Las mil y una caras de la fotografía
CORRÍA EL AÑO 2004 cuando José María Izquierdo me propuso que escribiera algo para las páginas del suplemento de verano de EL PAÍS. Yo acababa de leer La cámara lúcida, de Roland Barthes, y llevaba un tiempo fijándome de un modo distinto en las fotografías en general y en las que publicaba el periódico en particular. Me extrañaba que, en un mundo dominado por la imagen, nadie nos hubiera enseñado a leerlas. Observé que para mucha gente, y en ocasiones también para los editores de los periódicos, la fotografía no tenía otro sentido que el de “manchar” la página al objeto de romper la monotonía del texto. Me pregunté asimismo, claro, por las relaciones entre texto y foto. ¿La foto constituía un elemento auxiliar de la palabra, es decir, se limitaba a complementarla o, por el contrario, actuaba de forma autónoma
Propuse a Izquierdo escribir a lo largo del mes de agosto 31 pies de foto sobre otras tantas fotografías que hubieran aparecido a lo largo de aquel año en el periódico. Cuando me dio vía libre, me encerré en la hemeroteca de EL PAÍS y fui revisando, uno por uno, página a página, todos los ejemplares de 2004. Cuando una foto me llamaba la atención, la seleccionaba. Generalmente no sabía qué era lo que me interesaba de ella, pero confiaba en descubrirlo a lo largo de mi trabajo. Cuando tuve las 31 imágenes, volví a casa y las clavé en el corcho que tenía frente a mi mesa de trabajo. Durante días, me limité a observarlas escogiendo una u otra al azar. Creo que confiaba en encontrar, como en Continuidad en los parques, el cuento de Cortázar, un cadáver mimetizado con el paisaje.
pulsa en la foto“LA FOTO Y LA ANTIFOTO” (14.10.2012). “Parece un retrato oficial, pero el reflejo captado por Cristina García Rodero envía otro mensaje”, afirma Millás. Según escribió, el rostro de la izquierda era funcionarial, y el otro, la Otra, mira con nostalgia, ligera ironía y quizá cansancio en un gesto que el autor llega a interpretar como de decepción evidente.Cristina García Rodero
El cadáver estaba, no de forma real, sino metafórica. Quiero decir que en todas ellas había algo que se encontraba al otro lado de lo evidente. Creo que se trata, en cierto modo, de lo que Barthes, en el ensayo más arriba aludido, llama el punctum. Algo por lo que nos sentimos concernidos sin la necesidad de que ese algo se manifieste de manera consciente al contemplar la imagen. Algo de esa foto nos conmueve, nos “punza”, se dirige a nosotros. Podríamos decir que ahí, oculto en los meandros del argumento, se encuentra el tema de la foto. Esta dicotomía (argumento/tema), tan utilizada en la literatura, venía bien para entender las dos caras de una imagen fotográfica. El argumento como vehículo del tema. Como el escritor, el fotógrafo fingía hablar de una cosa para hablar de otra.
Poco a poco fui aprendiendo a observar las fotografías, a hallar su lado oscuro (o luminoso, lo mismo da). Ya no me preguntaba si había que leerlas de derecha a izquierda, de arriba abajo o viceversa. Tenía que mirarlas como a través de los rayos equis para descubrir su esqueleto, que era donde se encontraba su razón de ser.
La sección funcionó bien y volvimos a repetirla durante los meses de agosto de 2005 y 2006 con buenos resultados. Ediciones Península publicó las tres tandas en otros tantos libros. Luego enterramos la idea hasta que, años después –no recuerdo exactamente la fecha–, Vicente Jiménez, a la sazón director adjunto del periódico, me propuso resucitarla para las páginas de El País Semanal, aunque con un texto más breve por razones de espacio y de diseño. Y ahí seguimos, dándole una segunda oportunidad a las fotografías ya publicadas en las páginas del diario y proporcionándonos a nosotros la ocasión de buscar, en esas imágenes que nadie nos ha enseñado a leer, su auténtico significado. O uno de ellos.
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