La verdad de por qué no nos casamos con nuestros primos (aunque sea legal)
Son pocos los territorios en los que está prohibido. Sin embargo, sigue siendo tabú. Estas son las razones por las que no es una práctica normalizada
No es inusual que muchas personas, en los primeros años de su adolescencia, sientan hacia alguno de sus primos o primas la clase de atracción que produce mariposas en el estómago y un indiscreto rubor instantáneo. Esa sensación, la mayoría de veces un flechazo inocente y pasajero, en determinadas ocasiones va a más y culmina en una relación sentimental en toda regla, incluso en boda. Y aunque el tema nos ponga un tanto histéricos de antemano, en nuestro planeta se da en un porcentaje más alto del que cabría esperar.
Un artículo reciente publicado en la revista Demographic Research fijó en un 10% los matrimonios que se celebran en todo el mundo entre primos carnales o primos segundos. Aun así, sus autores aseguran que el porcentaje ha disminuido en las últimas décadas. Con todo, hay excepciones: en algunos países como Qatar, el número de parejas con una relación de consanguinidad es mayor ahora que durante la generación de sus padres.
De hecho, dar el “sí, quiero” con un pariente cercano es perfectamente legal en casi todo el mundo occidental, con algunas excepciones. En Estados Unidos, los matrimonios consanguíneos siguen prohibidos en 31 estados, lo mismo que en otros territorios como Taiwan, Corea del Norte, China y Corea del Sur. Otra cosa es que sean habituales. No lo son en los países de nuestro entorno, pero sí en Oriente Medio, y algunas regiones del norte de África y China. En España es legal: el artículo 47 del Código Civil especifica que no pueden contraer matrimonio "los parientes en línea recta por consanguinidad o adopción, ni los colaterales por consanguinidad hasta el tercer grado". Con nuestros primos nos une un parentesco de cuarto grado, por lo que no habría ningún problema. En el caso de tíos y sobrinos (tercer grado), sería posible, pero solo con una dispensa judicial. Casarse con ascendientes, descendientes o hermanos está completamente prohibido.
Para los demógrafos, los mecanismos que explican la alta tasa de casamientos entre primos en estos territorios tienen que ver con factores sociales. Las mujeres, siempre en desventaja, han encontrado en esta práctica un seguro que les garantiza protección dentro del seno de la familia, a diferencia de lo que les ocurre a las que deciden divorciarse, que pierden la custodia de sus hijos en favor de su padre y se quedan en una situación económica lamentable. Lograr que las posesiones familiares permanezcan dentro del mismo linaje es otro de los factores que contribuyen a que muchas parejas se decanten por este tipo de uniones. “Estos agentes culturales podrían relacionarse con la confianza y la lealtad con la familia, la pureza de la estirpe y, entre clanes, la seguridad del grupo”, escriben los investigadores del artículo antes mencionado.
Vetado por necesidad social
Pero ¿por qué goza de tan mala fama? José Mansilla, antropólogo urbano y miembro del Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà (OACU) y del Institut Català d’Antropologia (ICA) echa la vista atrás para explicar este rechazo ancestral. “Para el antropólogo Lévi-Strauss, la prohibición del incesto se debe a la exigencia de la búsqueda de alianzas. El ser humano se dio cuenta de que tenía que establecer alianzas con otros grupos por su propia supervivencia, y que casarse dentro de un mismo círculo mermaba las posibilidades de subsistir. Por eso comenzaron a establecerse relaciones de afinidad y reciprocidad con otros círculos a través del intercambio de mujeres. Y de esta manera se forjaron alianzas con carácter firme y duradero”.
A partir de entonces, las distintas civilizaciones han incorporado esta prohibición a su día a día, pero siempre adaptándola a sus propias necesidades. “En el catolicismo, por ejemplo, existe esta restricción entre hermanos, padres y madres, pero no entre primos. La explicación se podría encontrar en la necesidad que tenían los monarcas europeos de mantener las alianzas entre reinos (por eso los casamientos entre familias eran tan habituales). Por su parte, el poder papal se limitaba a ejercer de “notario” porque era una relación de beneficio mutuo entre ambos. Sin embargo, Estados Unidos es un país en donde la religión desempeña un papel fundamental a la hora de dictar las conductas sociales: en aquellos estados con una mayor presencia de sectas protestantes se han promulgado leyes que penalizan la consanguinidad y evitan la expansión de las minorías inmigrantes”, detalla Mansilla.
Eso explicaría que, en lo que respecta a las dinastías monárquicas, la consanguineidad, lejos de ser tabú, es algo que se asume como normal. Lo cuentan los genetistas Diane B. Paul y Hamish G. Spencer en un artículo que ofrece un análisis al respecto desde una perspectiva histórica. “La práctica no estaba asociada con la aristocracia y la clase media alta [la Reina Victoria y el Príncipe Alberto eran primos segundos] sino con blancos mucho más fáciles: los inmigrantes y los pobres del rural”. En EE UU, donde nunca ha habido reyes ni reinas, los matrimonios consanguíneos siempre se hayan relacionado con los estratos más desfavorecidos.
¿Tienen hijos con defectos?
Aparte de por razones prácticas, las bodas entre primos también se han visto con ojos críticos por temas de salud: se dice que condenan a sus herederos a una serie de horribles defectos de nacimiento. En 2008, el político laborista Phil Woolas atribuyó el alto porcentaje de bebés nacidos con defectos genéticos a los matrimonios entre primos en la población británico-pakistaní. Más allá del sesgo racista del comentario, las uniones de este tipo entre los miembros de esta comunidad suponen una realidad numérica. Lo detalla Mansilla. “Se trata de crear vínculos y, por tanto, redes de solidaridad. Hoy en día, la familia es la seguridad social de muchos países, incluso en España. Ahora bien, en condiciones extremas, puede crear problemas de consanguinidad”.
¿Qué clase de problemas, en concreto? Durante la década de los 70, Alan Bittles, integrante del Centro de Genómica Comparativa de la Universidad de Murdoch (Australia), se dio cuenta de que los problemas de salud a los que se tendrían que enfrentar los descendientes de primos no eran tan graves como se había pensado hasta entonces. En el año 2002, Bittles y otra docena de científicos expusieron en la revista Journal of Genetic Counseling que la posibilidad de heredar desórdenes genéticos o enfermedades como la espina bífida o la fibrosis quística era solo un 1,7% mayor que en el resto de la población (casi un 4%), mientras que la tasa de mortalidad se situaba en un 4,4%. La misma cifra a la que se enfrentan las mujeres que dan a luz con más de 40 años. Los que se oponen a esta práctica aseguran que es una manera de multiplicar por dos las posibilidades de que los bebés sufran una enfermedad hereditaria. Para Bittles, la diferencia es bastante pequeña. “La mayoría estará tan sano como cualquier otro niño de la comunidad”, declaró a The Guardian.
Años más tarde, Bittles y un colega de profesión publicaron un informe en el que aseguraban que la mortalidad había descendido casi un punto (hasta un 3,5%) entre los hijos de los matrimonios consanguíneos, y se preocuparon de subrayar otros factores a la hora de influenciar los resultados como “el demográfico, el social y el económico”. Los genetistas Paul y Spencer suscribieron las premisas de Bittles y reforzaron la teoría de que, en ocasiones, se yerra al no separar un problema genético de factores socioeconómicos y ambientales. “Las comunidades endogámicas como la británica-pakistaní suelen tener pocos ingresos. La madre podría estar malnutrida, y las familias podrían no tener acceso a un buen servicio prenatal, que a su vez, es posible que no se encuentre disponible en su lengua nativa.
Sin embargo, un estudio publicado en The Lancet confirmó que los británicos-pakistaníes tienen el doble de posibilidades de sufrir el síndrome de muerte súbita del lactante, en comparación con los hijos de padres sin una relación familiar, y que “las anomalías congénitas son la causa más común de muerte en niños menores de 12 años en este grupo étnico”. Según datos del periódico The Independent, en la ciudad de Bradford, el 18% de las uniones matrimoniales son entre primos, y el 37% de ellas entre la comunidad pakistaní.
A pesar de las posturas encontradas, el material genético es implacable y sigue teniendo un peso difícil de ignorar en el desarrollo físico del ser humano. Lo desarrolla Ignacio Blanco, genetista en el Servicio de Genética Clínica del Hospital Germans Trias (Barcelona). “Las uniones entre familiares comportan un riesgo más elevado a la hora de desarrollar enfermedades hereditarias. La explicación es que estas aparecen cuando el paciente presenta alteraciones en las dos copias de un mismo gen. Es decir, si solo uno de los progenitores presenta una de las dos copias del gen alteradas, sus descendientes serán portadores de una alteración genética, pero no desarrollarán la enfermedad. Sin embargo, si un portador tiene descendencia con otra persona también portadora, es posible que esta enfermedad se presente en sus hijos”.
Además, existen más posibilidades de que se manifiesten enfermedades recesivas. “Un ejemplo frecuente en nuestro entorno es el de la fibrosis quística. Esta dolencia, aunque puede presentarse en el contexto de familias no emparentadas, es más frecuente cuando los progenitores tienen una relación de consanguinidad”, declara Blanco.
Por eso, para evitar posibles complicaciones, es preciso que estas parejas reciban el adecuado asesoramiento genético. “Así, tras realizar una correcta historia personal y familiar, se puede evaluar el riesgo de sufrir una dolencia. De esta manera, recibirán toda la información necesaria para llevar a cabo una planificación familiar segura. En la actualidad existen métodos genéticos que permiten conocer el estado de portador de algunas de estas enfermedades recesivas”, zanja Blanco. Solo así será posible tomar una decisión teniendo en cuenta todas las posibilidades.
Un caso célebre
Charles Darwin y su mujer, Emma Darwin, eran primos carnales. El célebre naturalista y geólogo se casó con ella en 1839 en una de sus retiradas al campo, después de que su doctor le asegurase que debía descansar para evitar más problemas de salud. Esta práctica no era nueva: las dos familias llevaban practicando la endogamia entre sus miembros durante varias generaciones. Los Darwin tuvieron diez hijos: tres de ellos fallecieron de manera prematura y otro murió a causa de una fiebre escarlata. Un estudio que llevaron a cabo dos investigadores de la Universidad de Santiago de Compostela y de la Universidad de Ohio (EE UU) certificó que el alto índice de dolencias y nivel de mortalidad entre sus hijos se debió a la relación de parentesco entre sus padres. Darwin estaba preocupado por las constantes enfermedades que sufrían sus hijos, por eso dedicó buena parte de su tiempo de estudio a comprobar el efecto que producía la endogamia en más de 27 especies distintas de plantas. El pavor que sentía era tal que incluso llegó a plantear la cuestión de la consanguinidad en el Parlamento. En 2014, los científicos llevaron a cabo otro infome, en el que analizaron el material genético de más de 176 niños descendientes de la estirpe Darwin-Wedgwood. Concluyeron que entre ellos se daba una alta tasa de mortalidad y que la "culpa" de la infertilidad entre algunas parejas consanguíneas era del varón, no de ambos.
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