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Podría estar comiendo plástico y no saberlo

Cada año, ocho millones de toneladas de este material acaban en el océano. Pero, ¿dónde van a parar las bolsas que van a parar al mar?

Sergio C. Fanjul

Un carguero repleto de patitos de goma naufragó durante el invierno de 1992 en mitad del océano Pacífico, víctima de una violenta tormenta, liberando al mar casi 30.000 animales de plástico de los que transportaba. Alegres objetos para jugar en la bañera, castores, ranas y tortugas de todos los colores, iniciaron un inopinado viaje que les llevaría allende los mares. El periodista Donovan Hohn los fue recogiendo a lo largo de un interesante periplo por costas de todo el mundo, de Escocia a China, de Alaska a Hawái, y lo contó en el libro Moby-Duck (Aguilar), uno de los mejores de 2011 según The New York Times.

Esta curiosa anécdota, a pesar de la candidez de los patitos de goma y demás juguetes, refleja lo rápidamente que se extienden los residuos sintéticos que arrojamos (o acaban por una razón u otra) en el mar. En el planeta Tierra, encerradas dentro de las corrientes circulares que se producen en la superficie de los diferentes océanos, hay enormes islas flotantes formadas por esta basura. Pero en los últimos tiempos, científicos y ecologistas ponen el foco en otra vertiente no tan conocida del problema: los microplásticos. “Se trata de pequeños fragmentos de plástico, menores de cinco milímetros, que se pueden haber formado a partir de grandes plásticos (a través de la acción del sol o el oleaje) o que son específicamente fabricados en ese tamaño, por ejemplo, para la industria cosmética”, explica Elvira Jiménez, responsable de Océanos en Greenpeace España, la organización ecologista que ha lanzado recientemente una campaña para concienciar sobre el creciente riesgo de los plásticos en pescados y mariscos.

Cada año, ocho millones toneladas de este material acaban en el océano (200 kilos por segundo): en 2050 habrá más cantidad de plástico que de peces, según calcula la Fundación Ellen MacArthur. Un reciente estudio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) encuentra que solo en el mar Mediterráneo se alojan 1.445 toneladas. “De hecho, el 97% de los residuos que encontramos es de esta naturaleza”, observa Luis Francisco Ruiz-Orejón, investigador del CSIC en el Centro de Estudios Avanzados de Blanes (Girona), donde se desarrolló el análisis. “Hace cien años, según se describe en los escritos del archiduque Luis Salvador de Austria, era un mar prístino, así que la situación es preocupante”, subraya el experto.

Algunos organismos piden adoptar medidas como las que se han tomado en Reino Unido y Francia: prohibir el uso de platos y cubiertos de plástico, y de microesferas en cosmética; y, por supuesto, acabar con las bolsas de un solo uso

Los microplásticos pueden entrar en organismos pequeños y crearles heridas y laceraciones, además de efectos impredecibles debido a los compuestos químicos que le aportan su color y flexibilidad. “Se sabe que algunos de ellos pueden ser cancerígenos o alterar el sistema endocrino”, alerta Ruiz-Orejón. Pero, además, a través de la cadena trófica existe el riesgo de que alcancen a los humanos con el tenebroso riesgo, a falta de estudios concluyentes, de un perjuicio similar. “Aunque sean pequeñas cantidades en el agua, si los organismos basales los consumen, se podría producir bioacumulación”, explica el científico. Es decir, los compuestos se van acumulando en los tejidos de la persona que los ingiere hasta llegar a concentraciones mayores. Un estudio de Greenpeace ha encontrado microplásticos en mariscos y pescados como el atún o el pez espada.

“Otro problema es que pueden atraer a otras sustancias y servir de medio de difusión de enfermedades patógenas”, explica Jiménez, de Greenpeace. En esta organización creen que la situación tiene que llevar a replantearnos cómo es el sistema de consumo, reducir el volumen de plásticos utilizados (se calcula que en 2050 su uso será 900 veces mayor que en 1980) y mejorar la gestión de los residuos. “Se estima que el 80% de los plásticos en el mar proviene de la tierra”, indica la ecologista, es decir, que han sido abandonados en las costas o en los cauces de los ríos. Greenpeace España pide medidas como la de Reino Unido, que ha prohibido a la industria cosmética utilizar microesferas (se usan en exfoliantes, jabones o pasta dentífrica) o Francia, que ha vetado los platos y cubiertos de plástico. Y, por supuesto, que se ponga freno a las bolsas de un solo uso. En general, el objetivo pasa por fomentar la economía circular, esa que reutiliza todos los residuos como materia prima. El problema de fondo es que las legislaciones nacionales pueden servir de poco en un problema global que se expande por todos los océanos, como lo hicieron en 1992 aquellos patitos de goma. Y que un plástico puede tardar hasta seis siglos en degradarse (todavía podríamos encontrarnos las katiuskas de Cervantes).

La difusión del problema de los microplásticos resulta, eso sí, interesante a la hora de concienciar al gran público sobre la contaminación marítima: si bien hay personas a las que les puede resultar indiferente la existencia de grandes islas de basura en medio de ninguna parte, o la asfixia de lejanas tortugas con las arandelas que mantienen unidas las latas de bebida, la amenaza de los microplásticos entrando en su propio organismo a través de la dieta sí provoca preocupación. “Esto ya no es solo un asunto medioambiental, sino que se está volviendo contra nosotros”, destaca Jiménez.

Hay modos de evitarlo

“Solo se recicla alrededor del 25% de todos los residuos plásticos y casi el 50% todavía se entierra en vertederos en la Unión Europea. Es demasiado”, alertó el pasado 20 de abril el comisario de Medio Ambiente, Karmenu Vella, en una conferencia en Bruselas. Así las cosas, algunos consejos para reducir el uso de plásticos serían estos: optar por las bolsas reutilizables; no usar vasos, platos ni cubiertos de plástico; evitar embalajes y comprar la comida a granel; beber agua del grifo antes que embotellada; evitar juguetes de plástico y maquinillas desechables; y no utilizar cosméticos que contengan microesferas.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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