Desde la bahía de Nápoles
La verdad es que sus posturas sugieren que no les dio tiempo a reaccionar
Leí de niño en alguna publicación popular un relato tan estremecedor sobre Pompeya que de vez en cuando entra por la puerta de atrás de mi memoria proporcionándome un estado de asombro idéntico al de entonces. Decía que la erupción del Vesubio, por inesperada, no había dado tiempo a los habitantes de la ciudad romana ni a cambiar de postura. Así, cuando empezaron las excavaciones, se halló a familias enteras en actitudes rutinarias como la de orinar o la de llevarse la cuchara a la boca. Aseguraba aquel relato que se había descubierto a varias madres amamantando a sus hijos y a otras tantas en el trance de dar a luz. El autor de aquella historia debía de poseer una imaginación sin límites, pues contaba también que bajo la lava fría, una vez abierta como un molde escayola, aparecieron escenas en las que se velaba a los muertos o se les levantaba el vientre para embalsamarlos. Describía también diferentes escenas cuyos protagonistas eran perros o gatos que comían de su escudilla cuando fueron súbitamente congelados por los flujos ardientes del volcán.
Parece que la cosa no fue así, no tan así al menos, pero cómo recordarla de otro modo. He aquí una fotografía, aparecida hace poco en el periódico, en la que vemos a un grupo de arqueólogos en el momento de rescatar de las cenizas los cuerpos momificados de dos adultos y tres niños. La verdad es que sus posturas sugieren que no les dio tiempo a reaccionar. Desde la bahía de Nápoles, cuando el día está claro, se aprecia perfectamente la mole del Vesubio que el viajero impresionable contempla con respeto.
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