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MIRADOR
Columna
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Cefeidas

Henrietta Leavitt nos proporcionó una cinta métrica para medir el cosmos, la misma que una década después utilizó ‘Hubble’

Javier Sampedro
Imagen de las cefeidas mostrada por el telescopio espacial Hubble.
Imagen de las cefeidas mostrada por el telescopio espacial Hubble.Nasa/Getty Images

Ni siquiera era astrónoma —las mujeres no podían serlo en la época—, pero hizo en 1912 uno de los descubrimientos más vitales de la historia de esa ciencia, uno que sigue extendiendo aún hoy sus fértiles tentáculos sobre nuestra percepción del mundo. A los 20 años, Henrietta Leavitt se había matriculado en la Sociedad para la Instrucción Colegiada de las Mujeres, un singular instituto de la Universidad de Harvard, y tras graduarse se enroló en lo más parecido a un proyecto astrofísico que la sociedad de la época consentía a su sexo: el llamado, con exquisita delicadeza, harén de Pickering, un grupo de mujeres empleadas como calculadoras humanas por Edward Pickering, jefe del observatorio de Harvard, para catalogar las estrellas del hemisferio Sur. A 25 centavos la hora, el sueldo de un sirviente doméstico.

Leavitt se centró en las cefeidas, unas estrellas pulsantes (su brillo oscila periódicamente) conocidas desde el siglo XVIII. La calculadora humana descubrió muchas cefeidas nuevas, y comprobó con lujo de detalle otro hecho bien conocido: que el ritmo de pulsación de las cefeidas no guardaba relación con su brillo aparente. Esto es lógico, puesto que el brillo aparente depende de la distancia de la estrella a la Tierra. Había, sin embargo, un grupo de cefeidas donde esa lógica no funcionaba: en ese grupo, localizado en las nubes de Magallanes, el brillo aparente sí guardaba una relación directa con el ritmo. ¿Qué quería decir esto?

Leavitt tuvo una percepción genial: que las nubes de Magallanes estaban tan lejos que las diferencias de distancia entre sus cefeidas y la Tierra dejaban de importar; que todas ellas podían considerarse situadas a la misma distancia de nosotros; y que por tanto sí existía una relación directa entre el ritmo y el brillo de una cefeida —de cualquier cefeida—, solo que esa relación había permanecido oculta por las diferencias de distancia de la Tierra a las cefeidas cercanas. Esto no solo demostraba que las nubes de Magallanes eran dos galaxias ajenas a la Vía Láctea, la única galaxia que se conocía, sino que aportaba una cinta métrica para medir el cosmos. La cinta que una década después utilizó Hubble para hacer el mayor descubrimiento de la historia de la astronomía. Que el universo está en expansión. Y de ahí al Big Bang.

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En 1925, un año después del descubrimiento de Hubble, el matemático sueco Gösta Mittag-Leffler escribió a Leavitt para decirle que iba a proponerla para el Premio Nobel. Le dijeron que llevaba cuatro años muerta.

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