La ciencia en España, 1814-2015: dos derrotas y una incógnita
El país ha podido en tres ocasiones construir un sistema de Ciencia y Tecnología, y dos de ellas han fracasado. La precarización y la incertidumbre, por los recortes en I+D desde 2008, caracterizan el presente
Construir un sistema de ciencia y tecnología es una empresa compleja que exige un compromiso duradero de la sociedad y los poderes públicos a la hora de proveer los recursos necesarios para sostener instituciones, centros y grupos de investigación. España ha disfrutado de tres ocasiones en las que ha podido acercarse a dicha meta, dos de ellas fracasaron por la evolución histórica de la sociedad contemporánea: la Ilustración y la edad de plata de la ciencia. La tercera ocasión tuvo lugar tras el restablecimiento de la democracia, por el sostenido crecimiento del esfuerzo en I+D desde los años ochenta del siglo XX hasta 2008. Una oportunidad en riesgo tras el estallido de la Gran Recesión.
El catolicismo, del que la monarquía hispánica se convirtió en su más firme baluarte, contempló con creciente aversión los presupuestos filosóficos de la revolución científica de los siglos XVI a XVII que alumbró la modernidad occidental. La llegada de la dinastía borbónica abrió las puertas al espíritu de la Ilustración. Fue una oportunidad para remozar las ajadas fachadas de unas universidades que habían perdido el brillo y la pujanza de la que disfrutaron en el Renacimiento. El temor al contagio de la revolución francesa frenó las aspiraciones de los ilustrados, finalmente la Guerra de Independencia y la restauración de Fernando VII dieron al traste con el proyecto reformista. El exilio fue la única salida para los más significados representantes del liberalismo y de la ciencia moderna.
El retorno de los liberales exiliados a la muerte de Fernando VII, y los planes Pidal de 1845 y Moyano de 1857 buscaron reanudar el proyecto reformista interrumpido, los problemas hacendísticos y la deriva moderada del liberalismo dificultaron su realización y recortaron su alcance, como pusieron de manifiesto las dos cuestiones universitarias.
Para los sectores reformistas de la España del primer tercio del siglo XX la solución al atraso español pasaba por Europa, base sobre la que debería asentarse un amplio programa reformista que modernizara las estructuras sociales, económicas, políticas y culturales del país. La Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE) fue uno de sus mayores logros, fundada en 1907, bajo la presidencia de Santiago Ramón y Cajal, permitió el despegue de la ciencia, su política de pensiones (becas) y la creación de centros de investigación situaron a la ciencia española en el panorama internacional. A ella se le sumó el Institut d´Estudis Catalans, fundado en junio de 1907 por la Diputación de Barcelona. Desde un principio la JAE tuvo que lidiar con la animadversión del conservadurismo español, que veía en ella un instrumento para poner en práctica el ideario de la Institución Libre de Enseñanza. La oposición a la JAE quedó, no obstante, circunscrita a los sectores más ultramontanos del Parlamento y la Universidad.
Santiago Ramón y Cajal pudo escribir al final de su vida, en mayo de 1934: “Los jóvenes intelectuales de hoy valen más, hechas las salvedades necesarias, que los intelectuales de hace cuarenta años […] La nueva generación conoce varios idiomas, ha viajado por el extranjero, oído a los grandes maestros, frecuentado seminarios y laboratorios. Y ha regresado animada de un magnífico espíritu de renovación y de iniciativa”.
La continuidad de la actividad científica y del espíritu con el que nació la JAE fue imposible tras la finalización de la guerra civil. El carácter ultramontano y reaccionario que alimentaba el llamado bando nacional veía a la Junta, al ideario que la inspiró y a sus integrantes como enemigos y causantes del mal que se pretendía extirpar a sangre y fuego. La muerte, el exilio, la cárcel y la depuración expulsó de la universidad a maestros y discípulos que habían protagonizado el despegue de la ciencia. La eliminación de la JAE fue el símbolo de la destrucción de la ciencia en España.
Los presupuestos antimodernos y antiliberales del franquismo, expresados en el nacionalcatolicismo, provocaron un retroceso de dimensiones históricas respecto a los progresos registrados durante el primer tercio del siglo XX. José Ibáñez Martín, ministro de Educación Nacional, definió en 1940 la política científica y universitaria de la dictadura: "Sepultada la Institución Libre de Enseñanza y aniquilado su supremo reducto, la Junta para ampliación de Estudios […] Si alguna depuración exigía minuciosidad y entereza para no doblegarse con generosos miramientos a consideraciones falsamente humanas era la del profesorado".
El salto de calidad del sistema de ciencia y tecnología se expresa en la acogida de numerosos jóvenes doctores en centros de investigación internacionales; en las importantes posiciones alcanzadas por científicos españoles en universidades y centros de investigación extranjeros, y en la cantidad de las publicaciones en las más prestigiosas revistas internacionales
Tras el restablecimiento de la democracia, el esfuerzo sostenido en I+D permitió construir un sistema de ciencia y tecnología que la Gran Recesión ha puesto en riesgo. El salto de calidad del sistema de ciencia y tecnología se expresa en la acogida de numerosos jóvenes doctores en centros de investigación internacionales; en las importantes posiciones alcanzadas por científicos españoles en numerosas universidades y centros de investigación extranjeros, y en la cantidad de las publicaciones realizadas o participadas por científicos españoles en las más prestigiosas revistas internacionales.
La precarización y la incertidumbre, por los recortes en I+D desde 2008, caracteriza el presente y futuro de numerosos centros y grupos de investigación, a diferencia de los principales países de la Unión Europea y de la OCDE que han incrementado la inversión en I+D, para responder a los desafíos de la crisis y la creciente competencia en la economía mundial.
El Sistema de Ciencia y Tecnología en España se enfrenta a tres grandes desafíos: la tradicional debilidad de la inversión en I+D de la empresa española, la falta de compromiso de los poderes públicos con la inversión en I+D a medio y largo plazo, y la rigidez del sistema, con efectos perniciosos para la consolidación y continuidad de grupos de investigación, la retención de científicos y la captación de investigadores de proyección internacional. Se corre el riesgo de asistir a un nuevo exilio científico —ahora no por razones de persecución política, sino por razones económicas y de miopía política—. La sociedad que no apueste por la ciencia hipotecará su presente y perderá el futuro.
Luis Enrique Otero Carvajal es catedrático de Historia Contemporánea de la UCM y autor del libro La ciencia en España, 1814-2015. Exilios, retornos, recortes (Catarata, 2017).
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.