El talibán español
Entre los 598 detenidos por EEUU en la base de Guantánamo hay un español Se llama Hamed Abderramán, nació en Ceuta y tenía hambre de islam. Hoy es un preso sin derechos que no sabe de qué se le acusa. Ésta es su historia.
¿Quién es Hamed Abderramán Ahmed? ¿Un peligroso terrorista a las órdenes de Bin Laden? ¿Un pobre fanático que sólo buscaba profundizar en el islam? Nacido en Ceuta hace 27 años, Hamido, como es conocido en su barrio, abandonó el domicilio familiar a mediados de 2001. "¡No aguanto aquí cinco minutos más!". Fueron sus últimas palabras. Nadie parece saber la fecha exacta de su marcha. El Ministerio del Interior habla de mayo. Su familia la fija en algún momento indeterminado de agosto. Es un misterio. No se despidió de su madre. Ni de sus amigos. A nadie le extrañó su ausencia. En los últimos tiempos, sus desapariciones habían sido continuas. Salía a predicar el islam por Marruecos. Quería apartar a los jóvenes del alcohol y la droga, invitarles a rezar, a imitar al Profeta. Que recobraran el orgullo de ser musulmanes. "Una vez volvió a casa descalzo porque le había regalado los zapatos a un mendigo en la playa", relata su hermano Mohamed. "Era un tío especial: respetuoso, muy educado; un musulmán muy, muy religioso. Uno de los más piadosos del barrio", explica un vecino de la barriada Príncipe Alfonso de Ceuta.
Hamido se fue sin equipaje y con un pasaporte duplicado. El otro, el limpio, lo dejó en Ceuta. Una práctica normal entre los que quieren cruzar ciertas fronteras sin la alerta que supone tener impresas las visas de haber entrado en países conflictivos. Estados islámicos, por ejemplo. No se llevó nada más. "No tenía nada: dos camisas, dos pantalones", afirma Yusuf, el menor de los nueve hermanos, mientras muestra el cuchitril donde dormía Hamido. Un camastro de 50 centímetros de ancho invisible bajo una montaña de ropa sucia y una pequeña estantería con un par de cuadernos sembrados de faltas de ortografía y caligrafía infantil, un Corán destripado y el libro de escolaridad del colegio Reina Sofía. Su biografía entre 1984 y 1989: calificaciones mediocres y buenas notas en dibujo. Ése era su escaso patrimonio.
A unos pocos les dijo que su intención era buscar trabajo en Madrid. Si no, probaría en Londres. Hoy se sabe que la capital británica, con una población paquistaní de 500.000 habitantes y los imames más extremistas de Europa, es la antecámara del integrismo. "Y si Hamed se encontró solo en Londres, lo primero que buscó fue una mezquita. Allí le comieron el coco", explica con candor Sodia, su hermana mayor.
En los círculos islámicos de Ceuta, en voz baja, de noche y en un barrio extremo, se da por sentado algo más: la idea de Hamido era llegar a Pakistán. El reino de los "puros". No estaba solo en ese empeño. Según cuentan, viajó junto a él un grupo de jóvenes islamistas ceutíes y marroquíes. Entre cinco y diez personas. Una peregrinación. Según la tesis que circula por Ceuta, Hamido se separó de ese grupo (¿solo?, ¿acompañado?) y cruzó la frontera con Afganistán. Tres meses más tarde fue detenido por las autoridades de Pakistán en la frontera y entregado al Ejército americano. Estaba en el peor sitio en el peor momento.
En Ceuta, nadie parece conocer la identidad de esos compañeros. Y menos aún si regresaron. La ciudad es un mar de susurros. Hay aún otra versión, la de los servicios de información españoles, que afirman que Hamido fue reclutado por una célula de la organización de Bin Laden en España (la misma que desmanteló Baltasar Garzón en noviembre de 2001) y conducido a un campo de entrenamiento en Afganistán. Ahí se pierde su rastro.
En el año 2000, Hamed comenzó a frecuentar la secta integrista Tabligh
Desde el 29 de enero sabemos algo más: Hamido es uno de los 598 detenidos de 34 nacionalidades que EE UU tiene encerrados en la base naval de Guantánamo (Cuba). Sólo ha trascendido el nombre de una veintena. Estados Unidos mantiene una total reserva sobre su identidad. Se habla de 150 saudíes, más de un centenar de afganos, 85 yemeníes, 45 paquistaníes, 20 marroquíes, 12 kuwaitíes, 7 ingleses, 6 franceses, 5 rusos, 2 alemanes, 1 belga, 1 sueco, 1 australiano. Según el Gobierno de EEUU, "son los talibanes y miembros de Al Qaeda más peligrosos". Cada semana llegan nuevas remeses de detenidos procedentes de Asia Central. En el Campo Delta hay sitio para 2.000 presos.
A Guantánamo ya lo denominan "el nuevo Alcatraz". No hay escapatoria. A un lado, el mar, infestado de tiburones. Al otro, una frontera de 28 kilómetros sembrada con 70.000 minas antipersona. Un inmenso complejo militar de 117 kilómetros cuadrados con una guarnición de 3.000 soldados. Interrogatorios continuos a cargo de la CIA y el FBI. Grilletes y cadenas en las muñecas, los pies y la cintura, incluso en la enfermería. La evasión es imposible.
Para la Administración estadouniden-se, Guantánamo es un laboratorio en su guerra contra el terrorismo. No considera a sus internos prisioneros de guerra. No tienen derechos. No pueden acogerse a la Convención de Ginebra. Son "combatientes ilegales". "Miembros de una organización que viola las normas civilizadas y ataca civiles inocentes". Y por si fuera poco, Guantánamo no es EE UU. Es Cuba. Por lo que las garantías jurídicas de la Constitución americana no son aplicables a ese territorio. Guantánamo es un limbo jurídico. Para José Luis Rodríguez-Villasante, director del Centro de Estudios de Derecho Humanitario de la Cruz Roja, "sea o no sea prisionero de guerra, uno de los derechos humanos fundamentales de un individuo es saber qué cargos se le imputan, disponer de asistencia letrada, de un intérprete y poder ver a sus seres queridos". Desde hace nueve meses, Hamido no sabe de qué se le acusa. No tiene abogado. No ha podido impugnar su detención. Ni ser visitado por su familia. Se enfrenta a un secuestro indefinido sin cargos. Y, en un futuro incierto, a un tribunal sumarísimo y a puerta cerrada. Con un abogado militar de oficio. Y a una revisión de la condena a cargo de ese mismo tribunal. La pena de muerte puede ser el epílogo de la corta carrera del único talibán español.
Hamido no nació integrista. Nació en el Príncipe. "Sí, este barrio es el caldo de cultivo del integrismo, pero no se quede ahí: el Príncipe es el caldo de cultivo de la droga, la delincuencia, la desesperación. Somos los olvidados. Aquí no se atreve a entrar ni la policía", describe Halak, vicepresidente de la asociación de vecinos.
Desde la terraza del número 189 de la calle Fuerte, el hogar de la familia de Hamed Abderramán, el Príncipe presenta un perfil laberíntico de construcciones ilegales coronadas por parabólicas. Al fondo, el Atlántico. Hace 25 años, sólo el 40% de la población de esta barriada era de origen musulmán. Hoy, sus más de 12.000 habitantes son musulmanes. Han proliferado las escuelas coránicas. Los cristianos han huido. La segregación es total. El Príncipe carece de equipamiento sanitario y cultural. La media de habitantes por vivienda es ocho. Muy pocos hablan español correctamente. Prefieren expresarse en derija, una mezcla de árabe dialectal y de castellano. El paro roza el 50% y alcanza el 80% entre las mujeres y las capas más jóvenes. Sólo uno de cada 600 estudiantes del barrio llega a la selectividad. Cada año, 300 estudiantes entre los 12 y los 14 años abandonan las aulas. Muchas familias tienen a uno de sus miembros en la cárcel o con problemas con la heroína. Aquí nació y creció Hamido.
Durante décadas no tuvieron nacionalidad ni derechos. Hasta finales de los sesenta, los musulmanes de Ceuta y Melilla no podían acceder a la educación pública. Hasta 1985 fueron apátridas. El franquismo les dotó de un DNI apócrifo. "Y con el islam ha pasado algo curioso", describe un dirigente religioso: "La primera generación intentó asimilarse a los cristianos y dejó de lado la religión. En los setenta era normal ver a musulmanes bebiendo alcohol y a las mujeres sin velo. En 1985 fuimos regularizados como españoles y la cosa cambió. Y reaccionamos. Los jóvenes han encontrado una salida en el islam. Han recorrido el camino en sentido inverso. En los setenta iban de copas. Hoy van a la mezquita. Hay fundamentalismo, pero porque hay demanda".
Un despertar religioso que en el vecino Marruecos es un hecho. Lo confirma Mustafá Mlrabet, presidente de la Asociación de Trabajadores Marroquíes en España (Atime): "Los integristas se aprovechan de la pobreza. En Marruecos tienen una infraestructura caritativa que es una verdadera alternativa al sistema público de protección social. Te pagan el médico, la escuela coránica, el campamento de verano para los niños; ayudan a las viudas, incluso te regalan el cordero por Pascua. Así te van atrayendo hacia sus redes".
Según Abselam Hamadi, presidente de la asociación religiosa Al Bujari, "la gente de Ceuta no tiene ni idea de religión. Durante años, la enseñanza ha sido muy elemental. Y ese espacio ha sido ocupado por gente que juega al integrismo. Hay imames que enseñan a los niños a odiar el crucifijo, predican la separación con los cristianos y victimizan a los musulmanes. Gente que tergiversa el Corán. Que miente. Que dice que es tan importante peregrinar a Pakistán como a La Meca. Ésa es la gente que le lavó el cerebro al chaval. Pero si Hamido hubiese recibido una educación religiosa normalizada, en un colegio público, no estaría en Guantánamo".
Una familia numerosa y pobre. Como todas las del Príncipe. La diferencia es que el número 189 de la calle Fuerte es un matriarcado. Hamed, el padre del talibán español, un albañil jubilado que aparenta 20 años más que sus escasos 60, pasa los días inmóvil en su terraza con la mirada perdida y un evidente temblor en las manos. Inútil preguntarle por su hijo. Sodia Alí es el alma de la casa. Una anciana prematura a la que los ropajes tradicionales marroquíes envuelven el cuerpo como un sudario a excepción de las manos y el óvalo de la cara. Una mujer fuerte que no suelta una lágrima. Ni siquiera al mostrarnos las escasas fotos familiares "de mi niño". Ni la carta que recibió por mediación del Comité Internacional de la Cruz Roja el pasado mes de abril, y que ella aún duda escribiera Hamido. Un texto de 15 líneas, censurado por el Ejército estadounidense, en el que nada le revela el estado ni las vicisitudes de su hijo. Sólo el encabezamiento de la misiva, "Bi-smi-Llah ar rahmán ar-rahmin" (en el nombre de Dios, el clemente, el misericordioso), una fórmula con la que se inician los capítulos del Corán, le da un poco de esperanza: "Eso sí lo escribió Hamed", dice con una sonrisa, la única que brilla en este salón cubierto de alfombras y decorado con un cuadro de La Meca iluminado con bombillas navideñas. "La última vez que hablé con él me dijo que estaba en Londres reuniendo dinero para llevarme de peregrinación a La Meca. ¿Qué han hecho con él?".
La única constancia de que Hamido sigue vivo y no ha intentado suicidarse como otros presos talibanes la tienen los funcionarios de Interior y Exteriores que le han visitado en la base naval. Félix Valdés, número dos de la legación de España en Washington, encabezó la primera expedición. "Me desplacé a Guantánamo entre el 4 y el 8 de marzo junto a dos miembros del Ministerio del Interior. Nuestra intención era comprobar que Hamed era quien decía ser. Volamos desde la base americana de Fort Lauderdale, en un vuelo especial para el personal de Guantánamo. Los policías españoles pudieron comprobar la identidad de Hamed Abderramán Ahmed.
–¿Cómo le encontró?
–Era muy duro verlos en aquellas jaulas. Pudimos hablar con él dos veces en presencia de un policía militar. Hamed iba con un mono naranja y encadenado. Durante la entrevista le quitaron las esposas. Estaba delgado y no aparentaba 20 años.
–¿De qué hablaron?
–De su familia, de Ceuta, del Real Madrid. Nos dio el teléfono de su madre para que la avisáramos. Nos explicó que era un ferviente musulmán y quería ir a Chechenia a luchar contra los rusos. Que había sido entrenado en campamentos de Al Qaeda en Afganistán y que no había llegado a luchar contra los americanos. Tras el 11 de septiembre intentó abandonar Afganistán y fue capturado en la frontera por los paquistaníes, que lo entregaron al Ejército de EEUU. Al final de la entrevista me preguntó: "¿Cree usted que cuando salga de aquí podré ir a luchar a Chechenia?".
–¿Hubo más visitas?
–Sí. Entre el 21 y el 26 de julio. Ese viaje sirvió para descartar que hubiera otro español detenido en Guantánamo. Resultó ser un ciudadano marroquí con pasaporte español falso. Se comprobó que las condiciones de vida de Hamed habían mejorado. Ya no estaba en la jaula, había pasado a las celdas del llamado Campo Delta. Había engordado, podía escribir y recibir cartas y leer el Corán. Dijo que la comida era buena y abundante y se quejó del escaso ejercicio: 15 minutos cada dos días.
–¿Sacó alguna conclusión?
–Me pareció infantil. No un desequilibrado, como se ha dicho; no creo que esté loco. Me pareció un fanático. Y, por lo que he hablado con otros diplomáticos occidentales cuyos países también tienen detenidos en Guantánamo, con un perfil similar: un individuo procedente de medios marginales. Él nos comentó que había estado metido en drogas.
La versión que ha dado a este periodista el Ministerio del Interior coincide punto por punto con la del diplomático español. "En el primer viaje, dos miembros de la Policía Judicial le tomaron huellas y realizaron comprobaciones con sus documentos. Se comprobó que era Hamed Abderramán Ahmed, nacido en Ceuta el 29 de septiembre de 1974. Hijo de Hamed y Sodia. De sus distintas declaraciones se deduce que fue reclutado por islamistas radicales en España. Le llevaron a Londres. Y de allí, a Irán y Afganistán. Estuvo en un campo de Al Qaeda y huyó a Pakistán tras la invasión. Momento en que fue capturado
¿Cómo se convirtió Hamido, aquel chaval normal del Príncipe, en un radical?
Nunca destacó en nada. Era un muchacho gris. Educado. Mediana estatura. Constitución atlética. Pelo castaño tirando a rubio. Una piel muy blanca en la que los súbitos sonrojos eran la prueba de su timidez. Su única pasión conocida, el deporte. Era habitual verle recorriendo los siete kilómetros que separan Ceuta y Benzú o haciendo abdominales en el pasillo de su casa. No tenía novia. No bebía. No leía. No le gustaba la televisión ni la política.
Hamido fue educado por su madre en la religión. Más tarde asistió a la escuela coránica del Príncipe. Y comenzó a frecuentar la mezquita L'Huina. "Quería convertir esta mezquita en un ejemplo del nuevo islam", explica un amigo del barrio, "le molestaba que las mezquitas fueran lugares muertos que sólo se llenan una hora el viernes para la oración. Quería una mezquita que se hiciera respetar, que luchara; con ideas, conferencias, con una labor educativa". Cuando estos periodistas preguntaron al encargado de la mezquita, un marroquí llamado Muga, sobre las actividades de Hamed, éste les despachó a voces por toda la calle Fuerte: "¡Ustedes vienen aquí a mentir, a decir que todos somos integristas! ¿Cuánto les pagan por ello?".
A los 15 años dejó el colegio. Intentó estudiar electricidad del automóvil. A los 18 comenzó a trabajar como peón. "Hacía mucha falta en casa", explica su hermana Fátima. En 1995 realizó el servicio militar en el servicio de alimentación de la Unidad de Apoyo Logístico 23, un destino habitual por aquel entonces de los musulmanes de reemplazo, dado el escaso contacto que los reclutas tenían en ese acuartelamiento con las armas. El jefe actual, el teniente coronel Domínguez Buj, le define como "un chico del montón; ni muy currante ni todo lo contrario. No tuvo arrestos ni sanciones. Era uno más". Según la Delegación del Gobierno en Ceuta, "no existe ningún informe policial sobre él ni sobre su familia. Y no nos consta que tuviera contactos evidentes con el integrismo islámico".
Todo se aceleró en octubre de 1999. Aquel día en que Hamido vio rechazada su solicitud para ingresar como auxiliar en la Policía Municipal. Había puesto todas sus esperanzas en esa oferta laboral. No hay que olvidar que la Administración proporciona el 60% de los puestos de trabajo en Ceuta. "Era su oportunidad de trabajar con gente joven. Hamed era… un misionero".
En el año y medio que va desde finales de 1999 hasta el verano de 2001, Hamido cambió. Se encerró aún más en la religión. Cinco oraciones al día. Ayuno en Ramadán. Dejó de fumar hachís. Cambió su vestimenta. La barba y la chilaba eran sus señas de identidad. Cuando practicaba deporte llevaba un pantalón que le cubría por debajo de las rodillas y, por arriba, el ombligo.
Un año antes de abandonar Ceuta, Hamido comenzó a frecuentar la mezquita An Noor, sede de la secta islámica Yamáat Tabligh al Da'wa en Ceuta. Según un amigo, "allí encontró una nueva idea de la religión. Un islam avanzado, organizado, con marcha. Asistía a conferencia de religiosos que venían de fuera. Quería llevar, como ellos, una vida de trabajo, oración y limosna".
La mezquita An Noor, en el número 1 de la avenida de Lisboa, es una destartalada nave industrial rodeada de escombros. Las apariencias engañan. Su interior encierra un cuidado oratorio. Barbas pobladas, atuendos propios de Asia Central. En la puerta, la hostilidad de los fieles es evidente. Impera la ley del silencio. Nadie conoce a Hamido. Tampoco nadie conoce al dirigente de la mezquita, un ciudadano marroquí al que llaman Seik Harrak. Otros asistentes dan diversas versiones sobre el paradero de este líder espiritual: "Ha tenido un accidente; le han operado de los ojos; está de vacaciones". "Vuelva usted dentro de un año". Tampoco Abselam, alias Selimo, empleado municipal, dirigente de Tabligh en Ceuta y antiguo compañero de fútbol (y modelo de vida) de Hamido, dice recordar al preso de Guantánamo. "Apenas le conozco. Aquí no venía".
Muchos especialistas consideran a Tabligh un primer peldaño en el camino hacia el radicalismo islámico. Fundado en 1926, es un movimiento proselitista cuyo fin es promover el regreso de los musulmanes a la práctica estricta del islam mediante la simple aceptación de la ley islámica y la condena del razonamiento independiente. El miembro de Tabligh cumple de forma rigurosa todas las prácticas religiosas, con especial atención en la oración, la repetición sistemática de fórmulas del Corán 100 veces al día y (lo que es más importante) un ciclo de peregrinaciones iniciáticas. "Ellos son los que organizan en Ceuta viajes a Pakistán", explica un miembro de la comunidad islámica. "Hamido tuvo que salir con ellos. Son peregrinaciones de cinco a diez personas que cuestan unas 200.000 pesetas y duran de 40 días a cuatro meses. Te separan del contexto social y familiar donde vives. Te introducen en la autodisciplina. En Pakistán asistes a retiros espirituales en sus madrasas y predicas por el país. Te enseñan a odiar todo lo occidental y cerrarte en lo tuyo. Más tarde puede llegar el entrenamiento militar. Pero ésa es otra historia".
Ése pudo ser el comienzo del viaje de Hamido. Poco antes de marcharse se le pudo ver en el Príncipe con un grupo de marroquíes "que nunca habíamos visto por el barrio". Y en compañía del dirigente de Tabligh en Ceuta, el imam de la mezquita An Noor, un marroquí que vive en Ksar el Kebir. En esta ciudad y en Tánger, el movimiento tiene mezquitas y lazos estrechos con Justicia y Caridad, el principal grupo político-social integrista marroquí.
Según el antropólogo social Jordi Moreras, autor del estudio Musulmanes en Barcelona y experto en el islam , "Tabligh ha adquirido un carácter transnacional y está presente en todos los países donde los musulmanes se encuentran en minoría. Busca gente desorientada, con problemas de identidad, y se mueve con facilidad en los círculos marginales y las cárceles. Ideológicamente tiene la misma fuente de inspiración que los talibanes: el wahabismo saudí. Son primos hermanos. Otra cosa es afirmar que sea la antesala del radicalismo. Lo que no se puede negar es que haya jóvenes que tras pasar por Tabligh el cuerpo les pida ir más allá".
Quizá sea una coincidencia, pero John Walker, el famoso talibán americano, viajó a Pakistán con la ayuda de Tabligh. Ése es el mismo caso de otros detenidos en Guantánamo, como el australiano David Hicks o el británico Feroz Abassi. O Richard Reid, el terrorista islámico de la bomba en el zapato. También varios franceses detenidos tras el 11-S eran habituales de la mezquita del movimiento en Mantes la Jolie, cerca de París, y los tres saudíes procesados en Marruecos el pasado mes de mayo por su pertenencia a la red Al Qaeda formaban parte del entorno de la secta islámica.
La verdad sólo la sabe Hamed. Sus meses en las filas de los talibanes. Para un embajador español, "la detención de esas personas es un hecho sin precedente en el derecho internacional. No saben de qué les acusan. Tiene que ser desesperante. Y nosotros no podemos hacer nada por Hamed. Porque hasta que no sea acusado no le podemos proporcionar un abogado, y hasta que no sea condenado no podemos solicitar que cumpla dos tercios de la pena en España. La comunidad internacional traga, porque nadie puede con EEUU". Para otro diplomático destinado en un país occidental, "en España no hay cargos contra él; si los americanos le deportaran, habría que dejarle en libertad. Lo que quiere EEUU es mantenerlos a buen recaudo. Sabe que entre los detenidos hay gente importante y otra que no lo es; el problema es que temen que los peces chicos les creen problemas en el futuro. Por eso no les van a liberar hasta que estén seguros de su arrepentimiento".
¿Un terrorista? ¿Un loco? Un amigo contesta: "¿Sabe qué pensamos los musulmanes de Ceuta de Hamido? Si se fue a profundizar en su religión y le pillaron… pues pobrecito. Pero si se fue a luchar contra los americanos… ¡Olé sus cojones!".
elpaissemanal@elpais.es
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.