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CLAVES
Columna
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¿Quién quiere pagar peaje?

Lo difícil es definir el esfuerzo necesario, cuantificarlo, explicarlo, convencer: es la solución incómoda, la única solvente

Xavier Vidal-Folch
Vehículos ante el peaje de Montmeló, Barcelona.
Vehículos ante el peaje de Montmeló, Barcelona.José María Tejederas Chacón

¿Habilitar corredores humanitarios en Siria sin esfuerzo militar? ¿Aprovecharse de los fondos de cohesión europeos y rechazar a los inmigrantes? ¿Evitar terceras elecciones sin abstenerse?

Casi todo tiene un precio. Pasar por la autopista, rápido, requiere un peaje. O que este se traslade del consumidor al contribuyente.

Los responsables tienden a emplear fórmulas para desresponsabilizarse del coste político que supone fijar un precio explícito. Como la del “peaje en la sombra”: la constructora financia y la Administración le abona, durante muchos años, el peaje que le habría tocado encajar a los clientes. Pretenden difuminar los costes ocultos de una decisión. Por eso, organismos como la OCDE propugnan la internalización de costes: incorporar los costes de las preocupaciones sociales en los modelos económicos para que las empresas los afronten. Ejemplo; “quien contamina, paga”.

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Lo fácil es tapar el sacrificio requerido para afrontar un coste: es la salida frívola, sin contraindicación aparente, sin ganancia verdadera. Es la salida de quienes rechazan pagar jamás un peaje. Lo difícil es definir el esfuerzo necesario, cuantificarlo, explicarlo, convencer: es la solución incómoda, la única solvente.

Solo la aplica un liderazgo sólido. Solidez no equivale a brutalidad, insensibilidad o traición. Significa complicidad con los intereses profundos de militantes y electores... aun a costa de contrariar sus impulsos espontáneos, auténticos, sí, pero a veces inhábiles.

Cuesta en España. Cuesta en todo el mundo occidental. Crece el populismo porque los liderazgos convencionales se desentienden del esfuerzo, no internalizan costes, centrifugan responsabilidades. Seguidistas, miman a los ciudadanos encomiando sus derechos y obvian apelar a sus correlativos deberes.

Ocurrió en toda Europa con la crisis financiera: Norte culpó a Sur y Sur a Norte, y nadie se hizo cargo de los problemas generados por ambos, norteños y sudistas. O con la de los refugiados: que se compongan los alemanes, y aquí paz y a gozar de los recursos aportados por ellos. O en los tratados comerciales, ¿quién defiende el beneficio global del intercambio y propugna compensar sus eventuales desventajas sectoriales? El coraje del peaje es arduo. Pero no debiera ser cosa de héroes, ni de suicidas.

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