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Para orden, el mío

Sr. García

RECUERDO vagamente la escena de una película de los años sesenta, creo que se trataba de El guateque, donde en una casa de diseño totalmente minimalista, y una sala de estar con solo un sofá y dos sillas, la propietaria de la casa, de pronto, exclamaba indignada: “¡Oh, qué desastre, qué desorden!”. Y, acto seguido, situaba las dos sillas frente al sofá bien alineadas una junto a la otra y perfectamente perpendiculares al sofá. “Por fin todo ordenado”, exclamaba aliviada, acto seguido.

Se me quedó grabada esa secuencia porque ya por entonces mi madre me regañaba por mi caos. Recuerdo que llamaba a mi habitación “la leonera”. Ella era muy ordenada; yo tenía las cosas siempre desperdigadas por mi cuarto. Todo lo contrario que mi hermano, que dejaba todo en su sitio. En su sitio…, ¡ese es el quid de la cuestión!

¿Qué significa exactamente esa expresión? Porque para mí todo estaba donde debía. Lo que pasaba es que no coincidía con el lugar que mi madre deseaba para cada cosa. A pesar de estar distribuidas de forma arbitraria por la habitación, yo sabía exacta y precisamente donde se hallaba cada objeto y no tardaba más de medio segundo en encontrarlo. Cuando, alguna vez, claudicaba, obedecía y lo situaba todo en cajones, estanterías, etcétera, no era capaz luego de encontrar nada. Absolutamente nada.

¿Qué es el orden? ¿Guarda relación el desbarajuste material con una vida ordenada o desor­denada? ¿Tiene relación con la personalidad? Para muchas personas, una habitación ordenada es aquella donde hay pocas cosas a la vista y, si se mira dentro de los cajones, los distintos objetos están guardados por grupos o categorías. El orden, tal y como lo entendemos, está vinculado a la estética griega y romana: proporciones, distancias, geometría y clasificación de las cosas.

Ahora bien, ¿por qué agrupar por tipos lo consideramos orden y, por ejemplo, por colores no? Imaginemos una persona que guarda los lápices rojos con los libros y la ropa de este mismo color. Según estándares sociales, eso es desorden y, sin embargo, existe un criterio determinado de agrupación. No podríamos tacharle de desordenado, sino de peculiar. Ahora bien, si alguien mezcla criterios (en unos casos agrupa por colores y en otros por categorías), podríamos considerarlo variable. El desor­denado, atendiendo a este criterio, sería por tanto aquel con una carencia absoluta de razones respecto a la ubicación de las cosas. Les llamamos caóticos. Pero incluso eso nos lo discutirían. No en vano, el caos está considerado en ciencia una determinada forma de orden físico.

Una vida desordenada es aquella donde los pensamientos y valores no responden a los actos.

Otra posibilidad es considerar orden el que las cosas estén en el lugar para el cual fueron pensadas. Por ejemplo, si los cojines van en la cama, el hecho de que estén en el suelo es desorden. Este código es, por lo menos, más lógico. Pero obligaría a definir de antemano dónde van a ser depositados los objetos que adquirimos o guardamos.

Hay quienes confunden orden y limpieza. Es verdad que las casas con pocas cosas y pocos muebles suelen estar más limpias; y que, por lo general, las abigarradas lo están menos. Pero es debido a que limpiar lleva más trabajo cuando hay más objetos que apartar. Pero esa es otra cuestión, así que no podemos tampoco vincular desorden a suciedad.

A quienes les cuesta tirar y desprenderse de objetos (nada que ver con el síndrome de Diógenes) suelen también ser más desordenados. Pero la manía de tirarlo todo también puede alcanzar dimensiones patológicas. Tengo un conocido que llevaba sus cosas más preciadas escondidas en el maletero de su coche para que su esposa no las tirase sin que él pudiera darse cuenta.

Está comprobado empíricamente mediante algunos experimentos llevados a cabo en la Universidad de Minnesota que las personas más ordenadas tienden más a la justicia y al orden social, pero son menos imaginativas y más metódicas. Las desordenadas, en cambio, son más rebeldes y mucho más creativas. La explicación es que las personas creativas realizan conexiones y precisan de estímulos para que eso suceda. Si todo está espartano y ordenado, no encuentran qué conectar porque todo responde ya a una regla; está, digámoslo así, “solucionado”, resuelto.

Una vida desordenada es aquella donde los pensamientos y valores no responden a las acciones y actos. Eso tiene poco que ver con situar objetos de una determinada forma, aunque es cierto que las personas ordenadas son más sensibles a las normas sociales compartidas. El orden es un reflejo de aceptación de cánones organizativos que se traslada también a lo cotidiano.

Por cierto, olvídense de educar en el orden. Está en los genes. Les dejo esta discusión para la sobremesa del domingo. Pero les predigo el resultado: los desordenados no convencerán a los ordenados de que lo suyo es orden. Aceptarán que es “el suyo particular”, pero no “orden” a secas. Y eso es así porque, para las personas ordenadas, el orden también ha de serlo.

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