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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Cuando en el Sáhara se cambiaba oro por sal

Una exposición en Rabat muestra que el mercadeo durante más de 15 siglos generó cruces entre culturas africanas

Analía Iglesias
Pieza almohade (1248-1267): Abû Hafs-Omar Al Mortadha, moneda de 10 dinars acuñada en Marrakech.
Pieza almohade (1248-1267): Abû Hafs-Omar Al Mortadha, moneda de 10 dinars acuñada en Marrakech. ufografik

Lo subsahariano es un concepto que hoy permite acortar muchos caminos verbales. Todo lo africano al sur del desierto puede ser englobado en esa palabra-comodín, probablemente inexistente en tiempos de Herodoto (siglo VI a.C.), el geógrafo que describía las rutas y los rituales comerciales de la época en que los cartagineses dominaban el Mediterráneo. La división de África al nombrar lo que queda al norte y al sur del Sahara parece una decisión bastante más reciente. De ahí que lo transahariano, o la noción del desierto como admirable continuum económico, cultural y geográfico, se impone como punto de partida de la exposición El oro de África, actualmente abierta al público en el Museo de Bank Al Maghrib, en Rabat, Marruecos.

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L’or de l’Afrique- Parcours et destinées (El oro de África – Itinerarios y destinos) narra a través de objetos antiguos, manuscritos y piezas de cartografía, la profunda afinidad y “la unión política que hubo entre las dos orillas del Sahara”,  entre los siglos X y XI como declaran los comisarios Ahmed Saleh Ettahiri y Abdelah Fili. El intercambio de mercancías entre Sijilmasa y Tombuctú –apenas dos de los vértices del vasto tejido comercial– promovió, a su vez, la transmisión espiritual, la ampliación de las fronteras del Islam y la práctica suní, la caligrafía árabe, la lectura del Corán y la expansión de las confraternidades sufís y su música aún tan presente: el gnawa.

El oro, pues, es el más brillante pretexto para esta exposición, que arranca con testimonios de arte rupestre que dan cuenta de la similitud de las representaciones de las caravanas tanto en la ribera norte como en la sur. En Marruecos se han encontrado grabados rupestres de carros tirados por animales en la región del Anti-Atlas, Tata y Guelmin, cuyos trazos son los de otros dibujos encontrados en lo que fue el territorio del reino mauritano. También se exponen piezas de cerámica del siglo III y IV a.C. y objetos de marfil que ejemplifican hasta qué punto se asemejaba el tipo de producción al norte y al sur del desierto.

Se exponen piezas de cerámica del siglo III y IV a.C. y objetos de marfil

En aquel desierto había vida, trajín, oasis, rutas como telarañas y no se dejaba morir a la gente de sed (había un adelantado que iba delante de las caravanas, entregaba cartas en el siguiente pueblo, gestionaba los alojamientos de los caravaneros y volvía con agua). Entonces, el oro amarillo se cambiaba por oro blanco, que era como se le llamaba a la sal en el intercambio. El oro era de naturaleza sedimentaria, de las cuencas de los ríos Senegal y Níger, luego transformado en lingotes entre Ghana y Awdaghoust (Mauritania).

Las mercancías con que se pagaban los lingotes eran vestimentas, cobre, papel, cuero, cerámica, cauris –conchas que en la Antigüedad servían como moneda de pago–, trigo, dátiles y sal. Interesantes resultan los rituales de comunicación (señales de humo), de trueque mudo (unos dejaban algo a la vera de un río y los otros traían lo que proponían como pago) y del incipiente arte del regateo, según cuentan los cronistas de Cartago: “si no hay conformidad con lo que traen los naturales de ese país por nuestras mercancías, esperamos y siempre vuelven y agregan algo”.

Durante los siglos XVI y XVII, las caravanas, que alcanzaban hasta los 1.000 camellos, deben competir con las carabelas hacia América

El oro era mayormente destinado a acuñar moneda en el Norte. Se calcula que entre los siglos X y XI, en tiempos del Imperio Almorávide, se transportaban unas 40 toneladas de oro al año a través del Sahara. Cruciales en esa época resultaron los intermediarios entre las tribus bereber y los comerciantes; el otro eslabón fundamental del comercio era el dromedario, un animal adaptado a largas travesías sin sed. Se supone que este camélido habría sido introducido en esta región por los romanos, en los siglos III y IV de nuestra era, procedente de la Península Arábiga e Irán (y la cruza de dos razas lo hizo muy resistente al desierto). Las caravanas podían estar conformadas por más de 1.000 camellos.

Lo que en la Antigüedad no se sabía más que por relatos lejanos (“Dicen que más allá de las columnas de Hércules, hay un país habitado adonde van a comerciar los cartagineses”, dejó escrito Herodoto), luego fue narrado con lujo de detalles por viajeros que legaron textos, tanto latinos como árabes, que hoy pueden ir rellenando algunos huecos de la Historia. Así, la exposición nos lleva cronológicamente hasta la Edad Media, con los yacimientos auríferos localizados en el Imperio de Ghana y en el territorio del Imperio Songhay, cuando se multiplica el comercio entre las dos orillas. Con el Islam, el trueque fue cambiando su forma, y apareció la base monetaria.

Indumentaria gnawi e instrumentos para la música gnawa (siglo XIX, principios del XX).
Indumentaria gnawi e instrumentos para la música gnawa (siglo XIX, principios del XX).ufografik

Hacia el siglo XII se expanden las rutas, se extienden los desplazamientos humanos y se amplía el comercio. Hay ineludibles personajes, que cronican la complementariedad de esos intercambios. En la muestra se recogen anécdotas de Ibn Battuta, que se sorprende por los bloques de sal con los que se construye en Taghaza (actual Mali), o de León El Africano, y se exhibe también una elocuente ilustración del Atlas Catalán del Mundo Conocido (el Mapamundi de tot el món conegut, de 1375), del judío mallorquín Abraham Cresques, en la que se ve al emperador de Mali, negro, sosteniendo en alto una pepita de oro y a un magrebí, con turbante y en su dromediario, acercándose.

Pero con la llegada de los españoles a América, el orden mundial existente hasta entonces comienza a cambiar, y durante los siglos XVI y XVII, las caravanas deben competir con las carabelas: del Nuevo Mundo se trae a Europa más oro y plata que lo que África podía ofrecer. Entonces ocurrió el declive del comercio en el Norte de África, aunque el maldito mercado de esclavos se mantendría. En tanto las caravanas transaharianas y el comercio en el Mediterráneo siguieron dando material a estudios históricos y antropológicos muy específicos sobre el tema, a cargo de investigadores como Henri Pirenne, Claude Cahen o Ronald A. Messier.

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Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

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