Aylan no tenía reserva
Frente a la situación sin precedentes de los refugiados, la respuesta de Europa está siendo escasa y descoordinada
¿Quién no está pensando ya en las vacaciones de verano? ¿Playa o montaña? Quien más quien menos ya tiene los planes preparados para un merecido descanso. Si todavía no lo ha hecho no debe retrasarlo mucho. Las plazas vuelan. Y si su destino son las playas europeas del Mediterráneo la cosa se complica aún más. Recuerde que en los últimos meses las preferencias del viajero han cambiado. Hasta hace unas semanas las islas griegas eran el lugar más demandado. Pero los operadores han detectado un cambio en los planes de muchos grupos que ven cómo se complican los trámites en esa parte de Europa. La mayoría están optando por realizar un crucero desde las costas africanas de Libia hacia las blancas playas de Malta, Sicilia o Lampedusa.
Como ustedes yo llevo semanas pensando en estas vacaciones, en lo que será nuestro viaje del verano. Otros muchos, con menos suerte, saben que se trata del viaje de su vida. Para Aylan Kurdi fue su último viaje. ¿Se acuerdan? Ni él ni su familia tenían reserva en la playa turca de Bodrum -paraíso vacacional para occidentales- donde acabaron su viaje. A nadie se le puede olvidar aquella imagen de primeros de septiembre de 2015.
La de Aylan fue la imagen del fracaso de Europa. Y no parece que hayamos aprendido mucho desde entonces. El álbum de fotos de estas vacaciones no para de crecer. Desde comienzos de año se han registrado un total de 2.809 muertes en el Mediterráneo. En todo el 2015 se contabilizaron 3.770. Muchas de ellas eran niños.
Cuando termino de escribir este artículo –sí, yo también pensando en mis vacaciones-, sabemos que en Libia se encuentran 235.000 personas y unas 956.000 en los países del Sahel con la esperanza de abrirse camino hacia Europa. Para muchos de ellos ahogarse en el mar es solo uno de los numerosos riesgos a los que hacen frente durante su viaje. Corren el riesgo de sufrir, secuestros, robos, violaciones y extorsiones, así como de ser detenidos arbitrariamente, extorsionados y golpeados por las autoridades o las milicias.
La situación se complica en el caso de los niños refugiados y migrantes que viajan solos. En UNICEF calculamos que 9 de cada 10 niñosque han llegado a las costas italianas lo han hecho sin la compañía de familiares adultos que los protejan.
“Si tratas de escapar, te disparan y mueres. Si dejas de trabajar, te golpean. Era igual que la esclavitud”. Son palabras de Aimamo, de 16 años, refiriéndose a la granja en Libia donde él y su hermano gemelo trabajaron durante dos meses para poder pagar a los traficantes. Habían llegado allí tras un largo viaje que los llevó de Gambia a Senegal, Malí, Burkina Faso y Níger.
Historias como estas se repiten en los relatos de los niños y niñas que llegan a Europa. Y, sin embargo, decenas de miles siguen realizando un peligroso viaje con la esperanza de encontrar seguridad o una vida mejor. Huyen de una violencia brutal, de la pobreza extrema, de la sequía, de indecibles penurias o de la falta de perspectivas y esperanza en decenas de países de África, Asia y Oriente Medio. Cuando llegan a la última etapa de su viaje se encuentran con una terrible travesía y, un poco más allá, con las puertas cerradas, con esa otra forma de violencia que es la indiferencia y el desamparo.
Frente a esta situación sin precedentes, la respuesta de Europa está siendo escasa y descoordinada. Son necesarios más recursos para los niños migrantes y refugiados, y un respeto escrupuloso a los sistemas de protección y asilo, así como al principio del interés superior del niño recogido en la Convención de los Derechos del Niño. A punto de iniciarse el verano, y en plena reactivación de la ruta migratoria más mortal del mundo (Libia-Italia), es absolutamente urgente analizar y corregir los fallos que han tenido los sistemas de identificación y protección de la infancia, así como fortalecer los recursos dirigidos a la infancia migrante y refugiada.
Si los factores que impulsan esta migración forzosa no se abordan como una prioridad mundial darán lugar a un movimiento interminable de niños en busca de una vida mejor. Invertir en los niños y jóvenes, particularmente los más vulnerables, debe ser una prioridad para abordar el ciclo de pobreza y conflicto que está llevando a muchos a abandonar sus hogares.
Uno tiene la sensación de que, de momento, las preferencias de los responsables políticos pasan, este verano, por la montaña, la playa por desgracia, parece que puede esperar… ¿Hasta cuándo?
Javier Martos es Director Ejecutivo de UNICEF Comité Español
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Opinión
- Crisis refugiados Europa
- Crisis migratoria
- Refugiados
- Inmigración irregular
- Crisis humanitaria
- Problemas demográficos
- Víctimas guerra
- Política migratoria
- Catástrofes
- Fronteras
- Migración
- Política exterior
- Desastres
- Demografía
- Sucesos
- Unión Europea
- Conflictos
- Europa
- Organizaciones internacionales
- Relaciones exteriores
- Política
- España
- Sociedad