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Inventar el mañana, otra vez

Courrèges vuelve a primera línea. Con nuevos propietarios y directores creativos, afronta el reto de sobrevivir a su propia leyenda: la de una marca visionaria que revolucionó el vestir

Una modelo de la firma posa en París en 1965 para un programa de televisión.
Una modelo de la firma posa en París en 1965 para un programa de televisión. Gamma-Keystone

Pasó a mediados de los años sesenta. La carrera espacial coincidió con la explosión del prêt-à-porter. Dos incuantificables avances para la humanidad. Las mujeres habían salido de la posguerra para despegar a otra galaxia. A sus propios reclamos (nuevas formas acorde con la liberación de sus mentes y de sus cuerpos) se sumó la necesidad de imaginar un futuro lleno de ingenios y prosperidad. Ahí estaban, como salidos de la NASA, Paco Rabanne, Rudi Gernreich, Pierre Cardin. Y en el centro de la plataforma de lanzamiento, André Courrèges, expiloto militar, ingeniero civil, soñador recalcitrante. Su legado de chicas extraviadas en la luna se posa en colecciones recientes de las firmas más variopintas. Desde Louis Vuitton hasta Junya Watanabe, pasando por Jacquemus.

Solo era cuestión de tiempo que, en la escalada de recuperaciones de casas de moda históricas –Carven, Vionnet, Schiaparelli, Paul Poiret–, le llegase el turno a los nombres que definieron la era pop. Los encargados de revitalizar Courrèges son dos amigos de la infancia, Jacques Bungert y Frédéric Torloting, dos ejecutivos de publicidad que abandonaron la presidencia de la filial francesa de Young & Rubicam para lanzar una marca junto al dúo de diseñadores Coperni, que acaban de fichar para la dirección creativa. Los actuales dueños de la firma pasaron no hace mucho por Madrid para promocionar el rediseñado Eau de Courrèges y sus fragancias hermanas, Rose de Courrèges y Blanc de Courrèges. “Cuando llegó la crisis, hubo una especie de pánico colectivo: se pensaba que las marcas iban a desaparecer. Nosotros publicamos en Madame Figaro un artículo donde apuntábamos que sobrevivirían las que supieran adaptar su imagen a estos nuevos tiempos”, explican.

“En la posguerra dominaba la austeridad, y nosotros pensábamos que las mujeres debían empezar a ser felices”, dice Coqueline Courrèges

Dos días después recibieron una llamada: “Madame Courrèges quiere verlos”. A sus 76 años (ahora tiene 80), Coqueline mantenía viva la tenue llama de la firma que había fundado junto a su marido, André, enfermo de Parkinson y hoy con 91. Apenas quedaba en pie la tienda insignia de la marca en París y algunas licencias en China. “Ustedes, ¿qué quieren ser en la vida?”, les preguntó Coqueline. La respuesta requería tiempo. Tres horas después seguían charlando con un whisky en la mano. Un ritual que repitieron cada viernes durante meses y que aún pervive. “Hasta que un día nos dijo: ‘Ya sé a quién quiero vender la marca: a vosotros’. Pensábamos que andaría reuniéndose con millonarios chinos y cosas así. Pero nos dijo: ‘Lleváis toda la vida rodeados de creativos, y sabéis que Courrèges es más que una marca, es un estilo. Y eso requiere algo más que dinero para venderse…”.

La estética Courrèges se define por tops de vinilo, minivestidos, botas gogó, ¡pantalones! Hoy lo tenemos tan asumido que cuesta pensar que aquello fuera una revolución. Así lo explica la propia Coqueline: “Hemos de ponernos en contexto. ¿Qué necesitaban las mujeres? Estábamos en plena posguerra. Lo práctico dominaba sobre la elegancia y la austeridad sobre la ostentación. André y yo empezamos a crear pensando en lo cotidiano con un horizonte: que las mujeres empezaran a ser felices”. Así Courrèges se convirtió, según apuntó la revista Elle, en “el diseñador más copiado del mundo”. Incluso encendió la llama del fuego promocional por su rencilla mediática con Mary Quant: “Yo inventé la minifalda, Quant solo comercializa la idea”. Su esposa reflexiona sobre ello: “La única respuesta que hay ante algo así es fabricar el producto que funciona; este es el que prevalecerá sobre el resto, que desaparecerá”.

André y Coqueline se enamoraron cuando ambos trabajaban en el taller de Balenciaga. “Él era el artista y yo le ayudaba. Y, aunque ser costurera era un suplicio para mi espalda, me encargaba del taller y, mientras, él dibujaba. En Courrèges la tela era el patrón. Eso nos llevó a buscar materiales fuertes”.

Coqueline y André Courrèges, en Nueva York en 1968.
Coqueline y André Courrèges, en Nueva York en 1968.Pierre Schermann (Condé Nast)

Como proclamó Warhol, un incondicional: “Las prendas de Courrèges son preciosas, todo el mundo debería ir con esas pintas, vestido de plata. La plata pega con todo. Debería llevarse de día y con mucho maquillaje”. Tres años después de que fundaran su marca, la colección Moon girl (1964) propulsó su moda al espacio exterior.

“Los astronautas nos aportaban algo nuevo; la funcionalidad”, recuerda Coqueline. Gracias a esa obsesión, “nos convertimos en aprendices constantes. Leíamos mucho, viajábamos, íbamos a exposiciones, nos juntábamos con gente interesante. Nos gustaban –y nos gustan– Miró, Calder, Kandinsky, Klee, la Bauhaus”. El propio Courrèges se ganó el apelativo de “Le Corbusier de la moda”.

Tal y como apuntaban quienes toman hoy su testigo en la marca, Bungert y Torloting, “él era científico, muy riguroso, pero a la vez bastante místico. Ella, autodidacta, muy adelantada a su tiempo y apasionada por lo racional. Encontraron un buen equilibrio”. El sueño se traducía en “la búsqueda de un mundo mejor”.

elpaissemanal@elpais.es

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