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‘El gringo loco’: el doctor de los campesinos de Cochabamba

El médico italiano Pietro Gamba trata de suplir al sistema sanitario público de Bolivia donde no llega

El médico italiano Pietro Gamba, de 64 años, da una pomada para curar la escabiosis a un grupo de niños.
El médico italiano Pietro Gamba, de 64 años, da una pomada para curar la escabiosis a un grupo de niños.Emanuela Zuccalà
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“Qué pena que esta noche no se vean las estrellas aquí, en Challviri. Porque con ellas habríais entendido enseguida toda mi historia”. Pietro Gamba se sienta en el suelo en la penumbra de la pequeña cocina, junto al horno de barro. Come sopa de patatas con su amigo René, el dueño de estos tres locales de tierra cruda, sin suelo, alrededor de un patio en el que escarban patos, gatos y niños. El frío húmedo aturde. El cielo es un paño de nubes desde esta mañana, cuando Pedro condujo durante cuatro horas hasta aquí arriba, a 3.800 metros, sobre los Andes, oyendo varias veces la canción Historia de amor, de Adriano Celentano. Una coincidencia romántica, porque precisamente entre las 300 familias campesinas de Challviri diseminadas entre laderas, torrentes y campos de patatas, comenzó su historia de amor con Bolivia.

Hoy, este médico italiano de 64 años al que alguien llamó El gringo loco, ha vuelto de nuevo aquí solo para hacer una visita de cortesía a sus viejos amigos y, en cambio, ha acabado poniendo inyecciones a la anciana Gertrudis, que llevaba horas esperándolo sentada en la hierba, ante la puerta de René; le ha tomado la tensión a Florencia, que acaba de dar a luz en casa a su octavo hijo; ha revisado los pulmones de don José, un patriarca nonagenario que siempre lo llama Pedrito, y ha distribuido entre los niños pomadas para la sarna. Por último, se ha puesto hecho una furia en el centro de salud estatal por culpa de un tubo de agua que pierde desde hace dos años: el Gobierno se ha olvidado, y los pacientes tienen que vadear un reguero de barro bajo la mirada desinteresada de la única doctora, que pronto cogerá el permiso de maternidad, de modo que la gente de Challviri tendrá que volver a viajar hasta el hospital de Cochabamba, a tres horas en coche de aquí, para ver al médico. “¿Ves al Evo?”, así llama Pedro a Evo Morales, presidente de Bolivia. “Sobre el papel garantiza servicios a todos, pero la realidad es que los campesinos están abandonados”.

En 1987, pensando en los campesinos pobres y a menudo analfabetos, el médico italiano creó un hospital de excelencia en Anzaldo, un pueblo de 8.000 habitantes en el altiplano central

Alrededor del 38% de la población boliviana vive por debajo del umbral de la pobreza y en 1987, pensando precisamente en ellos, en los campesinos pobres y a menudo analfabetos, el médico italiano creó un hospital de excelencia en Anzaldo, un pueblo de 8.000 habitantes en el altiplano central, entre campos de quinoa color púrpura y bosques ralos de eucalipto. Hoy en día, su Fundación Pietro Gamba es el punto sanitario de referencia para 100.000 personas entre el departamento de Cochabamba y el alto Potosí. Sin embargo, los pacientes llegan de toda Bolivia, porque saben que el doctor Pedro cobra barato y que, si no puedes pagar, desde luego no va a dejar que te mueras. Ayer, por ejemplo, el joven Javier, llorando, enseñaba al médico el historial clínico de su esposa: el hospital público le pedía 8.000 dólares por tratarle el corazón, una cifra que la pareja ni siquiera sabe calcular.

Pietro Gamba, que conserva la energía y el entusiasmo de un joven, siempre consigue cuadrar las cuentas de su hospital, gracias a una red de donantes privados y de amigos solidarios de Italia y Suiza. “Llámelo suerte, si quiere, yo prefiero llamarlo providencia”, sonríe. Y cuando, durante uno de sus viajes a Italia para visitar a la familia y conseguir fondos, oyó que lo comparaban con Albert Schweitzer, un pionero de la medicina misionera en África y Premio Nobel de la Paz, se asombró sinceramente: "No me suban tan alto: si luego caigo, me haré daño de verdad”. Para él, el mérito del éxito del hospital es de la gente de Challviri. Y de sus estrellas.

Todo empezó cuando Pietro tenía 20 años y dejó a su numerosa familia campesina y su trabajo de obrero en la fábrica, cerca de Bérgamo, en el norte de Italia, con el único fin de evitar el servicio militar. En aquella época, la ley italiana establecía penas de prisión para los que se negasen, por lo que buscó la ayuda de un amigo sacerdote, que le ofreció una solución: lo mandaría a Bolivia a condición de que el joven hiciese voluntariado en una de sus misiones. En 1975, Pietro Gamba embarcó rumbo a Sudamérica, adentrándose en la miseria profunda de Challviri durante tres años. “Ayudaba a la gente en el trabajo del campo y a construir la escuela”, dice. “Enseñaba español a los niños, que solo hablaban quechua, la lengua de los indios. Durante meses comí solo patatas, soporté el frío y la lluvia, mastiqué coca para aguantar la altitud, cogí la sarna y, a pesar de todo, aprendí a amar a la Pacha Mama, su Madre Tierra. Me apasionó esta comunidad compacta, solidaria, entregada a los valores de respeto, trabajo duro, honestidad absoluta. Andaba durante 12 horas hasta la ciudad y traía aquí medicinas. Un día me pidieron que curara el brazo quemado de un niño. El curandero, el santón local, lo había embadurnado de estiércol: yo, sin saber medicina, limpié la herida y apliqué una pomada. Funcionó. Empezaron a llamarme doctor, pero seguía siendo solo un obrero”. Cuando una epidemia de sarampión mató a muchos niños, una noche, mientras miraba las estrellas, Pietro sintió que se le cruzaba un pensamiento descabellado: “¿Y si me convirtiera en un médico de verdad para ayudar a estos indefensos? Cuanto más huía de la idea, más dentro se me metía. Fue una decisión muy difícil. El único consuelo me venía de las estrellas, de esa inmensidad inalcanzable: me susurraban que todo en la vida tiene un sentido, y que no eres tú quien lo determina”.

La Fundación Pietro Gamba es el punto sanitario de referencia para 100.000 personas entre el departamento de Cochabamba y el alto Potosí

De modo que Pietro volvió Italia, a los 32 años se licenció en medicina con la nota más alta y se precipitó de nuevo a su Bolivia con 25.000 dólares donados por sus amigos italianos y un pacto no negociable consigo mismo: abrir un buen hospital para los campesinos. Hoy, después de superar innumerables obstáculos, su equipo (tres médicos, cuatro enfermeras y los mejores cirujanos bolivianos, que prestan sus servicios para las operaciones más delicadas) realiza 160 operaciones al año y recibe a 15 personas al día, además de las visitas que realiza en el todoterreno ambulancia por los valles del río Caine y los rincones más escondidos del altiplano, en casas con techo de paja y macizos de dalias rosas a la entrada. Aquí una de las enfermedades más corrientes es el mal de Chagas: causado por un parásito que se transmite a través de un insecto que vive en los adobes, los ladrillos de barro de las viviendas más pobres, que retuerce los intestinos. Y luego la tuberculosis, la malaria y las infecciones causadas por la desnutrición y la poca higiene.

Los equipos de diagnóstico son de segunda mano, procedentes de los hospitales italianos, en muy buenas condiciones. El laboratorio de análisis es el reino de Macchi, la incansable esposa de Pietro: Margarita Torrez, boliviana de Oruro. Otra historia de amor florecida en Challviri donde ella, estudiante de bioquímica, acabó durante una excursión con amigos. “Nuestra boda, en 1991, la organizó la gente de Anzaldo”, recuerda Margarita. Es ella la que se asegura de que se trate a los pacientes con amabilidad y respeto, sin hacer distinciones entre ricos y pobres. Y ella la que lima las asperezas del carácter de Pietro, que es impulsivo y alérgico a la paciencia. Silvia, la mayor de sus cuatro hijas, estudia medicina y quién sabe si en un futuro ocupará el lugar de su padre.

En el hospital de Anzaldo, la sala de espera es una paleta de mujeres con mantas aguayo sobre los hombros, sombreros de paja de ala ancha adornados con flores artificiales y blusas bordadas. Una de ellas llora porque su sexto hijo nació con labio leporino y es incapaz de succionar la leche de su pecho: Pietro la tranquiliza, le dice que alimentarán artificialmente al bebé, que luego lo operarán, y que no se verá obligada a dejarlo morir, como el médico ha visto hacer a tantas madres desesperadas. Pero Pietro está preocupado por un caso más grave: Raúl, un niño de 10 años con una osteomielitis que le ha dejado la pierna izquierda más corta. “El padre no confía en nosotros, prefiere al curandero tradicional. He reunido a toda la comunidad para que lo convenza de que me permita operarlo, pero no ha cedido”. Aún hoy, después de haber pasado toda una vida en este altiplano, de hablar quechua con fluidez y de conocer íntimamente el carácter de los campesinos, Pietro choca contra muros culturales, que son los que hacen más daño. “También antes la gente pensaba que la enfermedad de Chagas era provocada por una figura diabólica que llega por la noche para sacar la grasa del recto de la víctima y hacer hostias de misa, en una mezcla de cristianismo y espiritismo. Pero ahora todos saben que es una enfermedad que se puede tratar. Con el padre de Raúl no he sido capaz de superar la barrera de la superstición”.

Además de la falta de medios y la pobreza, una de las grandes barreras es la cultural: muchas veces las supersticiones privan a los enfermos de tratamientos que podrían curarles

El pequeño Raúl está en la escuela: Pietro va a verlo y lo observa mientras camina torcido, apoyado en una muleta de madera astillada. Decide que seguirá insistiendo con su padre, “no se puede privar a Raúl de sus derechos”. El gringo loco es así: siempre hacia adelante, con su filantropía de misionero cimentada en el orgullo de científico. “No pretendo ser un héroe, pero quiero ver una chispa de futuro en lo que estoy haciendo”. ¿Y cuál es el futuro, doctor Gamba? “Llegar a ser aún más hospital de pobres, logrando que nadie tenga que pagar, para que esta gente no sea pasto de quienes se lucran con su salud, incluida la sanidad pública”. Pietro cree en la Providencia, y en una ética férrea que le impulsa a trabajar sin descanso, con un humor envidiable y una broma siempre a punto. Es la fuerza de ánimo que absorbió en Challviri en su juventud, ante el espectáculo de las estrellas sobre los Andes que —está convencido de ello— tienen el poder mágico de guiar a cada persona hacia la auténtica meta de su vida.

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