Kristine McDivitt Tompkins: “El impacto del cambio climático en nuestras vidas será desastroso”
Es una activista atípica. Una millonaria que compra terrenos gigantescos para convertirlos en parques protegidos
Kristine McDivitt Tompkins sostiene que la naturaleza es capaz de crear obras maestras que deben ser tan respetadas, reverenciadas y conservadas como lo son un turner o un picasso. Esos paisajes de ensueño de la Patagonia que la cautivaron desde su juventud están en el origen de lo que se ha convertido, desde hace 22 años, en su gran lucha.
La filántropa norteamericana, de 66 años, es una activista atípica, una activista con mucho dinero. Ella y su marido, Douglas Tompkins, han gastado a lo largo de los últimos 14 años unos 356 millones de dólares (356 millones de euros) en proyectos de conservación de espacios naturales de Chile y Argentina. Ex consejera delegada de la firma de ropa de montaña Patagonia, se retiró a los 43 años para dedicarse en cuerpo y alma al conservacionismo. Desde 2004, la fundación que preside, Tompkins Conservation —paraguas de varias fundaciones—, ha creado seis parques nacionales y trabaja para crear cinco más.
Comprar grandes extensiones de terreno, preservarlas como espacios naturales, crear una zona ecoturística al estilo de los parques nacionales estadounidenses y entregársela, remozada, a las autoridades de cada país. Así han conseguido proteger cerca de un millón de hectáreas. Uniéndolas a las cinco que aportan las autoridades locales de estos países, se conseguirá preservar cerca de 6,3 millones de hectáreas, superficie similar a la que ocupan Holanda y Bélgica.
El 8 de diciembre de 2015, Kristine McDivitt perdió a su marido, que falleció en un accidente de kayak. Ella sigue adelante con la labor que emprendieron juntos. De hecho, el fallecimiento del filántropo estadounidense parece haber servido para dinamizar los procesos. Michelle Bachelet y Mauricio Macri ya la han recibido. El espaldarazo a su labor, que tantos recelos despertaba en los principios (cuando se les veía como dos ricos estadounidenses comprando vastas extensiones de terreno), es cada vez más evidente. A finales del pasado septiembre, firmó con el mandatario argentino la cesión de 23.700 hectáreas del paraje Cambyretá, en los Esteros del Iberá, zona de humedales ubicada en la provincia argentina de Corrientes. El próximo jueves 24, Kristine McDivitt recibe en Madrid el XI Premio Fundación BBVA a la Conservación de la Biodiversidad por su contribución en tierras argentinas y chilenas.
En un elegante hotel de Londres, en un día de perros, lluvia mediante, McDivitt se presenta con su plumífero negro y su sonrisa luminosa. La entrevista se celebra en una especie de confortable jaula acristalada que hay en el patio interior del hotel.
Pregunta. Las cifras de su proyecto son apabullantes. Patagonia, la empresa que usted dirigió, y North Face y Esprit, las que gestionó su marido, tuvieron mucho éxito. ¿Genera eso tanto dinero como para destinar 256 millones a la compra de tierras?
Respuesta. Estas fundaciones fueron creadas a principios de los noventa. Durante muchos años, estábamos todos ganando mucho dinero en los mercados bursátiles. Y destinamos ese capital a las fundaciones. No se puede infravalorar la cantidad de dinero que se generó entre 1990 y 2006. Irónicamente, el mismo sistema económico que criticamos severamente es el que nos permitió contribuir a la conservación del modo en que lo hemos hecho.
P. ¿Es usted crítica con la economía global?
R. Sí, claro. La tecnología y la economía globalizada han tenido un efecto centralizador. Menos entidades controlan mucha más actividad económica que nunca. Y los frutos de ese sistema han ido cada vez a menos manos. La globalización solo ha sido buena para algunos, no para la mayoría de la gente. ¿Nos beneficiamos nosotros de ese sistema de globalización al principio? Sí, claro, veníamos del mundo de los negocios. ¿Fue eso, o es eso, sano? No.
P. ¿Pensaron ustedes que, al haber prosperado tanto, debían devolver algo a la sociedad?
R. Nos gustaba la escalada, esquiar, hacer kayak, y vimos lo que estaba pasando con la naturaleza. Esa fue la gran fuerza que nos llevó a dedicar el tercer tramo de nuestras vidas a unirnos a los millones de personas que quieren frenar los efectos de la globalización y la tecnología.
P. Su objetivo es crear una ruta turística de 17 parques nacionales que vaya de Puerto Montt al cabo de Hornos. Nada más y nada menos.
R. No doy nada por hecho, pero nuestra propuesta es crear junto a los Gobiernos chileno y argentino la mayor ruta de parques del mundo. La conservación genera actividad económica. Crea oportunidades y, a la vez, sirve para proteger grandes espacios.
P. Pero el turismo no siempre trae lo mejor.
R. Por supuesto. El turismo, si se vuelve industrial, puede ser perjudicial y generar daño. Pero nosotros trabajamos en zonas muy aisladas. Es una actividad económica que llega a espacios marginalizados, donde los niños no pueden recibir educación y acaban yéndose… Ecológicamente, solo una pequeña parte recibe impacto y deber ser controlada. En el parque Yosemite de California, solo el 2% de su extensión tiene tráfico pesado. Tres millones de personas lo visitan al año. La inmensa mayoría para, compra una bebida, ve las cascadas y se va, no se adentra en la naturaleza.
P. Cuando ustedes ponen en marcha los parques nacionales, ¿no hay granjeros que se ven obligados a abandonar sus actividades?
R. En Pumalín solo había bosque; en Iberá, el 98% eran humedales y sabana, no había producción; en el proyecto del parque nacional de Patagonia y Monteleón había ganadería de ovejas, pero su pastoreo está acabado en gran parte de esa región… Nosotros no llegamos y tomamos estos lugares; la gente está desesperada por vender porque pierde dinero desde hace tantos años y no puede mantener las tierras. Nunca hemos comprado un terreno de alguien que tuviera un negocio funcionando y se quisiera quedar allí.
P. Cuando empezaron su trabajo, les trataban de neocolonialistas.
R. En Chile, desde 1992 hasta 1995, hubo una tremenda desconfianza y sospecha hacia nuestra labor, nos llamaban “la pareja que cortó Chile en dos”. Cuando retiras territorio de la producción, generas un choque entre la estructura económica global y la conservación. Éramos dos extranjeros comprando grandes extensiones de tierra y sin cortar los árboles.
P. ¿Cuál es su análisis de lo que el mundo está haciendo en el frente del cambio climático?
R. Sé que el cambio climático existe, lo he visto. Y estamos paralizados, es una tragedia. No estamos dispuestos a hacer lo necesario para detenerlo. La gente prefiere ser reelegida o no cambiar su consumo energético, antes que intentar reducir el impacto.
P. ¿A quién debemos exigir responsabilidades?
R. A la gente le falta valentía. Creo que esta será la gran tragedia humana. Con una economía globalizada es aún más difícil hacer cambios. Y creo que habrá algún tipo de colapso del sistema. No sé cuándo ni cuál será su alcance, pero sé que el impacto del cambio climático en nuestro modo de vida será desastroso. Y los que tienen que tomar decisiones son un grupo muy pequeño. Tienen la oportunidad, la obligación moral de hacerlo, y no lo hacen.
P. ¿A quién le falta valentía?
R. A los que no quieren cambiar de vida. A los líderes. Ninguno de ellos dice: “Estamos entrando en un periodo desesperado de nuestra historia y debemos sacrificarnos juntos para este objetivo. Por nuestra seguridad, por nuestra salud, por nuestro modo de vida”. ¿Quién está pidiendo esto hoy?
P. ¿Qué espera usted de la siguiente generación de conservacionistas?
R. Espero que sean mucho más agresivos de lo que lo fuimos nosotros. Cuando yo tenía 23 años, cuando comenzamos con la compañía Patagonia, ¡no sabíamos nada de todo esto! Pero esta generación no dispone del lujo de no saber lo que está pasando. La cuestión es: quién eres como persona se mide, al menos en parte, por cómo reaccionas a la información que recibes. Creo que se enfrentan a tiempos más duros y tienen que levantarse para defender al ser humano de lo que se avecina.
P. ¿Por qué cree que mucha gente no reacciona?
R. No hay respuesta fácil y rápida para esto. Pero una de las cosas es que ahora hay mucha gente que no tiene relación con el mundo natural. Están conectados desde que son bebés, tienen una tableta, un teléfono. El mundo virtual es más real en sus mentes que nunca. La tecnología es fascinante, atractiva. La naturaleza no puede competir, como entretenimiento, con todo lo que pueden extraer de un ordenador, una tableta o un teléfono móvil.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.