrata, Ziegler, que llevaba meses negándolo todo por orden de su jefe, se vio forzado a decirle a la prensa: “Siento mis errores. Siento que mis respuestas les resulten tan confusas, pero ustedes me hacen preguntas confusas y esta es una situación muy confusa que yo no estoy en condiciones de aclarar”.
Meses antes, según contaba el secretario de estado Henry Kissinger en sus memorias, Ziegler acudió al Despacho Oval para intentar convencer a Nixon de que el gobierno debía mejorar sus relaciones con la prensa. Tras escuchar sus argumentos, el presidente le dio la espalda, se dirigió a la enorme pizarra que tenía tras su escritorio y escribió en ella: “La prensa es el enemigo”. Kissinger asegura que Ziegler reaccionó como si hubiese recibido un puñetazo en la boca del estómago. Se levantó y abandonó el despacho en silencio.
"La tarea del secretario de prensa en absoluto consiste en mentir, me niego a aceptar una manera tan tramposa y cínica de concebir la política”, asegura John A. Farrell, redactor de la revista ‘Político"
Para Farrell, el trato cínico y desconsiderado que Ron Ziegler recibió de su jefe tuvo una evidente ventaja para él: “Al manipularle y mantenerle al margen de lo que en realidad estaba ocurriendo, Nixon no obligó a su subordinado a involucrarse en ningún delito”. De manera que Ziegler, que se mantuvo fiel a su presidente hasta el final, pudo salir del ala oeste de la Casa Blanca sin cargos penales. Eso sí, con la reputación hecha trizas y su carrera política truncada sin remedio a los 34 años.
El primero en ejercer la secretaría de prensa, cargo que se remonta a la presidencia de Herbert Hoover, entre 1929 y 1933, fue George Akerson, antiguo corresponsal en Washington del Minneapolis Tribune, al que le tocó lidiar con una prensa mayoritariamente hostil a su presidente a medida que el crack bursátil de 1929 daba paso a la Gran Depresión. Le sucedió en el cargo uno de los secretarios de prensa más célebres de la historia de Estados Unidos, Stephen T. Early, que se encargó de representar ante los medios al Gobierno de Franklin Delano Roosevelt durante los años del New Deal y la Segunda Guerra Mundial, entre 1933 y 1945.
Ari Fleischer, al que tocó defender algunos de los aspectos más controvertidos de la presidencia de George W. Bush entre 2001 y 2003, tiene claro quiénes han sido, en su opinión, los secretarios de prensa más competentes de los últimos años: “Los mejores que he conocido son Mike McCurry y Jake Siewert, que trabajaron para Clinton”, le contaba al periodista Carl Cannon, de RealClear Politics, “dos tipos siempre correctos, siempre cordiales, que supieron mantener la calma y tener una relación honesta con la prensa incluso en los peores momentos. Ideología al margen, son dos ejemplos estupendos de cómo, en mi opinión, debe hacerse el trabajo”.
Sin duda, “un hombre tan ponderado como McCurry”, opina Vesey-Byrne, “no caería en el despropósito de comparar favorablemente a Hitler con nadie”. O de retuitear un artículo de la página web satírica The Onion [el equivalente a medios españoles de parodia política como Mongolia o El Mundo Today] en el que se decía que “Sean Spicer es el encargado de nutrir a la prensa con desinformación sólida y robusta”, retuit que el inefable Spicer acompañó del siguiente comentario: “¡Exacto! Nada más que decir”.
Si de verdad leyó bien lo que estaba retuiteando y aquello fue una especie de “perversa broma”, opina Vesey-Byrne, no tuvo la menor gracia: “Más que humor, eso sería sarcasmo incendiario. Tampoco me imagino a alguien como McCurry, Carney o Fleischer apagando incendios con gasolina”.
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