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“Me llegaron a decir que me venderían por 10.000 dólares por ser albino”

Bonface Ophiyah Massa, director de la Asociación de Personas Albinas de Malawi, confía en la educación y en la seguridad en uno mismo para acabar con los estigmas sociales

Bonface Ophiyah Massa, director de la Asociación de Personas Albinas de Malawi, durante su visita a Madrid.Vídeo: AMNISTÍA INTERNACIONAL
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A su madre la acusaron de estar poseída cuando vieron que su primer niño era albino. La familia paterna presionó para que la abandonara y en la comunidad donde vivían se toparon con el rechazo de la gente. Nada extraño, teniendo en cuenta el estigma que arrastran los nacidos con esta ausencia de pigmentación en la mayoría de países africanos. La situación se agravó después, cuando vieron cómo dos más de sus cinco niños también nacían con la piel blanca. Entre ellos se encontraba Bonface Ophiyah Massa, que consiguió superar los obstáculos que se interponían entre su color y la sociedad gracias al apoyo familiar y de los amigos. "Me ha salvado la seguridad en mí mismo que me dieron. Por eso creo que lo importante es concienciar a la gente y educar", sostiene.

Lo está llevando a cabo. Bonface es el presidente de la Asociación de Personas Albinas de Malawi (Apam), donde nació hace 33 años. Desde su pueblo —Rhumpi, al norte— fue sorteando las trabas de ser blanco entre negros. Pasó la escuela primaria como único albino en unas clases de hasta 70 alumnos. Y lo mismo en la universidad, donde cursó Agronomía. "Mis padres me enseñaron a verme tal y como soy. A cuidar de mi piel contra el sol y a llevar una vida normal", rememora, "porque la mirada de los demás siempre es muy negativa y tienes que aceptarlo". Creció, repetimos, siendo albino en un país donde sobrevivir con tal condición es "un gran desafío". Los aquejados por este trastorno genético sufren amputaciones, asesinatos y secuestros relacionados generalmente con la brujería, que los considera "sagrados" o que ve en sus órganos y huesos ingredientes para sus conjuros.

Por eso, en cada oración Bonface insiste sobre el miedo continuo. "Siempre está ahí", apunta. Los negros albinos, que en Malaui se cifran entre 7.000 y 10.000 (una proporción aproximada de uno por cada 10.000), pisan tierra con un doble estigma: el de habitar en una de las zonas pobres del mundo (el 65% se sitúa bajo el umbral de pobreza, según datos de Unicef) y el de tener un aspecto raro e incomprendido a ojos de sus semejantes. A Bonface, estos hándicaps iniciales nunca le paralizaron. Sus padres tenían claro que podía hacer lo mismo que cualquier otro y gozaban de la experiencia con sus otros dos hijos mayores. "En muchos casos, la familia lo oculta y los albinos acaban escondidos, sin salir de su lugar de residencia ni acabar los estudios por temor. A mí me llegaron a decir en la cara que me venderían por 10.000 dólares (unos 8.975 euros)", relata.

Una creencias ancestrales vigentes en el siglo XXI son las culpables. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) advirtió hace meses de que aún existe un amplio mercado negro con los albinos en África que mueve miles de millones de euros. "Por una extremidad se pagan unos 3.000 euros, y por el cuerpo entero se alcanzan hasta los 60.000", recogía el diario argentino Clarín en un reportaje sobre el problema en Tanzania. Este joven se rodeó, cuenta, de un grupo de amigos que lo acogieron pese a las advertencias del entorno. Se formó, ingresó en la Universidad de Malaui y terminó sus estudios de agronomía en Sudáfrica. A la vuelta, dejó a un lado las técnicas del campo y decidió dedicarse por completo a enseñar a las personas como él a resistir y a exigir a las autoridades más protección.

Por una extremidad de una persona albina se pagan unos 3.000 euros, y por el cuerpo entero se alcanzan hasta los 60.000 en algunos países africanos

"La educación es muy floja y los cambios que se producen van muy lentos. El Gobierno debería enseñar a la gente, protegernos y paliar los ataques", dice el activista, que imparte charlas de sensibilización para padres e hijos. Según datos de Amnistía Internacional, desde noviembre de 2015 han sido asesinadas al menos 18 personas albinas y cinco están desparecidas. Miles de ellas, además, viven amenazadas. "Se denuncia, pero el miedo sigue. A veces, incluso te hacen sentir culpable. A algunas familias les convencen de vender al hijo para enriquecerse y así se libran de penas. Hacen falta más condenas claras y escasean. Sólo recuerdo un par de ejemplos: uno de 21 años de prisión por homicidio y otro de ocho por intento", señala. En este sentido, las autoridades de su país dieron un paso adelante y el pasado junio prohibieron los hechiceros, aunque en la práctica resulta complicado llevarlo a cabo. Sobre todo en el medio rural. "En los pueblos llegan a echarles. Muchos huyen y no tienen a nadie. En las ciudades existe algo más de seguridad".

Cualquier país en la zona tiene unas características similares, comenta Bonface. Los albinos pasan por la misma presión y las instituciones siguen sin protegerles de forma específica, a pesar de ser de los ciudadanos más vulnerables. "Ayudaría que se cambiaran las leyes y se mostraran más penas ejemplarizantes, porque muchas veces se ve como un mal menor de la sociedad y para nosotros es primordial. El reto es parar los ataques", sintetiza. En Malawi, con 16,3 millones de habitantes, la policía ha documentado 69 delitos contra personas albinas desde noviembre de 2014, uno de ellos contra una niña de dos años. "Siempre se escudan en que los recursos no son suficientes", alega Bonface. Para el director de Apam, la clave está en una federación panafricana que amplifique el volumen de las quejas. "Así tendríamos fuerza para que los organismos internacionales y los gobiernos se preocupen más y haya una mayor investigación", aduce.

La petición de asilo fuera del continente suele ser la meta de algunos. Este éxodo y las continuas matanzas levantaron hace unos meses la cuestión de una posible extinción de los albinos. Con un traje impoluto y unas gafas sombreadas, Bonface no se decanta hacia una respuesta clara. Él y sus dos hermanos, cuenta, fueron los primeros albinos en varias generaciones de los Ophiyah Massa. Todos han esquivado sus limitaciones y han podido desarrollarse como cualquiera. "Me costaba todo mucho más trabajo. Cada vez que volvía del colegio tenía que pasar los apuntes de algún compañero que había copiado lo que yo no podía leer, pero lo pude sacar", relata sonriente. Su implicación le ha llevado por Zambia, Zimbabue, Camerún o Suazilandia, entre otros países.

Ahora se reunirá con varias organizaciones de Europa. ¿Y en el futuro? "Ha habido un periodo de estrés continuo: cada día de las últimas semanas nos enterábamos de un nuevo ataque a los albinos y entonces sospechábamos que la siguiente víctima podía ser uno mismo", arguye, "pero espero que todo vaya a mejor". De momento, reconoce un cambio con respecto a las generaciones anteriores. Y a las siguientes, intuye, le será más fácil. Bonface se incluye dentro de esta categoría, la de las generaciones futuras: a pesar de las presiones de sus allegados, su mujer se casó con él y tuvo, hace tres años, a Osana, su hijo. Nació con la piel negra, único color válido en Malaui y la mayoría de países africanos para no ser tildado de demonio.

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