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El renacer artístico de San Francisco

El Berkeley Art Museum and Pacific Film Archive, cuyas obras de renovación finalizaron en 2015.
El Berkeley Art Museum and Pacific Film Archive, cuyas obras de renovación finalizaron en 2015.Carlos Chavarría
Álex Vicente

GUSTARÁ MÁS O MENOS, pero tiene la virtud de no pasar inadvertido. La ampliación del nuevo Museo de Arte Moderno de San Francisco (SFMOMA) cobra la forma de un anexo de 10 plantas de un blanco áspero, que se confunde con la bruma que cada mañana se extiende a lo largo y ancho de la ciudad californiana. Sumado a su antiguo edificio de ladrillo rojo, el conjunto se ha convertido en el mayor centro dedicado al arte moderno y contemporáneo en Estados Unidos: sus galerías suman 16.000 metros cuadrados, por encima de los 12.000 con los que cuenta el MOMA neoyorquino. Punta de lanza de la renovación urbanística de la zona, el edificio se distingue entre las calles de SoMa (South of Market), antiguo foco de la subcultura leather en la ciudad, a la que se afiliaron los homosexuales que hicieron de los indumentos de cuero su fetiche. “Ahora parece un lugar idóneo para la cultura, pero hasta los noventa no había nada”, explica el presidente del SFMOMA, Robert Fisher, heredero del clan de mecenas que fundó la cadena de ropa Gap en los sesenta. “Fue una decisión muy atrevida erigir un museo en este punto, pero San Francisco tiene la reputación, bien merecida, de ser una ciudad de imaginación y progresismo”.

“la comunidad artística estaba tan deprimida, en lo emocional y en lo financiero, que llegamos a tocar fondo”, CUENTAN DOS MECENAS LOCALES.

Convertido en nuevo centro neurálgico de la vida cultural en la ciudad, el barrio concentra, en solo un puñado de hectáreas, hasta ocho museos de primera fila, varios teatros, un centro de convenciones y una gran estación de transporte público todavía en construcción. Una serie de movimientos que no dejan de seducir a nuevos inquilinos. El todopoderoso Larry Gagosian acaba de abrir una galería en un edificio que, en otro tiempo, albergó la imprenta que publicaba las obras de Mark Twain. A su lado, otro conocido marchante, John Berggruen, acaba de instalarse en un recinto de casi 10.000 metros cuadrados para exponer a nombres como Damien Hirst, Anish Kapoor, Anselm Kiefer o Yayoi Kusama. Mientras los espacios expositivos se multiplican y el dinero vuelve a circular en el sector cultural, emerge un nuevo consenso: el arte retoma protagonismo en la ciudad.

Galería del hub Minnesota Street Project y una obra de arte exhibida en la galería Rena Bransten. / CARLOS CHAVARRÍA

“La comunidad artística estaba tan deprimida, tanto en lo emocional como en lo financiero, que llegamos a tocar fondo. Y, desde ahí, solo podíamos ir hacia arriba. Decidimos tomarnos a nosotros mismos un poco en serio. Por eso, ahora los demás también empiezan a hacerlo”, afirman, a dos voces, Andy y Deborah Rappaport. Este matrimonio, situado en la lista de los más generosos donantes al Partido Demócrata, también es conocido por sus actividades filantrópicas en San Francisco. La última ha dado mucho que hablar: Minnesota Street Project, un hub pensado para acoger a galerías de arte en dificultades económicas ante el encarecimiento gradual del nivel de vida en la ciudad. El precio medio de una casa en San Francisco es de 1.328.000 dólares (1.188.000 euros), según datos del grupo inmobiliario Paragon, el quíntuple de la media estadounidense. Y el alquiler de un piso de una habitación se calcula en unos 3.500 dólares (3.100 euros). “Los alquileres han subido de forma astronómica, por lo que muchas galerías se ven obligadas a cerrar. Hace dos años, decidimos encontrar una solución para salvar algunas de ellas. Para nosotros, vivir en una ciudad sin arte era algo imposible de imaginar”, explica Deborah Rappaport.

LA SALUD DEL SECTOR DE LAS ARTES EN ESTADOS UNIDOS depende de las iniciativas privadas: SIN ELLAS, NO SUBSISTIRÍA CASI NINGÚN MUSEO EN SU TERRITORIO.

Como es habitual en el modelo estadounidense, la salud del sector de las artes depende de estas iniciativas privadas: sin la existencia de mecenas, no subsistiría casi ningún museo en su territorio. La cacareada ampliación del SFMOMA fue fruto de los esfuerzos de 240 coleccionistas privados que reunieron más de 600 millones de dólares (unos 550 millones de euros) y donaron cerca de 4.000 obras de arte. Por ejemplo, la familia Fisher prestará durante los próximos 100 años su colección al museo. En ella destacan figuras como Roy Lichtenstein, Dan Flavin, Ellsworth Kelly, Cy Twombly, Henry Moore, Richard Long, Georg Baselitz y Gerhard Richter, entre muchos otros. Además, el museo aspira a reproducir la escena local y reflejar su identidad, fulgurante crisol de protestantes, asiáticos y latinos. En una de las salas, las panorámicas estado­unidenses que sublimó Edward Hopper conviven con los retratos de la inmigración africana de la joven Njideka Akunyili, de origen nigeriano y californiana de adopción.

El edificio del nuevo Museo de Arte Moderno.

San Francisco había contado, hasta hace solo algunas décadas, con algunos de los mejores coleccionistas del país, que invirtieron en la creación de museos y óperas –las más antiguas del país después de las de Nueva York– para hacerse un nombre en la comunidad local, devolver parte de su riqueza a quienes los convirtieron en millonarios y, ya de paso, exhibir su poderío industrial. A la burguesía de otro tiempo se empiezan a sumar hoy los nuevos patricios surgidos de Silicon Valley. En el consejo de administración del SFMOMA figuran personajes como Jim Breyer, uno de los primeros inversores que respaldaron Facebook; Danny Rimer, que hizo lo propio con Skype; o Thom Weisel, otro veterano que asesoró a Yahoo en los noventa. El mismo Andy Rappaport, hoy retirado, trabajó como inversor en empresas de tecnología y telecomunicaciones en Menlo Park.

El despertar de la ciudad coincide con la nueva eclosión cultural de la costa oeste, donde los ángeles SE HA ERIGIDO EN GRAN CENTRO ARTÍSTICO.

No es casualidad que el renacer de San Francisco coincida con un despertar cultural en toda la Costa Oeste. Desde hace algunos años, todas las miradas apuntan a Los Ángeles, escogida por unanimidad como capital emergente del arte contemporáneo. Parece comprensible que San Francisco no quiera quedar relegada al papel de una hermana pequeña menos agraciada y más geek. “Nos parecemos en muchas cosas, pero somos ciudades distintas en cuanto a geografía, meteorología y cultura. Aquí no existe Hollywood y su ostentación, e intelectualmente somos más progresistas. A mí me gusta vivir aquí”, explica Fisher. De hecho, la ciudad cuenta con numerosas e insospechadas bazas que la alejan de su imagen estereotipada, la de las pintorescas casitas de colores y los tranvías restaurados que trepan por sus 43 colinas. The Mission es uno de los distritos que menos se ajustan a ese estereotipo. En él brotan murales de arte callejero, restaurantes mexicanos y sorpresas en cada esquina. Una heladería vegana por aquí; la peculiar tienda de antigüedades del escritor Dave Eggers algo más allá. Y, unas calles al sur, la galería Ratio 3, encajada entre una taquería y una tienda de calzado, que representa a artistas locales y los expone junto a nombres del prestigio de Sol LeWitt o Félix González-Torres.

La fachada del Minnesota Street Project, un vivero de galerías impulsado por los filántropos Andy y Deborah Rappaport.pulsa en la fotoLa fachada del Minnesota Street Project, un vivero de galerías impulsado por los filántropos Andy y Deborah Rappaport.

En esta ciudad, la contradicción se convierte en rasgo definitorio e incluso en motivo de orgullo. Es un lugar de desarrollo y devastación, de tanta abundancia como indigencia. Rica y pobre a la vez, frágil pero también robusta. Un valle de sueños y sombras, dicen los poetas que tanto abundan por aquí. Fue un destino de apresurada migración durante la fiebre del oro. Y, pocas décadas después, un epicentro de destrucción, provocada por el gran incendio de 1851 y el terremoto de 1906, que la dejaron prácticamente en ruinas. “Tuvo que reconstruirse casi integralmente, adaptando el modelo victoriano a la idea estadounidense de lo que debía ser una ciudad”, explica el arquitecto Craig Dykers, del estudio Snøhetta, que se ha encargado de la ampliación del SFMOMA. “Hoy, San Francisco se pregunta qué quiere ser, en qué quiere convertirse en tiempos que ya no se parecen a los victorianos. La arquitectura, y también el arte en general, jugarán un papel fundamental en esa redefinición, así como las alianzas con el resto de la región”.

Los primeros síntomas de esas sinergias empiezan a brotar. La prestigiosa galería Pace, con distintas sedes en Nueva York y Londres, acaba de instalarse en Palo Alto, capital oficiosa de Silicon Valley. En la Universidad de Stanford, pegada a las sedes de las tecnológicas, un nuevo museo de 4.000 metros cuadrados exhibe la colección de la familia Anderson, que concentra a las mayores figuras de la escena local desde hace un siglo. Y, cruzando la bahía por el puente de Oakland, se alcanza el nuevo Berkeley Art Museum, un edificio pegado al campus de la prestigiosa universidad californiana que también cobija una filmoteca de selecta programación. Juran que, durante la reconstrucción que tuvo lugar hace un siglo, los autóctonos encontraron su mayor fuerza: esa cualidad a la que llaman resiliencia. Es decir, la capacidad de adaptarse a una situación adversa hasta lograr superarla. “Por lo menos, esta vez no ha tenido que llegar un terremoto para que reaccionemos”, ironiza Deborah Rappaport. “En San Francisco se concentra gente muy creativa. Así que, cuando hay un problema, simplemente se ponen a idear una solución hasta conseguir resolverlo. Y eso es lo que estamos haciendo”.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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